Nadia Ghulam
Ghulam, en la presentación de su nuevo libro. © theNBP

La activista afgana Nadia Ghulam sigue soñando con la paz

Pide volver a poner el foco en la pobreza y violencia que se vive en Afganistán y no olvidar a los refugiados que consiguieron escapar. Lo hace en su nuevo libro Somiant la pau, en el que reflexiona y aborda la realidad de su país natal, del que tuvo que huir por haberse hecho pasar por un chico para poder alimentar a su familia.

Hace menos de un año, Afganistán ocupaba todos los telediarios y portadas y todo el mundo tenía una opinión formada sobre lo que suponía el regreso de los talibanes al poder. Como sociedad adicta a la actualidad y la última hora, ese interés y vocación moralizadora se esfumó cuando llegaron otros titulares y ahora son pocos los que siguen preocupados por lo que pasa ahí. En su lucha constante por la paz, la activista afgana Nadia Ghulam (Kabul, 1985) levanta la voz para volver a poner el foco en su país natal.

En Somiant la pau. Una mirada femenina al nou Afganistan dels talibans (Rosa dels Vents), la autora desgrana reflexiones sobre la vida que tuvo que abandonar cuando solo tenía 21 años y sobre cómo esta se ha vuelto a ver sacudida con el regreso de los talibanes. No es su primer libro y sigue a una carrera literaria iniciada con El secret del meu turbant (Columna), Premi Prudenci Bertrana; La primera estrella del vespre (Rosa dels Vents); y el cuento infantil El país dels ocells sense ales (La Galera). Ella, que a los 16 años no sabía leer y pedía libros para solo tocarlos.

Ghulam tuvo que huir de Afganistán porque se había estado haciendo pasar por chico durante diez años para poder llevar algo de comer a casa, después de que su único hermano muriese y su padre enfermase. “Cuando no teníamos nada, nos alimentábamos del barro de las paredes de las casas. Puede que esa arenilla llenase el estómago y lo engañaba como lo hacíamos nosotros, imaginando que aquello que chupábamos era comida deliciosa”, narra.

Sobrevivió como pudo en el primer régimen de los talibanes, en una época sin cámaras ni móviles que le ayudaron a mantener su secreto, una ventaja que los afganos ahora han perdido. Víctima y superviviente de una bomba, Ghulam ha hecho de sus heridas, las visibles y las invisibles, su mejor arma para defender la paz: “Yo pensaba lo mismo que tú, que nunca me tocaría, que la guerra nos era lejana. Hasta que tuve ocho años. A veces me pregunto cómo pude salir de debajo de la destrucción que provocó la bomba que cayó en mi casa y cómo salí adelante con la vida en un país donde la violencia era —y es— nuestro pan de cada día”.

Ghulam pudo huir de Afganistán gracias a la ayuda que le proporcionó la periodista Monica Bernabé. Aterrizó en Barcelona el 11 de noviembre de 2006. “Me llevé las llaves de casa, por si, cuando volvía, mi madre no estaba”, cuenta. De momento, ya han pasado 16 años. “Había salido de Kabul vestida de hombre y pensaba que en Europa tendría que seguir haciendo ver que era un chico para poder ser tan libre como me lo había permitido serlo en Afganistán”, continúa.

No fue así y, con el apoyo de su familia de acogida de Badalona, pudo salir adelante. Aunque con dificultades. Como darse cuenta de que aquí su certificado de bachillerato no servía. Pero no importó y se sacó dos grados superiores, una carrera universitaria y un máster. Todo ello para dedicarse a llevar la paz a su país natal y a crear “agentes de la paz” allá donde vaya, con charlas y participando en cualquier lado donde la llamen. Trabaja como educadora social en Fundesplai y lidera la asociación Ponts per la Pau, a través de la cual da cobijo a unas 300 chicas afganas, facilitándoles dinero para que puedan estudiar. Ahora, con el regreso de los talibanes, también se dedica a cubrir necesidades más básicas.

Trabaja como educadora social en Fundesplai y lidera la asociación Ponts per la Pau, a través de la cual da cobijo a unas 300 chicas afganas

Las secuelas que le dejó el bombardeo han hecho que Nadia Ghulam haya pasado 21 veces por quirófano, doce en Afganistán en condiciones muy duras y sin anestesia, y nueve más en Barcelona y Mallorca. La última vez que lo hizo, en abril de 2021, pensó que se podría regalar un verano para ella, ya sin los dolores que la bomba le dejó en el cuerpo: “Decidí que no iría a ningún campo de refugiados ni volvería a Afganistán para ayudar, sino que me dedicaría a mí misma y disfrutaría del tiempo libre. Por una vez en la vida me quería cuidar, como hacen mis amigos y amigas de Europa”.

La enfermedad de su padre catalán y el regreso de los talibanes trastocaron sus planes. Se desvivió para intentar traer a su familia a Barcelona, quienes ya hacía años que habían perdido esa esperanza: “Siempre les decía que pronto tendría los documentos necesarios y el permiso de trabajo y podría hacer el reagrupamiento familiar y traerlos aquí”. Y es que Ghulam siempre ha sido tratada como una inmigrante ilegal, aunque cumplía con todos los requisitos para ser reconocida como refugiada. Estuvo cinco años sin permiso de trabajo y aún no tiene la nacionalidad española. “Si no hubiese sido por mi familia de acogida, mis padres catalanes, ni tan solo yo podría vivir aquí”, critica. La última vez que pidió la nacionalidad, se la denegaron porque le faltan el certificado de nacimiento y el de delitos penales: “¿De verdad alguien que conozca mi historia (…) piensa que los talibanes emitirán un certificado de delitos penales a mi nombre para que pueda vivir en paz en cualquier lugar del mundo?”.

Nadia Ghulam
La última vez que Ghulam pidió la nacionalidad, se la denegaron porque le faltan el certificado de nacimiento y el de delitos penales. © Eloi Codina

Con un tuit dirigido al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hablando del peligro que amenazaría a su familia si se quedaban, obtuvo muchas respuestas, lo que hizo que le llamase el Ministerio de Asuntos Exteriores. No pudo traer a su madre, que prefirió que salvase a una prima que se había quedado viuda con dos hijos a su cargo, “¿cómo podrá sobrevivir en el régimen de los talibanes?”, y a una de sus hermanas. Llegaron a Torrejón de Ardoz y, cuando Ghulam se dirigía hacia ahí, llamada por la ONG del chef José Andrés para cocinar para los refugiados, trasladaron a su familia a Salamanca. Ahí aún siguen, en una casa de acogida, donde es muy difícil poderles ver. Tampoco pueden venir a Barcelona con Nadia Ghulam, a pesar de que les ofrezca casa y les pague el trayecto, porque saldrían del circuito de protección internacional sin tener aún una resolución de todos los trámites.

No pudo traer a su madre, que prefirió que salvase a una prima que se había quedado viuda con dos hijos a su cargo, “¿cómo podrá sobrevivir en el régimen de los talibanes?”, y a una de sus hermanas

Un abandono que no parece que vaya a mejorar. Sin olvidar que la situación de los que no pudieron salir de Afganistán no hace más que empeorar, con la desnutrición infantil y la pobreza extrema creciendo a pasos agigantados, lo que lleva a muchos a vender órganos o a sus propias hijas. “Las colas para conseguir pan son largas para los que hace meses que no cobran nada y la comunidad internacional ha decidido apagar el foco sobre este trozo del mundo”, denuncia.

Lo peor es ver cómo los medios occidentales se obsesionan con polémicas que para Nadia Ghulam no lo son. “Si me pongo en la piel de una niña de 12 años de Kabul que está pasando hambre, no puedo entender que el titular sea que decapitan maniquíes”, censura. Un interés mediático que, además, cada vez va a menos, con la guerra en Ucrania. “Veo cómo tratan a los ucranianos en la frontera con Polonia, como les esperan con una flor y comida caliente. Y, pienso, ¿por qué no se trata de una manera igual de humana a todos los refugiados? ¿Puede que haya categorías de refugiados?”.

'Somiant la pau' Nadia Ghulam
En Somiant la pau, Nadia Ghulam desgrana reflexiones sobre la vida que tuvo que abandonar cuando solo tenía 21 años y sobre cómo esta se ha vuelto a ver sacudida con el regreso de los talibanes.