Los héroes de la alcachofa

Si hacemos un repaso histórico a la cartografía del Delta del Llobregat, podremos constatar como el espacio agrícola ha ido encogiendo. El suelo cultivable ha ido desapareciendo devorado por el asfalto. Hoy los payeses que resisten en el espacio que delimitan el Parque Agrario del Llobregat y los lares del mismo río son los últimos mohicanos del que un día fue la huerta que alimentaba media Catalunya. Unos aborígenes que se ven sistemáticamente acosados por la presión urbanística, que afortunadamente en los últimos años, a golpe de crisis, ha aflojado un poco, por el crecimiento de las infraestructuras que comunican Barcelona hacia el sur y poniente y por las inundaciones que esta excesiva urbanización del medio provoca. El agua no se filtra, literalmente se desliza y coge impulso hacia el mar anegando los campos de la zona conocida como la marina.

 

Aun así, cerca de un centenar de agricultores siguen produciendo unas de las mejores hortalizas, verduras y frutas de Catalunya. En los últimos años la agricultura ha visto como las mejoras en la capacidad de transporte logístico han hecho que aflore una competencia salvaje proveniente de terceros países que, con precios muy bajos, han hecho inviables los modelos de explotación agraria de antaño. Afortunadamente, cada vez son más los agricultores que van entendiendo que la agricultura tradicional es necesario complementarla con comercialización directa, y eso muchas veces implica ocuparse también de la distribución y de su logística, lo que añade valor al producto. Los payeses que no asuman estos cambios morirán a manos de unos precios irrisorios fijados por los agentes intermediarios envalentonados por los productos que vienen de terceros países, especialmente de países empobrecidos.

Cada vez son más los agricultores que van entendiendo que la agricultura tradicional es necesario complementarla con comercialización directa

A todos estos problemas, que no son pocos, porque quizás lo más fácil a priori fuera venderse las parcelas y malvivir de renta, se añade la falta de comprensión por parte de algunas instituciones públicas y la opinión publicada de lo que representa el Delta del Llobregat. La postura tradicional ha sido considerar que todo es un anacronismo que hay que asfaltar y edificar de arriba a abajo. “¡Que vienen los tractores!”, bramaba un alto cargo político del Ayuntamiento de Barcelona como sinónimo de barbarie. En el otro extremo están los que consideran que el Delta del Llobregat es un espacio natural en el que el homo sapiens debería desaparecer sin dejar rastro. Pero la racionalidad debería llevar a pensar y actuar en y por un espacio intermedio en el que el payés pudiera desarrollarse con normalidad. Las instituciones deben comprender y apoyar que los payeses deben poder  crear sus medios y equipamientos de transformación alimentaria, logística y si es necesario comercialización directa junto a su bancal. Un exceso de proteccionismo lleva inexorablemente a impedir la mejora de la competitividad de las explotaciones agrarias y su supervivencia.

Un exceso de proteccionismo lleva inexorablemente a impedir la mejora de la competitividad de las explotaciones agrarias y su supervivencia

La paradoja de todo esto es que cada vez hay más público que reclama producto alimentario de calidad y muchos de estos exigen productos de kilómetro 0 y, al mismo tiempo, vamos asfixiando el espacio agrícola más importante que tiene Barcelona y su región metropolitana. La nueva generación de agricultores del Delta del Llobregat, los que se esfuerzan por hacerse un hueco entre las andanadas salvajes en las que la competencia foránea los somete, tienen claro que el presente y futuro pasa por productos de calidad y recuperación de variedades tradicionales. Así lo han entendido prestigiosos chefs que han hecho del producto de calidad del Delta del Llobregat su enseña culinaria, como es el caso de Xavier Pellicer, del restaurante que lleva su nombre; Jordi Vilà, de Alkimia; Albert Ventura, del Coure; Fabio Gambirasi, del Agreste; David Andrés, del Vía Veneto; o Jaime Pérez, de Les 7 Portes, por citar sólo algunos.

Quizás es hora de que fijemos el foco en estos tesoros en forma de alcachofa, espárrago, escarola o cerezas que se hacen muy cerca de nuestra ciudad y que afloran en los platos de los mejores restaurantes. Lo tenemos aquí al lado y creedme, es un privilegio del que demasiado a menudo no estamos a la altura. En nuestro país y, especialmente en Barcelona, ​​en la excelencia culinaria, junto a la cocina llamada tecno-emocional que inventó e impulsó Ferran Adrià, convive la cocina de producto, de producto de proximidad. Pero este producto sólo es posible si quedan agricultores. Y hoy en el Delta del Llobregat, como en muchos otros lugares, vivir de la tierra es una epopeya, una carrera de supervivencia contra muchos obstáculos. Así que cuando mordáis y degustéis una alcachofa del Parque agrario del Baix Llobregat con todo su sabor pensar que detrás hay un hombre o una mujer que, contra todos los elementos, ha optado por hacer un milagro que nos alegra el paladar, y quien dice el paladar dice la vida. Y todo esto ocurre a pocos minutos del Eixample, de Gracia o del Born.