Tatxo Benet, promotor del nuevo Museu de l'Art Prohibit, en Barcelona.

La pulsión de silenciar el arte

El empresario Tatxo Benet impulsa el Museu de l’Art Prohibit con el objetivo de repensar el concepto de censura

La afición humana de censurar es una manía tan antigua como el propio arte. Prohibir el libre albedrío de los creadores (o amansarlos a base de subvenciones y cargos institucionales) ha sido uno de los oficios preferidos de la política occidental. De esta tradición castradora –a saber, de lo que mi admirado John Maxwell Coetzee llama “pulsión por silenciar”– se ocupa el nuevo Museu de l’Art Prohibit de Barcelona. Promovido por Tatxo Benet (continuador del espíritu filántropo de Antoni Vila Casas) y muy bien ordenado discursivamente por Carles Guerra, este nuevo equipamiento despliega una cuarentena de obras de una calidad estética superior al escándalo que provocaron. También debe reseñarse el receptáculo de la colección: la antigua casa Garriga Nogués, de nuestro gran arquitecto Enric Sagnier i Villavecchia, que fue sede de instituciones como Enciclopèdia Catalana o las fundaciones Godia y Mapfre.

Digámoslo de entrada: ser objeto de censura no asegura la calidad de una obra artística. Así ocurre, por ejemplo, con algunas piezas más bien anecdóticas de la muestra, como por ejemplo Hacer que Make America Great Again de Illma Gore o el archifamoso Always Franco de Eugenio Merino y No dressed for conquering de Ines Doujak (protagonista de uno de los saraos museísticos más jugosos de la historia barcelonesa). En mi opinión, el valor del conjunto aumenta cuando la cruda simplicidad o la desnudez de algunas obras convierte su prohibición en un fenómeno todavía más delirante: esto ocurre en piezas de contextos tan diferentes como los Caprichos de Goya, el autorretrato del artista Chuck Close, el cartel Roland Garros de nuestro genio Miquel Barceló o el bellísimo Piss Christ de Andrés Serrano. La autoría de la censura también es un factor importante, pues pasa del dogmatismo ideológico a la corrección política.

 El éxito de una propuesta artística debe evaluarse por las preguntas que suscita. Éste museo  genera muchas. Primero, por su misma imposibilidad de raíz (el arte que acaba implacablemente censurado se convierte en cenizas, versos nunca escritos o, si me permitís la cursilería, toneladas de silencio); pero también, aunque parezca paradójico, porque demuestra que la censura tradicional, de una entidad todopoderosa contra un artista más bien desvalido, siempre acabará fracasando: al fin y al cabo, todas las obras que admiramos han sufrido la presión del poder, pero también han podido saborear la victoria de ser expuestas. Esto nos lleva a una reflexión sobre el futuro: actualmente, la censura estético-ideológica es mucho más sutil de divisar, se encuentra en formas espumosas de prohibir como lo que los jóvenes llaman “cancelar”, que es una forma muy cuqui de acallar individuos.

 En este sentido, me parece magnífico que Tatxo Benet quiera convertir este equipamiento en un lugar donde, aparte de exhibir obras de arte, se reflexione sobre las nuevas formas de censura a las que se enfrenta Occidente. Es evidente que la prohibición seguirá perviviendo de una forma tradicional mientras el retrato Mao de Andy Warhol no pueda exponerse en China o las bellísimas fotografías orgiásticas-anales de Robert Mapplethorpe sigan incomodando a las madrinas judías que comandan los museos neoyorquinos. Pero el futuro de la pulsión por silenciar se está solidificando a través de estructuras virtuales; aparte de esparcir chorros de información, las redes sociales también han inflamado la capacidad de ofensa de la población mundial, aumentando la tentación de silenciar las opiniones que se alejen del propio canon. Es un tipo de censura menos llamativa y dolorosa, pero de un efecto demoledor.

Aparte de esparcir chorros de información, las redes sociales también han inflamado la capacidad de ofensa de la población mundial, aumentando la tentación de silenciar las opiniones que se alejen del propio canon

 Si el mundo sigue decantándose hacia sistemas de gobierno de fuerte pulsión autocrática e, insisto, el universo de la virtualidad enciende aún más la polarización política mientras castiga la singularidad, al amigo Tatxo Benet se li gira feina; porque esto de la censura tiene pinta de aumentar exponencialmente en el futuro (y ya no hablemos de una de sus hijas predilectas; ¡la autocensura!). De momento, en el Eixample hemos ganado un espacio maravilloso para empezar a pensar adecuadamente sobre el tema. Es necesario celebrarlo y aplaudirlo. 

Not dressed for conquering, de Ines Doujak, es una de las obras que expone el Museu de l’Art Prohibit.