La nueva cultura del spa

Soy muy de spa, lo confieso. Cuando puedo, me escapo un par de horas a relajarme en uno de estos establecimientos consagrados al bienestar físico y mental -esto que ahora llamamos wellness y que no deja de ser el mens sana in corpore sano que ya practicaban los romanos, por cierto, muy aficionados a las termas-, donde el bullicio de la ciudad y el estrés de la vida cotidiana quedan aparcados a la entrada. También me gusta hacerlo cuando viajo. Tras una jornada de ir de aquí para allá, de ver museos, templos y monumentos, hay pocas cosas más reconfortantes que regalarse un rato de descanso en una piscina de burbujas, tomar un baño de vapor o una sauna seca y, si puede ser, redondearlo con un buen masaje.

Esto que ahora llamamos wellness y que no deja de ser el mens sana in corpore sanoque ya practicaban los romanos

En Estambul, especialmente en medio del riguroso invierno, la visita al hammam es obligada. El histórico Cemberlitas, con 400 años de antigüedad, demuestra que en la antigua Constantinopla la tradición del baño turco viene de lejos, de hecho, de su conquista por parte de los otomanos. La primera vez que vas puedes tener la sensación de que un turco gordo y bigotudo te está dando una paliza y luego quiere ahogarte a cubos de agua pero no es verdad, te está haciendo un masaje. En Budapest, también encontramos en pleno funcionamiento maravillosos baños turcos –construidos a mediados del siglo dieciséis por los mismos otomanos y, hoy en día, considerados monumentos históricos– como el Rudas y el Király. Budapest está considerada la capital del spa, ya que ha sabido crear una potente oferta turística de salud a partir del aprovechamiento de sus aguas medicinales y termales. Buena muestra de ello es el impresionante Széchenyi, el balneario urbano más grande de Europa. Pero el auténtico paraíso para los amantes del spa y el masaje como yo es, sin duda, Asia donde la cultura del baño y el masaje es muy presente en el día a día de millones de personas desde tiempos remotos. Los onsen o baños tradicionales japoneses y, por supuesto, la gran tradición de masaje tailandés son claros exponentes de ello.

Barcelona, ​​por el contrario, no es una ciudad con tradición de spa, empecemos por admitirlo. No tenemos termas en funcionamiento desde hace siglos ni tampoco venimos de una tradición lejana en la que el baño social, la sauna o el masaje formen parte de nuestra cotidianidad. Entendedme bien, no hablo de ir a pasar unos días a un balneario por prescripción médica –esto en la época de nuestros abuelos ya se hacía y lo llamaban “ir a tomar las aguas”– ni tampoco de ir a que te hagan un masaje terapéutico para aliviar el dolor de espalda. Cuando digo que no teníamos cultura de spa quiero decir que no teníamos el hábito de acudir a uno, por ejemplo, al terminar nuestra jornada laboral ni tampoco lo contemplábamos como una actividad de ocio para compartir con amigos o familiares.

La primera vez que vas puedes tener la sensación de que un turco gordo y bigotudo te está dando una paliza y luego quiere ahogarte a cubos de agua pero no es verdad, te está haciendo un masaje

La situación ha cambiado radicalmente en los últimos años y, hoy en día, podemos afirmar que los barceloneses hemos incorporado, plenamente, la nueva cultura del spa. La ciudad cuenta con una variada oferta de spa, balnearios urbanos, wellness centers o como les queráis llamar. Ocupan un lugar destacado los espacios de inspiración oriental como el Silom Spa, que con una ambientación muy cuidada te transporta al acto a Tailandia; el lujoso Bangkok Healthy Spa, con una amplia oferta de masajes, y el Spa Hammam Rituels de Orient, que combina el clásico baño turco con las influencias marroquíes para proporcionarte una experiencia de relajación total. El impresionante AIRE Ancient Baths Barcelona, ​​junto al mercado del Borne, se inspira en cambio en la tradición de los baños romano, griego y otomano para crear un ambiente de magia y sofisticación que no sólo te hace olvidar que estás en Barcelona sino también en el siglo XXI. Asimismo, los hoteles de la ciudad, sobre todo los más lujosos, también han ido incorporando fastuosos spa en su cartera de servicios, no sólo dirigidos a sus huéspedes sino al público en general.

Podríamos añadir a esta la larga lista docenas de establecimientos mucho más modestos y al alcance de todos los bolsillos. El hecho de que en prácticamente todos los barrios de Barcelona se hayan abierto pequeños centros dedicados al bienestar donde relajarnos un rato, con el agua como protagonista, es la prueba más evidente que los barceloneses nos hemos apuntado con muchas ganas a la cultura del spa.