Cuando le preguntaron a Mies der Rohe si había en su obra una influencia japonesa contestó: “Nunca he visto ninguna arquitectura japonesa. Nunca he estado en Japón. En el despacho hacemos las cosas intentando razonar. Es posible que los japoneses también lo hagan así”.
Yo tampoco he estado nunca en Japón, aunque reconozco la fascinación que me genera. Me lo ha recordado recientemente haber visto la película Perfect Days, de Wim Wenders. Como en la canción de Lou Reed —con la que comparten título y que forma parte de la banda sonora— habla de cómo podemos encontrar lo mejor de la vida en las pequeñas cosas de cada día.
El protagonista es un hombre de mediana edad que se dedica profesionalmente a limpiar los baños públicos de Shibuya (Tokio). Pero cuando hablo de limpiar baños públicos no hablo de limpiar a golpe de manguera quioscos fríos instalados en la calle, como podríamos estar acostumbrados aquí. La delicadeza con la que él, Hirayama, limpia los baños es más propia de un ritual religioso que de un protocolo de limpieza. Substituye la karcher por pequeños cepillos y utiliza espejos para asegurarse de dejar todos los rincones perfectos. Además, acompaña a estas ganas de hacer la tarea lo mejor posible con una actitud atenta y generosa hacia el resto del mundo.
Hacer las cosas bien, ser amable e ir por la vida con una buena banda sonora, puede ser la receta para hacer de un día normal, un día perfecto.
Una de las cosas que más me maravilló es cómo el director hace aparecer lo que para mí es, sin duda, el otro protagonista de la película, el proyecto The Tokyo Toilet de la Nippon Foundation. Para este proyecto se invitaron a diferentes arquitectos y diseñadores a pensar baños públicos para instalar en la ciudad. El resultado son 17 equipamientos distribuidos por diferentes calles, obra de arquitectos como Shigeru Ban, Tadao Ando, Toyo Ito —los tres ganadores del premio Pritzker— o diseñadores como NIGO y Marc Newson. Todos los proyectos se pueden consultar en su web.
Si como el protagonista de la película en las cosas del día a día podemos encontrar belleza también en los espacios públicos, incluso en unos baños, deberíamos poder encontrarlos. Es esa idea que me fascina de la cultura japonesa. El pensador japonés Soetsy Yanagi (1881-1961) dejó escrito en La belleza del objeto cotidiano (Gustavo Gili) que “la prueba definitiva del nivel cultural de un país, debería ser el nivel de vida de la gente común y ese nivel se manifiesta en los objetos cotidianos empleados en el día a día”. No es casual que un país que no se encuentra entre los diez países más poblados del mundo sea el que más premios Pritzker puede exhibir, un total de nueve desde la primera edición del galardón en 1979. Qué envidia participar de una sociedad que pone la belleza y la funcionalidad en el centro del día a día.
A propósito de esa idea de construir entornos que nos hagan mejores, Martin Heidegger habló de un “habitar poético”. Una forma de estar en el mundo que hemos construido que invita a la reflexión, a la contemplación y que nos conecta con todo lo que nos rodea. Un entorno en armonía en el que con una atención puesta en los detalles y en los materiales se consigue elevar la experiencia estética – –y espiritual— del espacio. No sé si Heidegger visitó nunca Japón, pero creo que la aproximación que realizan la arquitectura y la cultura japonesa tiene mucho de eso.
Por contraste, en nuestra casa hemos apostado tradicionalmente por instalar como baños públicos cubos de acero inoxidable —en el mejor de los casos— con un equipamiento interior frío, eso sí, con posibilidad de limpiarlos a golpe de manguera. Claro que también estamos de suerte si el turista —o el local— decide utilizarlo y no soltarse en la primera esquina que encuentra. No es sólo la posibilidad de orinar en una obra de un Pritzker lo que me da envidia (lo he hecho en el Palau Sant Jordi, obra del también Pritzker japonés Arata Isozaki), es, sobre todo, la suerte de vivir en un entorno que cuidan y les cuida lo que envidio.
Confieso que siento una envidia profunda por este hombre que es feliz con pocas cosas y no puedo dejar de preguntarme que diferente sería su vida si en lugar de limpiar los baños de Shibuya tuviera que limpiar los baños públicos de Barcelona
Yo que vivo en Barcelona, junto al Portal de l’Àngel, desde hace unos años me toca convivir con grandes macetas de plástico convirtiendo una de las calles más transitadas de la ciudad en un gran vivero. Baños públicos fríos e inutilizables y una dejadez generalizada que no es sólo imputable al buen o mal gobierno de turno. Si en Japón apostaron por un habitar poético, parece evidente que aquí apostamos por un habitar más prosaico.
Confieso que siento una envidia profunda por este hombre que es feliz con pocas cosas y no puedo dejar de preguntarme que diferente sería su vida si en lugar de limpiar los baños de Shibuya tuviera que limpiar los baños públicos de Barcelona. Una experiencia radicalmente distinta que nos recuerda que el buen diseño no es sólo para las élites.
En Perfect Days nos dicen que una vida sencilla, una tortilla, una cinta de cassette, un baño limpio y trabajar en un entorno agradable pueden hacer de un día normal, un día perfecto. Ya sé que nosotros los mediterráneos, los latinos… hemos bebido de otra tradición, pero no puedo quitarme de la cabeza por qué motivo al mismo importar Dragon Ball o el sushi no hemos importado también una manera de entender lo cotidiano que nos hiciera a todos algo mejores.