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veces nada es lo que parece (o parece más de lo que es). Quería empezar este reportaje con la letra ‘a’ (si seguís leyendo entenderéis el porqué). En el universo de Jordi Larroch (Barcelona, 1978), los elementos que tunea y, luego, fotografía cobran dimensiones insospechadas. Su objetivo es invitar a la mente a jugar. Con la imaginación. Con significados quizás no tan evidentes. Con las dobles… No, no espera… con las muchas lecturas que propician unas imágenes que consiguen que pases de la sorpresa a la reflexión.
“Me cuesta sentirme poeta, incluso fotógrafo o artista. Son palabras a las que les tengo mucho respeto. Además, los poetas son normalmente gente mayor y yo me siento más cómodo con los cuentos, así que si quieres soy un… ¡cuentista!”
Es la hora del ‘(RECREO)’. Así, entre paréntesis y en mayúsculas. Así es como el artista titula su nueva exposición. “Es un juego de palabras: recreo remite al patio del colegio, de ahí lo del paréntesis. Es un paréntesis entre clases, cuando en teoría dejas de aprender (y anda que no aprendes sobre otras materias). Es tiempo de esparcimiento, de diversión. Recreo viene también de crear; de recrear, de recrearte, de volver a inventarte. Y a partir de este concepto surgió todo lo demás. Quiero que la gente libere la mente con estas fotografías”, explica Jordi. En su nueva muestra incluye un total de 25, aunque bajo esta misma premisa realizó 40. Y las encontrarás expuestas en el Centre Cívic Golferichs de Barcelona (la entrada es gratuita).
El término más manido para este tipo de fotografías es el de “poesía visual”. Pero Jordi Larroch es tan modesto que prefiere optar por otros como “metáforas plásticas”. “Es que me cuesta sentirme poeta, incluso fotógrafo o artista. Son palabras a las que les tengo mucho respeto. Además, los poetas son normalmente gente mayor y yo me siento más cómodo con los cuentos, así que si quieres soy un… ¡cuentista! Aunque no creas, el cuento también me da respeto, ¿eh? ¿Quién de pequeño no ha cogido una escoba para utilizarla como micrófono? El propio objeto tiene esta capacidad de evocar sueños. O quizás lo que hago son fábulas, que aún son más cortas que los cuentos. Pero espera, que entonces derivo la palabra y soy “fabuloso”. No, no, eso menos todavía”, ríe en mitad de la sala de exposiciones rodeado de sus fabulosas (él que diga lo que quiera) fotografías.
Que Jordi Larroch sea un fotógrafo conceptual y domine tan bien el uso de las emociones es fruto de muchos años dedicado al arte, aunque sea a distintas disciplinas. “Estudié música en el Taller de Músics de Barcelona. Quería ser batería. Por amor me fui a vivir a Pamplona y no encontraba trabajo, así que empecé a comunicarme a través de la fotografía”
Otra constante a la que se enfrenta Jordi es la de las cansinas comparaciones con Chema Madoz. “Hay poca cultura fotográfica y siempre se acaba nombrando a los mismos, pero antes hubo otros como Daniel Gil, que hacía las portadas de Alianza Editorial”, aclara. Lo cierto es que es inevitable acudir a los referentes totémicos (aunque le pese). “Y luego están los puristas que se molestan cuando titulamos las fotografías, que usemos la palabra cuando la imagen ya habla por sí misma –añade-: En realidad, me parece un debate absurdo y retrógrado. El título no está en medio de la obra. Es una opción más. Una herramienta más para jugar”.
Lleva toda la razón. De hecho, recomiendo detenerse en los ingeniosos y reveladores títulos de sus estampas. Dejadme poner un ejemplo: ‘La idea oculta’ es como bautiza a un cascanueces puesto del revés. Al menos, esto es lo que ves al primer golpe de vista. Pero se te enciende la bombilla (literal) cuando observas la forma que queda debajo, en el interior del utensilio: es una de las de toda la vida, con rosca. En definitiva, el título te da una ‘idea’ sobre cómo ver la luz.
Que Jordi Larroch sea un fotógrafo conceptual y domine tan bien el uso de las emociones es fruto de muchos años dedicado al arte, aunque sea a distintas disciplinas. “Estudié música en el Taller de Músics de Barcelona. Quería ser batería. Por amor me fui a vivir a Pamplona y no encontraba trabajo, así que empecé a comunicarme a través de la fotografía. Creé un perfil en Instagram llamado Para 4 gatos en el que colgaba fotos que tomaba en la calle, con títulos más o menos graciosos. Funcionaba bien y había quien me preguntaba si era guionista. El caso es que luego conseguí varios trabajillos que me impedían salir tanto al exterior y empecé a tomar fotos en casa. Algunas eran auténticas chorradas, con su toque de humor. Un día Chema Madoz me regaló el libro ‘Obras maestras’ y me acordé que teniendo yo 17 añitos vi la exposición Chema Madoz y Joan Brossa (Fotopoemario) y pensé que yo ya sabía lo que estaban diciendo. Que yo también podía usar ese lenguaje. Además, siempre he estado obsesionado con la letra ‘a’. Con ‘A’ empiezan los nombres de mis dos hijos. Y dos ‘as’ llevo tatuadas en el brazo -relata mientras me las muestra-. Y Brossa (considerado uno de los padres del poema objeto) jugaba mucho con esta misma letra. A raíz del libro de Madoz me encerré en una habitación y empecé a hacer fotos sin parar, a vomitar a destajo. En un año llegué a hacer 500. Las iba colgando en las redes sociales y veía que gustaban. El boca a oreja empezó a funcionar y me pude dedicar a esto”.
La música, de alguna manera, no la ha abandonado puesto que se cuela en varias de sus fotografías. En ‘(RECREO)’ titula unas gafas rotas que enseguida relacionas con John Lennon ‘Imagine’. Un chupete tuneado con una mini bacía de metal a lo Quijote lleva por nombre ‘Esos locos bajitos’ como claro guiño a Serrat. Y un vinilo de Vetusta Morla (el detalle de a quién pertenece el disco se lo sonsaco por curiosidad) sirve de ala a un sombrero negro en ‘Harmonía’.
La infancia, la suya y la de sus hijos, está muy presente en ‘(RECREO)’. “Cada foto tiene detrás una experiencia personal y habla del paso del tiempo, de cómo se nos escapa, de que no debemos de perder la oportunidad de disfrutarlo”
Su imaginación de altos vuelos no pasa desapercibida. Y la vena artística la tiene desde bien crío. “Con 4 años ya me apuntaron a clases de dibujo porque la profesora dijo que se me daba bien. En casa, cuando me castigaban al cuarto encerrado, para mí era maravilloso. Era justo lo que quería: encerrarme y dibujar. Luego me dio por escribir. Ganaba los concursos del colegio pero me negaba a recoger los premios. En cierta ocasión pedí que me dieran el segundo para no tener que pasar por ese trago”.
La infancia, la suya y la de sus hijos, está muy presente en ‘(RECREO)’. “Cada foto tiene detrás una experiencia personal y habla del paso del tiempo, de cómo se nos escapa, de que no debemos de perder la oportunidad de disfrutarlo”. Otro detalle a tener en cuenta es que “en ninguna de las imágenes hay un montaje fotográfico, ¡todo es real! Todos los objetos existen… todavía. Bueno, menos esta manzana que se ha podrido, claro” [la manzana en cuestión tiene un anzuelo en vez del palito habitual y lleva por título ‘El pecado’]. Que quede claro: Jordi Larroch no usa el Photoshop. “Es más, me he pasado a lo analógico para ser todavía más detallista. Tengo que tirar 12 fotos y aprovecharlas al máximo, buscar la luz perfecta”.
La vida es muy corta para solo ver fotos de influencers en Instagram, ¿no crees? “Lo tengo clarísimo: el mayor influencer que hay es el bostezo: si yo bostezo, tú bostezas y al hacerlo te faltará oxígeno en el cerebro. Como concepto mismo, me aburre”. Para Larroch, Instagram [jordi.larroch] es una plataforma que le permite compartir su obra. “La utilizo porque me da juego. Y me da la opción de las Insta histories y de hacer gifts”.
En sus universos paralelos en blanco y negro hay varias piezas del dominó en las que los puntos pueden cobrar vida o simbolizar la muerte. En uno de estos gifs que menciona los seis puntos son ojos que se mueven. Pero otra fotografía, llamada ‘El muro’, surgió tras una conversación sobre Trump. “Se me ocurrió coger una pieza con un seis a un lado y blanco al otro, y transformar la raya de en medio en un alambre de espino como las que usan para impedir la entrada de inmigrantes”.
La fotografía como registro de la memoria (y más allá). Belleza, poesía, denuncia, realidades que transformar, simbología y minimalismo en pleno chaparrón digital. Los objetos que utiliza están desnudos de ornamentaciones superfluas y cuando los junta es para dotarles de un nuevo significado. Su narración visual es juguetona, delicada, impactante. Divertida o crítica. Lúcida y ocurrente. Y siempre, siempre, invita a soñar.