El sistema de recogida de residuos puede mejorar con un mayor uso de la tecnología. ©TNBP

¿Barcelona está sucia?

La percepción de la falta de limpieza en las calles está creciendo de forma alarmante en Barcelona. Sin ser una ciudad sucia, la innovación tecnológica y la inteligencia podría convertirla en mucho más limpia y vivible.

El deporte predilecto de los barceloneses es quejarnos. Desde hace meses, el tema que monopoliza las charlas indignadas de cafés con leche y chupitos de orujo es la falta de limpieza en la ciudad. Si ojeamos el principal indicador del espíritu barcelonés, el sacrosanto Barómetro municipal (en este caso, del pasado diciembre), la limpieza es el segundo problema que preocupa a los conciudadanos con un 11,8 (la inseguridad gana la partida de los agravios con un 20,8), muy por encima del acceso a la vivienda (6,5), la gestión política municipal (5,6) y el paro y condiciones laborales (5,5). Que la limpieza inquieta al vecindario se vislumbra todavía más en la comparativa de las cifras que van del 2019 al 2021; el porcentaje crece del 3,6 hasta llegar al citado 11,8. Pero tampoco hace falta empacharse de números; basta, como decía, con poner la oreja entre el clamor de una terraza para notar que, por mucha gente, Barcelona se está poniendo guarra.

¿Barcelona es una ciudad sucia? Como siempre ocurre en estas discusiones bizantinas, depende de las gafas existenciales que uno se ponga y de dónde se haya vivido. Servidor ha paseado mil veces por Manhattan entre toneladas de basura y sorteando unas ratas del tamaño de un gato que ponen los pelos de gallina (de hecho, cuando presento a mi adorada Barcino a un compatriota neoyorquino, incluso cuando estamos en el metro, lo primero que le resulta admirable es la limpieza). Pero también he deambulado por Copenhagen y las impolutamente civiles urbes del norte, unas ciudades que, de tan higienizadas como están, no tienen ni gente en la calle, deviniendo postales fantasmagóricas. En términos generales, y que me perdonen los exaltados que practican el deporte diario de meterse a la alcaldesa en la boca para insultarla, diría que equiparar Barcelona a una ciudad sucia es objetivamente desproporcionado e injusto.

Dicho esto, la percepción de un deterioro de las calles barcelonesas debido a la presencia de la basura resulta preocupante… ¡sobre todo cuando podría ser evitable! En barrios de calles estrechas y congestionadas como las de Ciutat Vella, donde tengo la alegría de vivir, la presencia de la basura resulta especialmente dolorosa y todavía hace sangrar más los ojos si pensamos que el Gòtic, nos guste o no, es un de los espacios en los que la turistada planetaria se dirige para admirar nuestra ciudad. A servidor también le molesta ver las papeleras de la plaza Sant Felip Neri o de la calle Salomó ben Adret congestionadas de mierda (y sí, debo confesar que a menudo las bolsas de basura que las embuten también son mías), pero la cosa, insisto, es aún más dolorosa por innecesaria, pues la actual tecnología dispone de herramientas para enmendar la acumulación de suciedad con una capacidad de innovación que no exigiría la experiencia de los cerebros de la NASA.

La actual tecnología dispone de herramientas para enmendar la acumulación de suciedad con una capacidad de innovación que no exigiría la experiencia de los cerebros de la NASA

En un barrio pequeño y estrecho donde vive un gran número de ancianos es normal que a partir de las ocho de la tarde las calles empiecen a acumular basura y que tanto los turistas como los habitantes tengamos que tragarnos laberintos de suciedad hasta que los beneméritos barrenderos las recogen a medianoche (lo cual nos asegura cuatro horas contemplando detritus). Todo esto podría ser una visión del pasado si los vecinos dispusiéramos de un sistema propio de contenedores exclusivos con acceso QR que se pudieran guardar en las respectivas porterías y una aplicación de tracking que nos avisara de la llegada de los basureros para poder sacarlos en la calle justo cuando éstos las transitasen. En 2022, cuando la mayoría de ciudadanos disponemos en casa de sistemas automáticos de limpieza y sabemos a cuántos metros tenemos el Glovo que nos envía la manduca, poder gozar de un rastreo del servicio de limpieza no es un hito de ciencia ficción.

Según el barómetro municipal, la limpieza es el segundo problema que más preocupa a los barceloneses. ©TNBP

De hecho, nuestros ingenieros han desarrollado tecnologías de transporte, orientación y almacenamiento a partir de las cuales todo lo que explico podrían hacerlo máquinas automatizadas que ahorrarían a los humanos la costosa tarea de recoger la mierda de los demás. Los tecnófobos me dirán que todo esto nos robotiza la vida, elimina puestos de trabajo y que, en lugar de hacerme el modernito podría mover el culo y tirar la basura (debidamente reciclada) en los contenedores que tengo a 450 metros de casa. Admito la crítica de los lectores, faltaría más, pero respondo que cualquier avance tecnológico implica una redistribución del mercado laboral, que la maquinaria inteligente forma parte de nuestras vidas desde el momento en que llevamos un teléfono en el bolsillo y que, en definitiva, este mundo sedentario y maquinizado que nos espera es una realidad a la que deberemos adaptarnos nos plazca la cosa o nos moleste.

No sé si Barcelona está sucia o no (y estoy seguro de que los lectores responderán a esta Punyalada con fotografías de calles rebosantes de basura); lo que sí sé a ciencia cierta es que la innovación que surge de la ciudad la puede hacer más limpia y vivible. Y también, sin pensar que cualquier tiempo futuro es mejor ni creer ciegamente en las innovaciones que han parido los Jobs o los Zuckerberg, que siempre será mejor que una máquina se ensucie con nuestros desechos que tener a un grupo de seres humanos agachándose para recolectar los restos de mi cena que deposito en la calle cada noche.

Es frecuente encontrarse basura fuera del contenedor, como demuestra esta imagen tomada este viernes en la Ronda Sant Pau. ©TNBP