“La música que yo hago es la de un barcelonés nacido en 1989, aunando todas las influencias sonoras que han pasado y dejado huella en esta ciudad: el jazz, el blues, el flamenco… todos esos estilos que se han vivido y respirado en nuestras calles”. El ritmo sincopado e hipnótico del Let’s do one in 7/8 de Ben Jones se apodera de la atmósfera nocturna del Bar, mientras el músico y compositor Pau Figueres cena a pie de barra una jugosa tortilla de Betanzos, premio gastronómico que se concede volviendo de un concierto donde, como siempre, se ha dejado el alma.
Su niñez transcurrió en un hogar en el que sonaba “mucha música, muy diversa y buena. Salsa, flamenco y folklores de diversos países”, músicas populares del mundo con las que crecer fue clave para su posterior desarrollo como músico.
“De hecho, mis padres son músicos y mi hermano y yo también lo somos”, afirma con una sonrisa entre tímida y situada en algún lugar donde las cosas se expresan más con acordes y notas musicales que con palabras. “Tocar para mí es expresarme de forma profunda, es trascender el pensamiento y conectar con algo muy grande, muy espiritual”.
Toda esta espiritualidad emerge en Latido (Satélite K) su nuevo disco, el tercero de una carrera en solitario iniciada hace algo menos de una década. Para esta ocasión, los dedos de Pau vuelan sobre las cuerdas y sobre los teclados de diversos sintetizadores analógicos para construir un exacto álbum de flamenco de nuestro siglo, combinando el respeto por la tradición con una mirada inquieta que busca trascender barreras, como en el pasado las trascendieron Camarón o Manzanita.
En busca del sonido puro
A los siete años Pau Figueres tuvo su primera guitarra, y aprendió a tocar el instrumento, a conocerlo cada vez más a fondo en base a una innata intuición que, posteriormente, puliría con estudios en el conservatorio, pero sin perder la esencia de quien toca y compone sobre todo basándose en su oído, en ese sentido de la musicalidad que nace de la entraña y guía el alma hacia melodías que parecen dictadas por designios sobrenaturales.
Estudió junto a algunos de los mejores: guitarra flamenca con Rafael Cañizares, Juan Manuel Cañizares, Diego del Morao y Antón Jiménez; guitarra clásica con Álex Garrobé, Laura Young, Feliu Gasull, Vicenç Mayol y, sobre todo, con el croata Zoran Dukić, “que fue algo que me marcó mucho en mi formación como músico”, y guitarra jazz con Wayne Krantz, Ben Monder, Adam Levy y Dani Pérez. A los dieciséis debutó profesionalmente. “Empecé acompañando a músicos increíbles como Lidia Pujol, Dani Espasa u Óscar Roig, gente muy buena, que casi me doblaba la edad. Aprendí muchísimo de ellos”.
Para Pau Figueres, tocar es “expresarse de forma profunda, es trascender el pensamiento y conectar con algo muy grande y muy espiritual”
Desde entonces, el parroquiano ha pisado infinidad de escenarios y estudios de grabación, ganado premios y tocado y amalgamado estilos diferentes en compañía de artistas como Mayte Martín, Rufus Wainwright, Carles Benavent, Toti Soler, Sílvia Pérez Cruz, Tal Ben Ari, C.Tangana y, sobre todo, Alejandro Sanz, al que acompañó durante tres años. “Para mí, trabajar con él fue un sueño cumplido”. Un plantel diverso de artistas y talentos que, de alguna manera, componen esa variedad musical, ese mundo sonoro de un barcelonés nacido en 1989.
Pero, además de componer y tocar, el músico tiene otra faceta de explorador del sonido. “Poco después de licenciarme en el ESMUC compré una guitarra Faustino Conde, que es la guitarra flamenca que tocaba Paco de Lucía… de hecho, ¡se la compré a un sobrino suyo, o sea que igual sí llegó a tocarla! El caso es que aquel instrumento me abrió nuevos mundos y me llevó hacia otros lugares. Para mí, su sonido es el punto de referencia, el modelo sobre el que comparo todas las demás guitarras”. Desde entonces, primero con el hoy difunto luthier Arcadio Marín y ahora con su discípulo, Joaquim Hernández Casasola, Pau trabaja en el desarrollo de una mejor guitarra flamenca, buscando la resonancia perfecta y la máxima exactitud de los graves.
Ciudad armoniosa
“Para mí Barcelona es una ciudad que conecta con el mundo, es armoniosa, aunque tal vez falten zonas verdes integradas dentro de su casco urbano y haya un exceso intolerable de obras. Pero tiene una perfecta dimensión humana y de eso te das cuenta, sobre todo, cuando vuelves de otros países. Por ejemplo, de Estados Unidos, donde la gente usa el coche para ir a cualquier lado”, glosa el parroquiano, que de la urbe no sólo elogia las dimensiones, el entorno y la arquitectura, sino también el carácter. “Ese que hace que puedas salir de tu casa y sentarte en una terraza a tomarte una caña al sol, mientras charlas con otros. Eso es algo muy de aquí”.
— Bueno, en verano igual al sol no, que pega fuerte.
“Sí, el calor húmedo de aquí es algo que no soporto”, ríe el músico, que liquida su último trozo de tortilla al compás de Best F in the world de Ben Jones.
— ¿Te apetece algún postre? ¿O tomarte algo?
El Bar se anima con el bullicio alegre de su paisanaje nocturno. Pau Figueres está a gusto, vuelve de un concierto y, aunque sabe que mañana no despertará tarde, sus horas de mayor actividad son más bien las vespertinas. Así que se dice, “pues claro que sí”, y pide:
— Un whiskito, por favor—, sin perder su sonrisa beatífica.