Rodrigo Fresán
El escritor argentino, afincado en Barcelona, Rodrigo Fresán.

Rodrigo Fresán: “Yo siempre quise ser escritor”

El escritor argentino, residente en Barcelona, nos atiende para hablar de su última novela, de Herman Melville, de las posibilidades de la ficción, de sus obsesiones literarias y de su visión del mundo

La noche del 10 de diciembre de 1831 Allan Melvill cruzó el congelado río Hudson. Volvía de Manhattan, donde había intentado saldar sin éxito sus deudas. Al llegar a casa, cayó profundamente enfermo y los últimos días de su vida los pasó delirando en la cama, mientras a sus pies, un Herman Melville de 12 años escuchaba atentamente. El escritor argentino Rodrigo Fresán, afincado en Barcelona desde hace más de dos décadas, recrea en su última novela, Melvill, aquel episodio que finalmente devendría clave en la vida del autor de Moby Dick y Bartleby, el escribiente.

Fresán retrocede a la historia de Melville para hablar de sus viejas obsesiones como autor: la memoria, el tiempo, las relaciones entre padres e hijos y el sublime secreto de la creación literaria. Este es un libro misterioso y torrencial, que escapa a toda definición porque lo que busca no es encerrarse, sino expandirse sobre los tiempos, como el reflejo de una gran ballena blanca sobre el océano infinito.

La novela, que desde hace unos días ya se encuentra en librerías, está publicada por la editorial Literatura Random House, y ya se ha confirmado una segunda edición de la misma. “Incluso libros como los míos pueden sintonizar con el lector”, bromea el argentino. El 29 de enero se presentó en la Central de Barcelona, junto a la también escritora Laura Fernández.

 — Hay un momento de la novela en el que dices que la literatura en el fondo no importa. Después de un buen puñado de libros publicados, ¿por qué escribir o seguir escribiendo?

— Porque no sé hacer otra cosa. Esto es lo único que sé hacer más o menos bien… Hasta para atarme los lazos de los zapatos soy bastante estúpido. No hay plan B, salvo ganar el Euromillón, que es lo único que podría detenerme un rato de escribir. Desde que tengo memoria, incluso antes de saber escribir o leer, quise ser escritor. Me siento bastante privilegiado de realizar mi vocación primigenia. Cuando eres niño quieres ser Batman o Superman, o jugar en la selección, o incluso hay niños perversos que quieren ser presidentes o jefes de gobierno. Yo siempre quise ser escritor.

— En Melvill vas desde un momento pequeñito: un padre regresando a casa, cruzando un río helado, a la obra de un escritor tan inmenso como Herman Melville. ¿Cómo sale indemne uno en ese universo de bibliografía, de la propia obra del autor, de imaginarse una vida entera…? ¿No es obsesivo ese trabajo?

—Melville escribió Moby Dick, que es un ente revolucionario a la altura del Quijote o de Tristram Shandy. Un libro que no solo recoge lo que viene antes, sino que anticipa lo de después. Es un poco como los Beatles. Me encanta la literatura de Melville, pero el desafío para mí, en este caso, era luchar contra mi naturaleza de escorpión y escribir un libro sobre el padre de Melville.

— Tuvo que dejar muchas cosas fuera.

— Lo que me interesaba era que nada fuese más épico que esa especie de humilde y doméstico cruce de un río congelado por parte del padre, mientras regresa a casa a morirse en la cama. Yo entendía que el verdadero tema era ese, pequeño e íntimo. Me gustaba trabajar con tres elementos claros y verdaderos: uno es el cruce del río, el otro es que el pequeño Melville estuvo en cama con su padre moribundo y delirante y el tercero es esa letra que se añade al apellido, cuando el padre muere, para escapar de las deudas. Lo que me hubiera gustado a mí es que los dos hubieran cruzado el río, porque hubiera explicado muchas obsesiones del autor. Pero eso no ocurrió en la realidad, y mi tarea como escritor es poder hacer que ocurra en la ficción.

“Escribo libros porque no sé hacer otra cosa. No tengo plan B. Lo único que podría detenerme un rato de escribir sería ganar el Euromillón”

— La literatura te permite creer que eso sucedió.

— Sí, y la literatura me deja meter, aunque sea cronológicamente imposible, a todos mis fetiches en un libro ambientado en el Siglo XIX: los Beatles, Bob Dylan, Franco Battiato, Qué bello es vivir u Odisea en el espacio… Está todo metido ahí, incluso personajes de otros libros míos. Porque dentro la literatura el tiempo solo es un juego. Nabokov decía que el tiempo no existe, que es una percepción consensuada para poder saber qué día es hoy y qué hora es, pero el tiempo es absurdo. Me sorprende mucho cómo se habla de los grandes monumentos de la novela realista, como Anna Karenina o Madame Bovary. Esos libros son lo más irreal que existe. La idea de que la trama de una vida está organizada tan dramáticamente, con arcos tan claros… eso no es nada realista. Lo que nosotros entendemos como realidad, o lo que percibimos como el fluir de una vida, es algo mucho más espasmódico, intermitente, impredecible, inconstante, narrativamente incoherente, e ilógico. O incluso aburrido. Lo que es realista es la vida, no las novelas.

—Has dicho alguna vez que toda tu obra es una obra en marcha. Que tus novelas no terminan.

—Me gusta siempre usar la misma imagen: son diferentes habitaciones o lugares de una casa donde yo voy prendiendo o apagando la luz, entrando y saliendo. Por eso hay diferentes personajes que aparecen en distintas obras mías.

“Lo que es realista es la vida, no las novelas”

—Esta es una novela sobre la relación entre padres e hijos. ¿Has pensado en tu propia infancia escribiendo sobre los Melville?

—Siempre pienso en mi infancia, es un tema que está en todos mis libros. La infancia es el lugar en el que me sucedieron todas las cosas por primera vez, y seguramente de la forma más radioactiva posible. En mis libros está eso, pero también el misterio de la vocación. Y de un tiempo a esta parte, desde que tengo un hijo, está mi visión como padre: me interesan los lazos de sangre paterno-filiales, saber cómo los padres reescriben a sus hijos y los hijos a sus padres. Y los corrigen. Y también como los hijos cambian a los padres y cómo los padres a los hijos.

escritor Rodrigo Fresán
Portada de Melvill, la nueva novela de Rodrigo Fresán

—Me interesa esa herencia sentimental que dejas intuir en el libro. El dolor heredado.

—Siendo padre lo comprendes todo de nuevo. Pero este es un asunto que está en todas partes. Sin ir más lejos, en la Biblia. Pocas relaciones hay más complicadas que la de Jehová con Jesucristo, donde este le termina diciendo Padre, ¿por qué me has abandonado?. Y esa es una cosa que un hijo le puede decir a un padre, pero también un padre a un hijo.

—Ya en tu primer libro de cuentos, (Historia argentina, Anagrama, 1993) decías que todo puede ser contado de varias maneras, y que el universo no es un ‘todo’ indivisible. ¿Qué importancia tiene para ti el lugar desde el que un escritor decide poner la mirada?

—Eso es lo más divertido de escribir. A partir de los errores se acaba configurando el estilo. Tendemos a pensar que el estilo de un escritor es algo que busca, busca, busca y finalmente encuentra, pero el estilo es el resultado de cantidad de equivocaciones que acaban pareciendo aciertos. Supongo que hay escritores que piensan que el estilo es otra cosa, algo mucho más científico y preciso. Hay quien no se sienta a escribir hasta que lo tiene todo perfectamente claro en su cabeza, pero yo no soy ese tipo de escritor. Soy más un lector que escribe que un escritor que lee. Me niego a perder mi condición de lector incluso conmigo mismo, porque me gusta sorprenderme mientras estoy escribiendo. ¿Por qué este personaje llega aquí o viene de ahí? Yo, por ejemplo, no sabía que en mi libro Allan Melvill iba a acabar en Venecia junto a una tribu de vampiros fantasmagóricos.

—En un momento dado dices que no solo importa lo que se escribe sino lo que no se escribe. Lo mismo pasa en la vida: somos lo que somos no sólo por lo que nos ha pasado, sino por lo que podría haber pasado.

—Seguramente sí. Y eso le pasa a todo el mundo, también a un odontólogo o a un panadero, no solo a un escritor. Tal vez si eres escritor piensas más en esa idea, ya que puedes imaginarte a ti mismo como si fueras un personaje protagonista de tu vida, que además se cruza con personajes protagonistas de otras vidas. Nabokov decía que la realidad está sobrevalorada. No hay que pensar mucho en todo esto. Todos vivimos en una realidad que hemos asumido como cierta para no volvernos locos.

“Todos vivimos en una realidad que hemos asumido como cierta para no volvernos locos”

—Has dicho una cosa que para mí es clave, y es que vivimos nuestra vida como si fuera una novela. Nos relatamos a nosotros mismos.

—Hay que tener cuidado porque puedes acabar como el Quijote o Madame Bovary, la tentación de novelizarse hay que manejarla con cierta cautela y mesura. Pero, por ejemplo, cuando la familia de Melvill(e) decide poner una “e” al final del apellido para escapar de las deudas, no están sino reescribiendo su historia o su vida.

—En tu anterior obra, una trilogía de 2001 páginas en total (La parte inventada, La parte soñada, La parte recordada) hablabas sobre un personaje que había dejado de escribir. Ahora publicas esta novela, precisamente sobre un autor, Melville, que dejó de escribir durante mucho tiempo. ¿Qué te interesa del silencio literario?

—No deja de ser algo apasionante. Cualquier tipo de renuncia es una acción llena de ocurrencia. No hay un gesto más dramático ni más potente que el dejar de hacer algo. No hacer algo es más impactante que hacerlo. Mi anterior obra y esta son opuestas y complementarias, porque la trilogía es como un universo gigantesco que se va haciendo pequeñito y acaba en un gesto final, doméstico y familiar, como es el de alguien yendo a buscar a un niño a un colegio, un gesto sin épica. Y este nuevo libro es el camino opuesto: sale de un momento muy peculiar y pequeño, como es el cruce de un río congelado, y termina por abarcar no sólo la vida y la obra de Melvill, sino su idea cosmogónica del tiempo y de la historia.

“Esta obra termina por abarcar no sólo la vida y la obra de Melvill, sino su idea cosmogónica del tiempo y de la historia”

—No sé si actualmente tiene mucho sentido el definir la literatura por países e intentar diferenciarla tanto. Pero, después de 20 años viviendo en Barcelona, ¿de dónde siente que es parte tu escritura?

—Me gusta mucho una cita de Vonnegut en Matadero Cinco, donde habla de los libros que son “transformadorianos”. Libros que no tienen ni principio, ni centro, ni final; que son una sucesión de instantes maravillosos todos aconteciendo al mismo tiempo. Me gusta pensar que soy un escritor así: transformadoriano. O extraterrestre. Si me obligas a pedir un pasaporte, ese es: extraterrestre.

—¿Todos los escritores buscan las mismas cosas?

—Hoy en día todo el mundo es escritor, porque todo el mundo cuenta y miente sobre su vida en redes sociales. Eso es ser también, de algún modo, escritor. Pero todo escritor auténtico busca la soledad. Incluso antes de sentarse a escribir cualquier palabra siente la necesidad de estar solo. Leer o pensar son cosas que se necesitan hacer solo. Como escritor no se busca una generación o un grupo literario, ni siquiera se busca una nacionalidad o una escuela estilística, porque siempre se lee y se escribe desde la soledad.

“Hoy en día todo el mundo es escritor, porque todo el mundo cuenta y miente sobre su vida en redes sociales”

—Para acabar: al final del libro hay un epílogo con agradecimientos a músicos, películas o escritores… Ahí convergen Dante, Bob Dylan o Paul Thomas Anderson. Pensaba que nos pasamos la vida entrando y saliendo de ficciones. ¿Tan insoportable es la realidad?

—Ese agradecimiento es real, ahí no miento. Yo solo miento en los libros. Nuestras influencias nunca fueron exclusivamente de escritores, a mí me sorprende cuando me dicen que soy un escritor pop. Cuando Jane Austen escribe esos capítulos repletos de bailes de la época, o Fitzgerald con el jazz, o Kerouac con el Bebop o incluso Borges con los tangos, están siendo pop de su época. Y Melville con todo su afán enciclopédico de lo que rodea a los marineros. Sucede que el arte es también la realidad. Y sería insoportable si todas esas canciones, películas o libros no fueran parte de lo real, pero por suerte lo son y hay momentos en la vida en los que la realidad solo es eso: un libro, una película, una canción.