Loquillo
El cantante José María Sanz, más conocido como Loquillo.
EL BAR DEL POST

José María Sanz, Loquillo: Su propio héroe

“Soy individual, tanto en lo artístico como en lo social. Esta frase no es mía, pero Rubén Darío, héroe del Modernismo, lo clavó”. José María Sanz, Loquillo, se halla acodado a la barra del Bar, elegantemente ataviado con una americana azul marino y una camisa tab collar de un blanco impecable.

Ha llegado por la mañana —“dejé la noche con la implantación de la prohibición de fumar y la aparición de los celulares con cámara. Desde entonces, solo frecuento clubes privados donde se garantiza la privacidad”— y sorbe con deleite una Mahou recién tirada.

— Si vas a poner la radio de fondo que sea Rock FM, si no te importa. Son colegas.

Definido de mil y una maneras y, por confesión propia, encerrado en su propio personaje hasta que se sube a un escenario donde, por fin, puede ser él mismo (y no al revés), para explicarse a sí mismo Loquillo lo tiene claro: “Soy una leyenda urbana”. Quizás, remitiendo al personal a que lo corrobore (o no) leyendo la reciente Biografía oficial (Ediciones B) que sobre él ha escrito Felipe Cabrerizo y que, en palabras del artista, explica casi toda su verdad.

“Una vez, puede que en la revista V.O. editada a principios de los 80 en Barcelona, o en algún fanzine en los inicios de mi carrera, se me ocurrió afirmar que yo era mi propio héroe. El escritor Sabino Méndez me dijo en una ocasión que esa sentencia fue determinante para escribir los guiones de las canciones que forman hoy en día de la banda sonora de la ciudad de Barcelona y de la cultura popular española”, añade. 

Un  camino sin transitar

Se ha dicho que en este país apenas sí tuvimos años 60 en clave pop, o que estos fueron atípicos con respecto a los 60 que se vivieron en Europa o Estados Unidos. Aquí la cosa era diferente y, por eso, nuestra década  prodigiosa del pop llegó con los 80, ya sin dictaduras de por medio. Otra vez, en España las cosas volvían a acaecer con años de retraso. Es una teoría, claro, y más para un artista cuya banda sonora emocional se nutre de himnos sesenteros autóctonos como son Mi calle de Lone Star, Soy así de Los Salvajes, El tren de la costa de Los Sírex o He perdido este juego de Los Cheyenes. Pero puede que sea una clave para explicar, por ejemplo, por qué una figura como Johnny Hallyday emergió en la Francia de los 60 y aquí no se tuvo a un personaje de las mismas características hasta el ascenso al estrellato musical del parroquiano, un cuarto de siglo después.

“Elegí un camino no transitado por los demás, lleno de personajes al límite, peligros y aventuras. Es ese lugar al que siempre me dirijo y al que nunca consigo arribar”, explica él, antes de confesar que las decisiones más importantes de su vida las ha tomado “en fingers, puertas de embarque, salas VIP de aeropuertos o en la soledad de mi suite. Una evidente boutade para quien se haya adentrado en cualquiera de sus tres libros autobiográficos, en especial el primero, Barcelona ciudad, donde explica su yo adolescente desposeído de las corazas que han ido conformando al personaje.

Loquillo
La banda sonora emocional de Loquillo se nutre de himnos sesenteros autóctonos como Mi calle de Lone Star y Soy así de Los Salvajes.

 — Oye, ¿y en qué movidas andas últimamente metido?

“¿Movidas? ¡No me digas que se vuelve a utilizar ese término!”, ríe. “Tener una movida, en mi adolescencia, significaba trapichear con drogas. Y dejé de vender a los pijos del Turó Parc hace unos 45 años, más o menos”. Nota mental: quizás, en  adelante, mejor referirse a “asuntos”. Y con respecto a los que atañen al parroquiano, lo último es el doble álbum en directo junto con Gabriel Sopeña, La vida es de los que arriesgan, grabado en 2020 y que justo acaba de ver la luz.

Llegados a este punto, el artista Loquillo advierte que no le cuenta su vida al primero que llega. “Si tú me preguntas, voy a manipularte sin contemplaciones y terminaré por contarte lo que me dé la gana”. 

Y, bueno, de eso van un poco las entrevistas. Y ya no digamos las conversaciones a pie de barra.

Empaquetar las raíces

“Barcelona fue mi primer amor, al que uno siempre vuelve, como bien cuenta el tango de Gardel”, explica Loquillo, oriundo del barrio del Clot, que desde hace años reside en Donosti, si bien se siente “parte y protagonista de la generación más brillante surgida aquí tras la muerte del dictador Francisco Franco, la que alumbró la ciudad de Barcelona en los albores de las Olimpiadas del 92”.

Y habla de una generación “orgullosa de su ADN barcelonés. La que presumía de tener como símbolo de la ciudad a un gorila blanco. La que se enorgullece de escritores como Marsé, Rabinad, Candel, Fonollosa, Mendoza, González Ledesma, Montalbán, Terenci Moix o Gil de Biedma, por poner unos ejemplos, o de cineastas como Rovira Beleta y todo el rock y pop de los 60. La Barcelona que creció con las subculturas surgidas tras la explosión punk del 77 del pasado siglo”.

“Barcelona fue mi primer amor, al que uno siempre vuelve, como bien cuenta el tango de Gardel”

Y aquí Loquillo frunce el ceño, al calor de todo “ese background olvidado o cancelado por un consistorio plagado de ignorantes que tiene como único objetivo borrar el pasado cosmopolita y mundano de esta ciudad, referente de la cultura mundial”. Con el antiguo escudo de la ciudad tatuado en su brazo junto con su grupo sanguíneo, cita a Monserrat Roig: “Como bien dijo, nuestras raíces sirven para empaquetarlas y llevarlas con nosotros. Y le hice caso”.

Y, mientras cita a la añorada escritora y periodista barcelonesa, casualidad de causalidades, suena por la radio Barcelona ciudad, el himno que él y Sabino Méndez le dedicaron a aquella urbe de 1983 donde “no existe un solo lugar – donde poderte colgar”.

Entonces, José María Sanz, Loquillo, guarda silencio, ladea la sonrisa y afirma con la cabeza, mientras remata su cerveza, acaso pensándose si tomarse otra y seguir entregándose al placer de “manipular sin contemplaciones” al prójimo, a pie de barra.

Loquillo
Loquillo, oriundo del barrio del Clot, desde hace años reside en Donosti.