El 11 de diciembre de 2019, un tuitero preguntó a la RAE si la próxima década comenzaría el 1 de enero de 2020 o de 2021. La Real Academia Española le respondió que los años 20 del siglo XXI no comenzarían el 1 de enero de 2020, como podría parecer, sino el 1 de enero de 2021. Según la RAE, que se remitía al Diccionario Panhispánico de dudas, “cada década comienza en un año terminado en 1 y termina en un año terminado en 0”. No todos los expertos están de acuerdo, pero como para este artículo a mi me va perfecto que la década de los 20 haya comenzado hace poco más de una semana, se non è vero è ben trovato.
Cambiar de año o de década, a efectos prácticos, no tiene ninguna trascendencia. El 1 de enero por la mañana somos la misma persona que éramos el 31 de diciembre por la noche. Sin embargo, poco o mucho y por absurdo que sea, todos anhelamos que los problemas, las preocupaciones y las miserias que nos han acompañado durante el año desaparezcan, como por arte de magia, la Noche de Año Nuevo, al dar las doce. En secreto, esperamos que con la llegada del nuevo año seremos una persona más noble, culta, rica, libre, despierta y feliz. 2020 ha sido quizás el año que colectivamente más hemos deseado dejar atrás y 2021, el que empezamos con más esperanza.
Hace justo un siglo, el mundo estrenaba una década que en Occidente se conocería con el nombre de Golden Twenties, Happy Twenties e, incluso, Roaring Twenties. La Primera Guerra Mundial quedaba atrás, había bonanza económica y la gente tenía unas ganas locas de divertirse. Para Barcelona, fue una década de grandes cambios sociales y políticos. Me imagino que en las calles de la ciudad debía reinar un ambiente similar al que se respiraba en la capital de la República de Weimar y que tan bien retrata la serie Babylon Berlin. Pistolerismo, lucha obrera, represión y enfrentamientos políticos que a menudo acababan con sangre, pero también charlestón, litros de champán, purpurina y libertad sexual.
Pistolerismo, lucha obrera, represión y enfrentamientos políticos que a menudo acababan con sangre, pero también charlestón, litros de champán, purpurina y libertad sexual
Una Barcelona que descubrí cuando en 2012 el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) dedicó una magnífica exposición a una de las avenidas más míticas de la ciudad: “El Paralelo, desde 1894 hasta 1939”. La muestra, comisariada por Xavier Albertí y Eduard Molner, me reveló que el Paralelo no siempre ha sido una calle más bien triste, de establecimientos adocenados, salvo contadas excepciones, y con un puñado de salas de espectáculo medio derrumbadas o en crisis permanente. ¡Todo lo contrario! Hace un siglo, nuestro Paralelo no tenía nada que envidiar a Montmartre o Broadway. Estaba lleno de teatros, salas de espectáculos, cafés y cabarets donde se mezclaban vecinos del barrio chino, marineros, obreros anarquistas y gente de pasta larga en busca de diversiones de todo tipo. Un Paralelo heterogéneo, multicultural y muy, muy liberal que irradiaba modernidad por toda la ciudad. El republicanismo, el socialismo y el anarquismo se predicaban desde los mismos escenarios o a pocos metros de donde horas después había espectáculos de destape. En los cafés había encendidas discusiones sobre política, pero también se flirteaba y se exhibían peinados y vestidos modernos y atrevidos. El espectáculo de la modernidad.
Cien años después, las calles de Barcelona quedan desiertas a partir de las diez de la noche. Hay toque de queda y la ciudad parece muerta o aturdida. Las pistas de baile hace meses que están cerradas. Con lo que hemos bailado en el Apolo… Los bares más canallas, ruidosos, caóticos y divertidos, se han convertido en asépticos puntos de dispensación de cafés con leche para llevar, sin ningún encanto ni calor. Imposible flirtear con alguien mientras te tomas un gin tonic en la barra puesto que, desde la obligada distancia de seguridad y parapetado detrás de tu mascarilla, el miedo al contagio te hace mirar al desconocido con desconfianza.
Cien años después, las calles de Barcelona quedan desiertas a partir de las diez de la noche. Hay toque de queda y la ciudad parece muerta o aturdida. Las pistas de baile hace meses que están cerradas. Con lo que hemos bailado en el Apolo…
Hemos entrado en la década de los 20, pero, a diferencia de hace un siglo, por ahora no son unos tiempos ni dorados, ni felices ni locos. Ojalá que pronto podamos volver a encontrarnos diez, quince, veinte, cien o mil personas para reír, charlar, bailar… Una de las gracias de las ciudades es precisamente esta: ser una multitud en constante interacción. ¡Happy twenties Barcelona!