“Siempre he tenido música sonando en la cabeza. Por insistencia, mi madre me apuntó a la escuela de música de mi pueblo, Falset. En aquella escuela, la progresión natural era entrar en la banda de música del pueblo, cosa que hice gustosamente, pero sin tener claro qué instrumento escoger…”. Acodado a la barra, el baterista Esteve Pi se toma un breve paréntesis de silencio, que aprovecha para sorber un trago del gintónic recién servido, tras deleitarse con un menú de la casa.
Mira a su alrededor. El silencio acompasa el momento, porque o se escucha algo concreto o la música no puede ser relegada a la condición de fondo. Se encuentra a gusto. Sonríe y retoma la palabra. “Bueno, en realidad sí sabía qué instrumento quería tocar, era el clarinete, pero ya había demasiados clarinetistas, así que tuve que quedarme con la percusión. No sé si será por esto que siempre he concebido tocar la batería como si fuese un instrumento melódico, lo he sentido así. La parte puramente técnica del instrumento, que es impresionante, nunca ha resonado mucho en mí, aunque sin duda una buena técnica es fundamental para hacer cualquier cosa”.
Tras su paso por la escuela de música y la banda municipal, el músico se trasladó a los 19 años a Barcelona, “con la idea ya de estudiar música en serio”, donde se apuntó al Taller de Músics. Con 23 y 24 años, respectivamente, ganó becas para estudiar en Nueva York con Joe Fransworth y con Kenny Washington: dos legendarios bateristas que han acompañado a gigantes de la talla de Dizzy Gillespie, Pharoah Sanders, Lee Konitz, Etta Jones o Cedar Walton.
Puede que fuera ahí cuando se empezara a templar el talento de Esteve, que en las últimas dos décadas ha actuado por medio mundo: Estados Unidos, Japón, Senegal, Turquía, Corea del Sur y toda la geografía europea, entre otros, “observando el mundo, sus culturas y sus gentes”.
Sólo música, sin otros estímulos
“Me siento orgulloso de haber tocado con mucha gente que, aparentemente, se lo ha pasado tan bien tocando conmigo como yo con ellos. Y, por supuesto, habiendo hecho disfrutar a las audiencias”, asevera, a propósito de un larguísimo listado de talentos del jazz con los que ha compartido escenario.
Johnny Griffin, Phil Woods, Benny Golson, Scott Hamilton, Jesse Davis, Jim Rotondi, Benny Green o Larry Coryell son algunas de las luminarias internacionales, nombres escritos con letras de oro y pronunciados con reverencia, que tanto han disfrutado con el melódico aporte percutivo del parroquiano.
En esta extensa lista no faltan grandes nombres nacionales como los de Perico Sambeat, David Pastor, Ximo Tébar o Ignasi Terraza. Es precisamente con el célebre pianista con el que Esteve y el prestigioso contrabajista griego Giorgos Antoniou arrancan entre el 9 y el 12 de octubre el ciclo Jazz a les fosques en la sala 3 del Jamboree. Esta iniciativa, que con estos conciertos cumple 25 años, busca ofrecer al público una experiencia totalmente inmersiva en la que sólo cuente la música, sin otros estímulos visuales.
“Ninguna de las actuaciones que tenemos proyectadas será igual”, aclara el baterista, que destaca que en cada una se ofrecerá un repertorio diferente, y las posibles colaboraciones de otros músicos harán que cada sesión sea una experiencia singular.
Cuando las sombras se sobreponen a las luces
“Mi tía me contaba que mi bisabuelo se solía tomar una semana al año para venir él solo a Barcelona y acudir todas las noches al ciclo Wagner que hacían en el Liceu. Imagínate qué ciudad más vibrante sería aquella, en pleno esplendor modernista, con aquel florecimiento creativo, tanto en lo artístico como en lo empresarial, con la arquitectura tan genial… aunque supongo que las sombras serían también muy oscuras”, observa el músico con una mueca de contrariedad que borra la sonrisa que le ha venido acompañando durante toda la conversación.
— ¿Y esa expresión turbia?
El parroquiano sorbe otro trago. “Es que hace años que a mí Barcelona me gusta cada vez menos. Aborrezco la arquitectura táctica, la masificación, el descontrol que salpica a todo el centro, la pérdida del alma, la sobredosis de regulación que parece que sólo afecta a los que han nacido aquí, ese buenismo mal entendido que a la larga pasa factura”.
— Y, aun así, sorprende toda la cantidad de gente que viene aquí.
“¡Es que es eso! Mira, cuando estoy por ahí tocando por el mundo y me preguntan de dónde soy y yo contesto que soy de Barcelona, normalmente el interlocutor reacciona con halagos inmensos. ¡Incluso muchos me dicen que sería la ciudad de sus sueños para vivir! Entonces me siento contrariado porque yo no la percibo como tan perfecta… ¡Y me pregunto si es que no me entero de las cosas o qué!”. Y con estas palabras, Esteve Pi recupera su amplia sonrisa y liquida su gintónic.
— ¿Otro?
— ¡Vale, pero sólo si me acompañas!