Eduardo Mendoza © Ivan Giménez - Seix Barral

Recreaciones históricas y travesuras de Eduardo Mendoza

Recientemente galardonado con el Premio Internacional de Novela Histórica Barcino, que concede el Ayuntamiento de Barcelona, Eduardo Mendoza publica en Seix Barral una edición revisada de Las barbas del profeta.

La simultaneidad de eventos como la entrega del Premio Internacional de Novela Histórica Barcino y la publicación de Las barbas del profeta representa una de esas raras pero felices coincidencias. Su protagonista, Eduardo Mendoza, no ha cultivado de manera explícita el género de la novela histórica —lo ha reconocido incluso a propósito de una de sus obras más celebradas, La ciudad de los prodigios, que muestra la transformación social acontecida en Barcelona entre finales del siglo XIX y principios del XX— pero sí ha ambientado allí las aventuras y desventuras de muchos de sus personajes, no pocas veces en tono de broma. Pensamos en obras menos conocidas, que se acercan conscientemente a la parodia, como El misterio de la cripta embrujada o El laberinto de las aceitunas, por no mencionar a la multitraducida —esta sí, más popular— Sin noticias de Gurb.

Novelas, aquellas, que avivaron la afición lectora en muchos lectores jóvenes, en parte por plantear tramas en localizaciones reconocibles de la ciudad, pero sobre todo por el empleo de una mirada fresca y desacomplejada, que contrastaba con la amenazadora altisonancia de algunos títulos de los planes de estudios de entonces. La mirada atrás la echa el mismo Mendoza en Las barbas del profeta para mostrar la incidencia que tuvo, en su caso, la asignatura llamada “Historia Sagrada”. Lejos de suponer tediosas sesiones de adoctrinamiento —advierte en la Introducción— a través de la imaginería cristiana se le inoculó la pasión por el relato; la magia de la recreación narrativa, con la vivencia de situaciones quizá poco verosímiles, pero portentosamente alegóricas, y por tanto cargadas de significación.

No es imprudente reconocer también en esta obra el sello de la ficción y encararla como una ventana abierta a desdoblamientos, deformaciones y alucinantes procesos de identificación

“La ficción selecciona y estructura las fantasías y las encuadra, bien que mal, en nuestra contradictoria y confusa realidad”, escribe Mendoza, antes de dar paso a una rememoración del lugar y relevancia de la religión durante su infancia. Precisamente se trata Las barbas del profeta de una obra que puede leerse en clave autobiográfica, como un ejercicio de recuperación del pasado. También, como el resultado de una serie de comunicaciones o conferencias, centradas en algunos de los pasajes más llamativos de la Biblia. Pero a tenor de la materia —relatos extraídos de un fondo inmemorial, de regusto mítico, la mayoría de los cuales proceden del Antiguo Testamento— y sobre todo teniendo en cuenta el talante de aquella recuperación, no es imprudente reconocer el sello de la ficción y encararla como una ventana abierta a la recreación jocosa de la realidad, a partir de desdoblamientos, deformaciones y alucinantes procesos de identificación.

Las novelas de Mendoza avivaron la afición lectora en muchos jóvenes, en parte por plantear tramas en localizaciones reconocibles de la ciudad © Ivan Giménez – Seix Barral

De otro modo, puede resultar incomprensible —e incluso irreverente— la manera cómo Mendoza vehicula y traduce los pasajes protagonizados por Adán y Eva, Caín y Abel, Abraham, José y sus hermanos, etc. El tono más bien serio de la Introducción, que podría funcionar como prólogo de un ensayo sesudo, ponen al lector en el camino de algo que no encontrará, o no exactamente en los términos esperados. Sus posteriores disquisiciones brotan con falsa ingenuidad, con una espontaneidad deliciosa, la de la mirada del chiquillo que, quizá no ha dejado de ser. O al menos a eso juega en la ficción. Porque la travesura es evidente: “Costaba imaginar a Dios en medio de la Nada, en un infinito sin tiempo, muerto de asco hasta que un día dijo: basta, voy a crear el universo”. 

Episodios del Antiguo Testamento son referidos con una extrañeza fingida, mediante una técnica de descontextualización notarial que oscila frenéticamente entre lo tierno y lo canalla

Hay más pasajes en que el narrador muestra la disposición contradictoria —o, por lo menos, problemática— de Jehová. El candor de sus palabras no está exento, con todo, de cierta acidez: “Algunos nos preguntábamos si además de la pareja de elefantes, búfalos, rinocerontes y otros animales fáciles de identificar en la ilustración, Noé también embarcó dos pulgas, dos cucarachas y cosas parecidas”. Episodios tan gráficos y espectaculares como los del Arca de Noé o la Torre de Babel son referidos con una extrañeza fingida; mediante una técnica de descontextualización notarial, que oscila de modo frenético entre lo tierno y lo canalla. Comparable, en suma, a las andanzas del alien que en la noche barcelonesa buscaba, sin demasiado éxito, al famoso Gurb. Ese, según ha confesado Mendoza: “Es sin duda el libro más excéntrico de cuantos he escrito (…) es una mirada sobre el mundo asombrada, un punto desamparada, pero sin asomo de tragedia ni de censura”.

El Diluvio, por Gustave Doréq.

Las barbas del profeta, que para algunos lectores podría estar en las antípodas de la ficción y de la novela histórica, representa sin embargo una parábola mayúscula. Sobreabunda en aquella excentricidad, asumiendo el nada despreciable hecho de que, como la literatura, las historias de dioses —recuerda el propio Mendoza en la Introducción “seria”— permiten desde siempre a hombres y mujeres aproximarse a una explicación de lo inexplicable, o a encontrar consuelo y propiciar algún tipo de catarsis. Junto a la materia teológica, propiamente dicha, en este compendio de textos se halla presente una base biográfica, así como referencias al marco histórico. Pero nada de ello impide que, pasados por una suerte de filtro Petit Nicolas, precipiten la carcajada. Descaradas y socarronas, las constataciones sobre la “Historia Sagrada” de un niño —escasamente inocente, en efecto— añaden picante a nuestras cosmovisiones adultas. Las sacuden y relativizan, sin maldad ni condescendencia. Una travesura muy bienvenida, en los tiempos que corren.