Lo de Àurea Juan Perelló yendo arriba y abajo, hablando con libreros, editores, distribuidores y escritores de la ciudad, sin parar ni un momento y sin perder el optimismo necesario para seguir apostando por la letra escrita en este erial cultural, es una estampa clásica del entramado bibliófilo barcelonés.
Y es, claro está, también es una cuestión de pura vocación: “Podríamos decir que mi afición es mi profesión, y me siento muy afortunada por ello”, explica, con un vermú en la mano, dejando que la radio suene de fondo, la actual codirectora de la librería Finestres y entusiasta activista del asunto librero.
— ¿Y esto de los libros te viene de toda la vida?
— Lo cierto es que estudié Historia del Arte aunque, muy pronto, en la universidad, empecé a trabajar como librera, que es lo que creo que me define. ¡Sí, mi oficio me define, y no cambiaría nada de todo lo que he hecho en este sentido!
Finalizados sus estudios, le dio tiempo a cursar un posgrado en Filosofía y Estética del Arte Contemporáneo en la Fundación Miró, a ejercer de comisaria independiente en centros cívicos de Barcelona e incluso a coordinar el proyecto artístico Propostes d’Art a les Instal·lacions, en las piscinas Picornell. Pero, por entonces, ya había empezado a trabajar en la librería Proa, del Teatre Nacional de Catalunya, y el veneno bibliográfico ya corría por su riego sanguíneo. El paso estaba a punto de ser dado.
“De lo que más orgullosa me siento es de haber tenido la valentía de abandonar profesionalmente el mundo del arte para apostar por el del libro. De haber sido tenaz, inquieta y curiosa y apostar por dedicarme a lo que me dedico”, afirma satisfecha.
La vida entre tomos
La zona de confort vital de Àurea Juan Perelló se define y delimita entre libros, libreros y lectores. Desde 2005 ha trabajado en distintas librerías y editoriales como Alibri, Bertrand, Casa del Libro, Gremi de Llibreters de Catalunya, Nórdica Libros o Editorial Base. Todo lo cual la ha llevado a codirigir Finestres, la ambiciosa librería promovida por el empresario Sergi Ferrer-Salat.
“Creo que las librerías son el mejor espacio en el que dejar pasar el tiempo y perderse. Son, además, lugares indispensables en cualquier ciudad para que esta siga viva”.
— Y hablando de ciudades, ¿cuál es tu relación con esta Barcelona, que vives tan a fondo?
— Pues como la que puedas tener con la familia o alguien muy cercano: a veces la adoras y a veces la aborreces. Me siento muy, muy unida a la ciudad, es parte de mi identidad. Lástima de la suciedad, el ruido y, sobre todo, la falta de verde, que por mucho que insistan en hacernos creer que esta es una ciudad verde, no lo es.
Una Barcelona de leyenda
El amor por la urbe se traduce en una sonrisa de oreja a oreja cuando a Àurea se le pregunta por alguna leyenda o episodio histórico local predilecto: “Soy muy fan de acumular anécdotas y, sobre todo, leyendas truculentas de la ciudad. Mis dos preferidas incluso las podéis encontrar en formato libro, ya que se han transmitido por vía literaria. La primera es la de El llibreter assassí de Barcelona, que nos ha llegado de la mano de distintos autores tales como Gustave Flaubert, Charles Nodier y Miquel Planas. La leyenda viene a explicar la locura que invade a un librero en el Call de Barcelona a causa de su atracción fatal por los libros que atesoraba”.
— ¿Y la segunda?
— “La segunda que me encanta está escrita por Jaume Piquet, en 1886, quien la trasladó a una obra de teatro —la parroquiana abre mucho sus ojos de un azul metálico que, según dé la luz, puede cobrar tintes de verde vivo, degustando cada palabra de la narración—. Se trata de La monja enterrada en vida y es una leyenda de ecos donjuanescos en la que una joven es obligada por su padre a ingresar en un convento para evitar que se case con un liberal. Para apropiarse de la dote de la novicia, el mosén y la abadesa del convento la entierran viva. Parece ser que tuvo mucho éxito en la Barcelona urbana del siglo XIX”.
Apurado el vermú y encargado el siguiente, Àurea Juan Perelló no pierde la sonrisa franca, mientras busca alguna otra mitología de la ciudad que narrar a pie de barra, para deleite de una concurrencia que se apelotona a su alrededor y que, cuando ella marche, con un poco de suerte, no tardará en salir disparada hacia la librería más cercana.