El ‘boom’ de Custo Barcelona

Coincidiendo con el inicio de las rebajas de invierno he ido a dar una vuelta por las tiendas de ropa del centro; más por tradición que por ganas o necesidad de comprar. He ido de tiendas como quien acude a la Feria de Santa Llúcia cada año y no compra ni un triste caganer. Quizás por esta razón, porque no buscaba nada en concreto y más bien me daba pereza mirar precios y tallas, me he dedicado a analizar los escaparates desde un punto de vista digamos que antropológico. Como puede acreditar cualquiera que repase mi Instagram, no soy un experto en moda ni tendencias, pero tengo la sensación de que la ropa de esta temporada es terriblemente aburrida. ¿Por qué nos vestimos de una forma tan triste? Quizás porque la pandemia nos ha helado el corazón y la alegría de vivir o porque gracias a la intensita Greta Thumberg finalmente nos hemos dado cuenta de que vamos hacia la extinción… Quizás todo ello tenga una explicación mucho más prosaica: hemos convertido a Marie Kondo en nuestra gurú minimalista y en casa ya sólo entra ropa de MUJI: cómoda y de calidad, pero carente de alegría. El caso es que mirando los tristes escaparates de este 2022 me ha venido a la memoria la explosión de colores que hace más de veinte años provocó a escala planetaria Custo Dalmau con sus camisetas estampadas de colores llamativos made in Barcelona.

La historia de Custo Barcelona arranca, de hecho, en los 80 cuando los hermanos Custo y David Dalmau comienzan a diseñar ropa. El boom de sus creaciones se producirá unos veinte años después. En 1997, aterrizan en Estados Unidos donde su marca, Custo Barcelona, ​​es invitada a la Semana de la Moda de Nueva York y allí sus famosas camisetas lo petan muy fuerte. Personajes de series de éxito de la época como Sexo en Nueva York o Friends se enamoran de las camisetas Custo Barcelona y las llevan delante y detrás de la pantalla. La gran Julia Roberts aparece con una de sus creaciones en Novia a la fuga, uno de sus grandes éxitos de todos los tiempos, y contribuye decididamente al despegue internacional de los hermanos Dalmau. The New York Times da con un nombre para este fenómeno: Customanía.

Recuerdo perfectamente la inauguración de la primera tienda de Custo en Barcelona. Corría el año 2001 y cuando nos referíamos a algo moderno, estiloso o estupendo decíamos que era fashion. Por tanto, hace veinte años las camisetas de Custo de Barcelona eran lo más fashion. Gracias a los hermanos Dalmau o por su culpa, muchos barceloneses aparcamos, temporalmente, nuestras clásicas y sosas camisetas Fruit of the Loom, preferentemente negras, blancas y grises, y nos atrevimos con los llamativos estampados de Custo Barcelona. Creo que Custo fue pionero y muy valiente justamente en eso: introducir el estampado en la moda masculina —hasta entonces, prácticamente, circunscrito a la clásica camisa hawaiana—. O, dicho de otra forma, gracias a Custo Barcelona el hombre de primeros del siglo XXI se atrevió a salir a la calle con una camiseta llamativa sin sentir que iba disfrazado o que era un hortera.

Creo que Custo fue pionero y muy valiente justamente en eso: introducir el estampado en la moda masculina, hasta entonces, prácticamente, circunscrito a la clásica camisa hawaiana

Creo que las camisetas de Custo Barcelona tenían mucho de esa Barcelona de hace veinte años. Una ciudad con encanto, optimista, alegre y vibrante. Una mezcla exitosa del buen rollo de las playas californianas con la autenticidad caótica de Nápoles y el europeísmo tolerante y cívico de Ámsterdam. Una Barcelona que, por supuesto, tenía problemas (vivienda, contaminación ambiental, núcleos de delincuencia, gentrificación…), pero en la que los barceloneses no parecían siempre cabreados. Sin el fatalismo actual.

Empiezo este tercer año pandémico con una mirada inevitablemente nostálgica hacia aquella época del boom de Custo Barcelona. Rememorando esos años ligeros, llenos de color y atrevimiento, me viene a la memoria una frase demoledora pronunciada por el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) al final de Don’t Look Up (en plena última cena, a penas unos minutos antes que un meteorito arrase el planeta): “En realidad lo teníamos todo, ¿no?”.