El autor de cómic Pep Brocal, que ha publicado recientemente la adaptación de la novela 'Taxi' de Carlos Zanón.
EL BAR DEL POST

Pep Brocal: El noveno arte de contar historias

“Estoy contento de sentirme libre a la hora de crear, ya sea inventar una historia o coger el lápiz para dibujar. El dibujo es un terreno virgen, abierto a la experimentación, y creo que esa es la razón principal por la que sigo en esto”. Dick Twardzik posa por última vez en su vida sus dedos sobre un piano, acompañando a Chet Baker en Piece caprice, mientras Pep Brocal se deleita a pie de barra con un gintónic “clásico, sin fantasías, que si la ginebra es buena, con el pepino aún es mejor”.

Lo de crear formas sobre la hoja en blanco le viene desde la niñez. “Me di cuenta de que esto del dibujo es pura diversión y que, además, cuando mostraba cualquier garabato, causaba la admiración de mis bienintencionados padres y familia. El dibujo hizo que todo lo demás pasara a ser secundario, cosa que igual no era muy saludable, pero el mal ya estaba hecho”, ríe el que se define, ante todo, como autor de cómic, “porque describe mejor lo que hago, ya que definirme como dibujante sería incompleto. El cómic, para el que no lo sepa, es una historia contada en imágenes. Es un arte, el noveno, que combina narración y gráfica, pero que, con excepciones, es un relato”.

La obra más reciente de este terrasense cosecha del 67, acabada de publicar y de ser presentada con notable éxito en el Salón del Cómic, es la adaptación a cómic de Taxi (Salamandra Graphic), novela del también parroquiano Carlos Zanón. “Es una historia con tintes de serie negra que, en realidad, se escapa de esa etiqueta. Trata de Sandino, un taxista insomne que deambula con su auto amarillo y negro por Barcelona intentando huir de todo y de sí mismo, recalando de vez en cuando en los apartamentos de las mujeres que conoce, como si fueran las islas en el viaje de Ulises”. 

Esta obra sucede a otra de la que Pep Brocal se siente especialmente satisfecho: la adaptación del Libro de las bestias, de Ramon Llull, publicada el pasado año, “un texto que, por sorprendente que parezca, ha esperado más de siete siglos para llegar al cómic”. Actualmente confiesa estar “con un par de proyectos de largo recorrido, para los que voy pasando de uno al otro y así los avanzo en paralelo, pero todavía es pronto para entrar en detalles”, zanja crípticamente.

Cómic adulto, ida y vuelta

De cuando entró en la barcelonesa Facultad de Bellas Artes de Sant Jordi, el parroquiano no recuerda las enseñanzas recibidas como lo más relevante. “Lo verdaderamente extraordinario para mí fue el caldo humano que allí encontré en plena ebullición, los compañeros que estaban en las mismas, mirando de abrirse camino en el atractivo y a la vez duro oficio de dibujante”. Ahí, el autor en ciernes coincidió con grandes nombres del tebeo español: Montana, De Felipe, Padu, Montecarlo, Oscaraibar o Manel Fontdevila. “Con Óscar incluso estuvimos trabajando en una serie para la revista Cairo llamada John Pájaro, y con Manel nos liamos la manta a la cabeza y publicamos un fanzine que tenía voluntad de revista, Mister Brain, donde metíamos todo aquello que las editoriales de entonces ya no estaban dispuestas a publicar”. Era un momento de resaca tras “el cacareado boom de los cómics, que a mí no me tocó ni de refilón. El agónico final de las revistas de los años 80 no daba, en la década siguiente, para imaginarte un futuro profesional. Me decía que no era yo quien abandonaba al cómic sino justo al revés, que es más exacto”.

Pep Brocal trabaja actualmente en un par de proyectos de largo recorrido, “pero todavía es pronto para entrar detalles”

Aquello obligó al parroquiano a reinventarse. “Me refugié en la ilustración de libros infantiles y juveniles y haciendo tebeos para las revistas Tretzevents y Cavall Fort, que continuaban apostando por el cómic, en este caso en catalán y para pequeños. Más tarde, fui publicando las aventuras del conejo Olaf así como las de Lily Megamosca, ambas para primeros lectores”. 

Y así siguió, “hasta finales de la primera década del nuevo milenio”. Entonces se dio cuenta de que aquel noveno arte también se había reinventado “y empecé a rescatar ideas, apuntes, historias, personajes, todo ese magma que se había quedado en el cajón a la espera de una segunda oportunidad”. Publicó Alter y Walter, Cosmonauta e Inframundo. El momento llegaba y ante mis ojos atónitos se abría una rendija por la que me colé”, explica, y hace una breve pausa para proseguir: “De hecho, y esto es un poco íntimo, esa vuelta al ruedo se la debo a mi pareja, con la que nos inventamos una movida, Badabum, una plataforma editorial para la experimentación en papel, obra gráfica, cómics raros, etcétera. Duró entre 2010 y 2016 y fue a partir de ahí que descubrí de nuevo la necesidad de contar cosas con dibujos, eso que resulta que era el cómic. ¡Y en esas sigo!”.

De entre sus obras, Pep Brocal se siente especialmente satisfecho de la adaptación del ‘Libro de las bestias’ de Ramon Llull.

En busca de las cicatrices urbanas

Barcelona es la ciudad en la que Pep Brocal estudió y a la que de joven peregrinaba los fines de semana en busca de emociones, alcohol y aventura, “siempre con mesura, nunca fui un loco”. También vivió aquí unos años, “hasta mi exilio post-pandémico, que me catapultó a 50 kilómetros por la vía de la costa, tren de Cercanías hacia arriba si no hay afectaciones”. Con Roser Mesa hicieron un libro, Anecdotario de Barcelona, donde recopilaron algunas de las anécdotas “que trufan esa otra historia de la ciudad que no tiene que ver con la Barcelona posa’t guapa, sino con sus cicatrices, esos rincones, fachadas, recovecos por los que se cuela su pasado lleno de historias, anécdotas, dramas y, también, momentos felices”. De esos episodios singulares, el parroquiano enumera sus dos predilectos: “el combate de boxeo entre Arthur Cravan y Jack Johnson en la Monumental, en 1916, y el personaje de Nicomedes Méndez, verdugo de la Audiencia de Barcelona entre 1877 y 1908, que, ya retirado y habitual de la tasca Can Ramon de la calle Vila i Vilà, relataba al que buenamente le invitara a una copa de vino sus experiencias con el garrote vil”.

Pero la ciudad se transforma, inevitablemente, y no siempre para bien. “Creo que Barcelona está viviendo la fase más triste de su historia, la pérdida definitiva e irreparable de personalidad, y es que básicamente se ha puesto a la venta. Todo vale, todo tiene un precio y todo se vende. Y si todo está a la venta, lo que vas a perder es todo”, reflexiona con cierta amargura, liquidando su gintónic mientras, arropadas por su quinteto, las manos de Monk alternan piano y celesta en Pannonica.

—Lo que no se va a perder es la impar oferta gastronómica de este Bar, por si le quieres hincar el diente. Tenemos menú, bocadillos, carta, raciones, tapas…

“Por lo general soy más de menú, ese ritual ordenado de primer plato, segundo plato, bebida y postre y/o café”, replica Pep Brocal, pensándoselo en ese siempre delicado proceso de toma de decisión, que depende del lugar y de la confianza que inspire quien se halla tras los fogones.

—Olvidaba decirte que, también, tenemos platos combinados.

El parroquiano ríe entonces con fuerza:

—¡Eso no! ¡Lo del plato combinado me parece una salvaje degeneración gastronómica!