La terraza de Els Pescadors, en la deliciosa Plaza Prim del Poble Nou.

Elogio a la terraza resistente

Los barceloneses hemos vuelto a inundar las terrazas de la ciudad con la avidez del prisionero que se escapa de la mazmorra y puede tocar muslo tras años de onanismo. Vuelvan a sus terrazas predilectas y elogien la resistencia y militancia de sus dueños, a quien se castiga con impuestos.

Nuestras terrazas más queridas abren nuevamente y es ahora, precisamente ahora que volvemos a disfrutarlas como un bebé ante los regalos de Reyes, que debemos alabar la resistencia de nuestros restauradores a los estragos de la pandemia y su militancia de mármol a la hora de mantener unas terrazas por las que la administración municipal lleva años friéndolos a impuestos con una avidez estalinista. Vale la pena contar la historia del embrollo, insisto, ahora que la covid-19 nos ha obligado entender que nuestra salud mental también depende de una industria hostelera con la que siempre nos llenamos la boca de orgullo, pero que nos cuesta muchísimo mantener en pie.

En los presupuestos de 2019-20, el Ayuntamiento incrementó las tasas que nuestros baristas pagaban por disponer de una terraza (en algunas zonas de la ciudad subió hasta un 1.400%) basándose en un informe de 2016 donde se estudiaba el precio medio de equipamientos similares en cinco ciudades de Italia. Determinar una tasa fijándose en un país donde la fiscalidad difiere de la nuestra ya era una barbaridad importante (Barcelona debería haberse comparado con el resto de ciudades del estado) pero, incluso antes de este incremento, nuestros restauradores ya costeaban un mayor dispendio que en la mayoría de ciudades españolas. Actualmente, si se compara con calles similares de Madrid, la administración Colau obliga a pagar a nuestros sufridos baristas un total de cinco veces más que las tasas de la capital libertina.

Tras mucho esfuerzo, durante el estado de alarma el Gremi de Restauració de Barcelona consiguió una reducción del 75% de las tasas de 2020 y, por imposición de la Ley General Tributaria, que no se cobrara a los bares los impuestos de unas infraestructuras que chaparon durante el primer estado de alarma y el posterior cierre de otoño. Lo que exigen los restauradores, en definitiva, es algo tan natural como que la administración no se aproveche de un servicio que no les ha sido permitido ofrecer (¡que, insisto, ya era desproporcionado!) y, puestos a pedir, que el Ayuntamiento se anticipe a la situación de emergencia radical que vive la hostelería barcelonesa y reconduzca los impuestos proporcionalmente.

El gobierno de Colau, y no es el primero, siempre ha mirado con cierta desconfianza al sector de la restauración, como si éste lo conformasen grandes grupos económicos de intereses depredadores y oscuros. En el caso de Barcelona, donde la mayoría de nuestros baristas son pequeños y medianos empresarios (muchos de ellos han sobrevivido a la pandemia porque tienen negocios familiares, con la consecuente flexibilidad de horarios y turnos), el prejuicio no sólo es falso sino injustísimo. En nuestra ciudad todo quisque llora el cierre de Can Lluís o del Romesco, pero nadie dedica cinco minutos a dilucidar por qué unos comercios casi centenarios han acabado bajando la persiana debido a una situación de emergencia que era muy anterior al estallido del coronavirus.

El gobierno de Colau, y no es el primero, siempre ha mirado con cierta desconfianza al sector de la restauración, como si éste lo conformasen grandes grupos económicos de intereses depredadores y oscuros

El Ayuntamiento haría bien dejando sus absurdos prejuicios de lado para tratar la hostelería como una de las primeras y más importantes industrias y fuentes patrimoniales del país. La desconexión de nuestros políticos con la restauración es evidente, y no existe sólo porque a muchos de nuestros mandatarios ya hace demasiado tiempo que les pagamos la parada y la fonda, sino porque no han entendido que el cierre de algunos restaurantes señera de la ciudad sólo es la punta del iceberg de una crisis por la que todo el mundo lloriquea y nadie mueve las neuronas. Ahora que muchos negocios de la ciudad han ampliado terrazas con el simple espíritu de sobrevivir, debería ser la administración quien haga el gesto de salvaguardarles la resistencia.

Escribo las notas de esta mi Punyalada sabatina en la terraza de Els Pescadors, en la deliciosa Plaza Prim del Poble Nou. En casa siempre hemos creído que la militancia se demuestra reservando y consumiendo, y es así como reivindicamos la terraza plantándonos en la portalada del restaurante de la familia Maulini-Duran, en esta pequeña cuadrícula de la ciudad que es uno de los lugares más tranquilos y bellos del mundo. Siguiendo la canónica ampurdanesa de Josep Mercadé y Jaume Subirós, Marc Maulini nos agudiza el apetito con un platillo de espinas de anchoa frita, un manjar de pescadores de embriagadora sencillez, mientras nos muestra una bandeja llena de calamarcillos, gambas y un pedazo de roger que esconde la guía telefónica del Mediterráneo.

El Gremi de Restauració reclama al Ayuntamiento de Barcelona un nuevo descuento del 60% de la tasa de las terrazas.

He vuelto a la terraza de Els Pescadors porque comiendo junto al bellasombra que lo acompaña con la fidelidad de un perro anciano es quizás donde he sido más feliz del mundo. De hecho, puestos a reivindicar las terrazas militantes no existe lugar mejor y, ya que estamos en ello, que vayan desfilando los chipirones de Roses y la ajada de camarones. Cada nuevo amigo que irrumpe en la Plaza Prim es un aleluya del existir que encuentra la calma en la ingesta de alguno de nuestros mejores amigos acuáticos: primero el Rodaballo de Roses, después el Sant Pere de la Ametlla de Mar, horneado con patatas, tomate y cebolla, como lo hemos comido desde niños sin ningún tipo de variación. Yo tiento la suerte, remolón caprichoso, con un arroz de carretas y habas que ha sido concebido para tramar siestas.

Esta es mi terraza predilecta, junto con la del Belvedere (que es la zona cero del Eixample y de todo el universo) y seguro que el lector querrá desafiar mi criterio con su rincón predilecto de la ciudad donde se encuentra la suya. Le pido que vuelva ahí, como ya habrá hecho, pero que antes tenga la bondad de agradecer a su barista o restaurador la persistente militancia de un oficio constantemente maltratado por una corte de ineptócratas mandatarios que cuando viajan por el mundo siempre se acompañan de chefs y sommelliers reivindicando una industria que luego no tienen ningún inconveniente de maltratar por simple prejuicio, y todo ello para acabar robándole un dinero que no tiene ninguna incidencia en la riqueza del consistorio.

Tenga la bondad de agradecer a su barista o restaurador la persistente militancia de un oficio constantemente maltratado por una corte de ineptócratas mandatarios que cuando viajan por el mundo siempre se acompañan de chefs y sommelliers reivindicando una industria que luego no tienen ningún inconveniente de maltratar por simple prejuicio

A mí me gusta volver a las terrazas, y concretamente volver a la de Els Pescadors, porque entre sus mesas siempre suele encontrarse uno de esos comunistas que goza friendo a nuestra industria con  impuestos y dándonos la tabarra con discursos de clase mientras él, para comer, vive bien feliz zampándose un rodaballo de Llançà en la Plaza Prim (esta tarde la tradición se ha mantenido, y al comunista-sindicalista en cuestión todavía le sufragamos un espléndido coche oficial). Realmente, el oficio de ser catalanes exige un esfuerzo y una paciencia descomunales. Pero nosotros, faltaría más, hemos pagado y seguiremos pagando la alegría de vivir aunque una parte del jornal se nos lo queden los marxistas españoles.

La terraza del restaurante Els Pescadors, regentado por la familia Maulini.

Si volvéis a Plaza Prim guardad apetito para los postres, porque los Maulini hace lustros que cuentan con la suerte de tener en la carta algunas obras maestras de la pastelería Lis de Pere Camps. Su brazo de gitano de crema, por favor dios mío, es algo que debería estar prohibido y por lo que venderíamos nuestro escaso patrimonio. Mientras degluto el último bocado, Pep Maulini se acerca a nuestra mesa y, contento de vernos saciados, nos recuerda como un refinadísimo cliente italiano del restaurante, al llegar por primera vez en la terraza de Els Pescadors, afirmó: “ecco, finalmente, il Mediterraneo”. Nosotros celebramos la suerte de ser Barceloneses, y rogamos a la comunistada que nos deje vivir cómo lo hace cuando no le enfoca la televisión.

Volved a vuestras terrazas predilectas, amemos la militancia de sus arquitectos, elogiémosles por resistir con tanto amor… y recemos para que los miembros del komintern sean tan generosos como sus restauradores han sido llenándoles el estómago durante décadas. Amén.