— Soy una adicta del café. Hasta que no me tomo el primero del día, no soy persona.
— ¿Entonces marchamos un café espresso?
— No, mejor un cortado, que a estas horas me apetece más. ¡Pero sírvelo en taza, por favor! ¡No soporto los cortados en vaso que te queman los dedos!
La escritora Berta Jardí sonríe acodada a la barra, a media mañana, mientras un silencio únicamente turbado por los sonidos de la calle inunda el Bar y acompasa la conversación.
“He nacido en una casa de la derecha del Eixample, de una familia muy de aquí. Soy barcelonesa por los cuatro costados”, explica la autora de títulos que reflejan con profundidad, afecto y un indubitable toque de ironía la idiosincrasia de la ciudad como La portentosa vida del sastre Bariloche, Un concert memorable o L’home del barret. En estos días presenta su sexta novela, La bibliotecaria del front (Univers), “inspirada en los meses en que una joven bibliotecaria, Aurora Díaz Plaja, viajó al frente de la Guerra Civil en un bibliobús, una biblioteca ambulante creada para llevar libros a los combatientes y a los heridos que se recuperaban en los hospitales de la retaguardia”.
Licenciada en Filología Catalana, Berta ha trabajado como periodista cultural para una gran cantidad de medios como El Periódico, El Temps o El Món y, como gestora cultural y jefa de prensa, ha estado involucrada en multitud de proyectos como las Joventuts Musicals de Barcelona, la Mozartiana o la Fundació La Caixa. “Todos eran trabajos muy interesantes y muy absorbentes que habrían sido imposibles de compaginar con la escritura, a la que no me he podido dedicar plenamente hasta que me ofrecieron la posibilidad de acogerme a una prejubilación. Fue en aquel momento cuando dejé de ser una escritora de domingo para dedicar todo el tiempo libre de que dispongo a hacer lo que realmente me apasiona: escribir”.
El perfecto caldo de cultivo
En la infancia de Berta Jardí no han faltado algunos ingredientes fundamentales que han ido conformando a la escritora, periodista y activista cultural en que se iba a convertir. De entrada, el amor por la lectura. “He tenido el privilegio de vivir en un entorno familiar donde la lectura formó parte de mi infancia. Además de los libros de la biblioteca de mis padres o de libros infantiles, mis hermanos y yo hemos sido grandes devoradores de tebeos. La lectura me ha llevado de una manera natural a la escritura”.
En la infancia de la parroquiana no han faltado algunos ingredientes fundamentales que han ido conformando a la escritora, periodista y activista cultural
Pero hay otros ingredientes que conformaron ese caldo de cultivo en el que se cocinó a la futura escritora. “Cuando era pequeña, me dormía hipnotizada con la mirada clavada en unos trazos, como dedos, que cruzaban el techo de mi habitación de lado a lado. Mi abuela, que vivía en casa con nosotros, me explicó que eran marcas de balas que habían sido disparadas desde la calle. Aquella historia me impresionó muchísimo y en mi imaginación infantil la revivía como si se hubiera producido una trifulca de gánsteres delante casa. Tiempo después supe la verdad: aquellas eran las huellas de un tiroteo que había tenido lugar en la madrugada del 19 de julio de 1936 en el chaflán de enfrente, entre un grupo de soldados facciosos y un pelotón de Guardias de Asalto fieles a la República. Fue el enfrentamiento que Agustí Centelles captó en una fotografía en la que se ven unos hombres disparando parapetados detrás de unos caballos muertos y que fue portada del Newsweek, dando la vuelta al mundo como testigo gráfico de la guerra que acaba de estallar en España”.
Además de libros e historietas, la infancia de Berta se nutrió de fantasías articuladas alrededor de una realidad histórica todavía palpable. Una realidad que la hipnotizaba cada noche.
Una ciudad a la que volver, pero sólo como turista
Hace veinte años que la escritora reside en el Penedès, pese a las inconveniencias de quien tiene que desplazarse a diario a Barcelona por motivos laborales: “Con un transporte público siempre deficiente, el hecho de llegar a casa a horas intempestivas cuando el trabajo se complica y tener que renunciar a algunas actividades culturales a las que me interesaría asistir por una cuestión de horarios”. Pese a todo ello, asegura que ahora mismo no volvería a vivir en Barcelona. “Encuentro que la ciudad se ha convertido en un escaparate global, banal, sucio y ruidoso. Me entristece ver como cada vez hay más barrios que están perdiendo su esencia u otros que ya la han perdido totalmente”.
“La ciudad se ha convertido en un escaparate global, banal, sucio y ruidoso”
Su obra tiene mucho de conservación histórica y sentimental de una Barcelona extinta ya (o casi). “Saber estar iba precisamente de esto: veinticuatro horas de una señora del Eixample que transcurren en unas calles, en un mundo, que ya no reconoce. De los barrios que se transforman y de los oficios artesanos que se extinguen iba mi primera novela, La portentosa vida del sastre Bariloche, que narra el día a día de un sastre, enamorado de su oficio y que odia el Tergal y que ve cómo se va extinguiendo su sastrería en un barrio en plena transformación”.
Eso sí, desde que se prejubiló, la parroquiana reconoce estar reconciliándose con su ciudad, “¡pero desde la distancia! Vengo a menudo en Barcelona a hacer de turista. ¡Y eso me encanta!”.
— Aprovechando que hoy estás aquí de guiri, te puedes dejar tentar por un almuerzo. Aquí tenemos de todo y riquísimo.
Berta Jardí se lo piensa unos instantes, valorando la hora, el lugar y lo que realmente le apetece en estos momentos.
— Una cosa que me encanta es el café gourmand que te ofrecen en muchos establecimientos de Francia, que sería rollo tapas, pero dulces. Es decir, un café con cuatro o cinco mini porciones de postres. No sé si tendrás algo parecido.
Y sonríe mientras, desde el otro lado de la barra, se busca la manera de satisfacer ese antojo tan bien pensado.