barcelona es insegura
El 19% de los barceloneses sitúa la inseguridad como el problema más grave de la ciudad. ©Edu Bayer

¿Barcelona es insegura?

Los índices de criminalidad en Barcelona no ponen de manifiesto una ciudad insegura ni violenta: pero la precariedad, el tedio, y la falta de ambición de su Ayuntamiento (y de la oposición política) provoca que la sensación de inseguridad se enquiste en nuestras calles

Cuando me incliné por denominar La Punyalada a mis crónicas barcelonesas para The New Barcelona Post (en homenaje a nuestro genio Marià Vayreda y su estilo gore casi inigualado) me era difícil imaginar que, tras las últimas fiestas de La Mercè, los puñales formarían parte del imaginario de nuestra capital. En efecto, el apuñalamiento mortal de un joven junto a Plaça d’Espanya, el posterior saqueo de muchos escaparates y tiendas en el barrio de la Creu Coberta, y la torpe reacción del Ayuntamiento (más interesado en desvincular el asesinato de la Fiesta Mayor que a mostrarse capaz de responder por qué no se había multiplicado la presencia policial en el lugar ante las insistentes advertencias de los comerciantes de Sants), han hecho que aumente algo mucho menos intangible pero mucho más determinante que los índices de criminalidad: la sensación de inseguridad.

¿Barcelona es una ciudad insegura? Pues, como ocurre siempre con la metafísica, depende de a quién lo preguntemos. Si fuera a mi adorada costella, que se está iniciando en un arte tan antiguo como la ciudad misma llamado anti-barcelonismo o hater-barcelonismo, sería algo parecido al Bronx de los años 70. Si hacemos caso al Ministerio del Interior estatal, veríamos como el índice de infracciones penales en Barcelona no es el de los más altos de España (un país donde, como siempre me recuerda mi adorado psiquiatra, nos matamos más a insultos que a latigazos) y, según en qué aspecto, mucho menor al de Madrid. En el primer trimestre de 2022, Barcelona había sufrido 2 homicidios dolosos, 6 tentativas de asesinato, 38 agresiones sexuales con penetración, 2.918 robos con violencia y 16.684 hurtos (las cifras del kilómetro cero por los mismos delitos son: 7, 1, 2.162, y 23.277).

Cierto es que Madrid es una ciudad de mayor población, pero la estadística clarifica bastante las cosas. A un nivel planetario, e incluso peninsular, no se puede describir ninguna de las dos ciudades como lugares inseguros y violentos. Pero aquí es donde aparece la política y podemos observar el sesgo: mientras Isabel Díaz Ayuso ha logrado que Madrid se vea como el paradigma de la próspera felicidad occidental, casi como una república independiente, Barcelona lleva tiempo viviendo la existencia con parsimonia y depresión.

La oposición a la alcaldesa Colau ha exagerado los índices de criminalidad para desgastarle, cuando lo más importante aquí no son los datos sino el contexto. Se tiene la sensación de que Barcelona es una ciudad insegura por su carácter poco estimulante, porque no supura ningún tipo de primacía entre las primeras urbes del mundo y, en definitiva, porque robar y traficar aquí es una opción más para sobrevivir.

En La Punyalada he advertido en más de una ocasión del éxodo que experimentará nuestra ciudad, una fuga de habitantes que responde a una precariedad que la inflación del futuro convertirá en exponencial y contra la que no hay ningún responsable del Ayuntamiento que esté trabajando. Objetivamente, Barcelona no es insegura, y cualquier persona que haya vivido en ciudades donde la violencia es una norma no escrita se partirá de la risa con el alarmismo de nuestros columnistas más histéricos. Pero la sensación de inseguridad aumenta cuando se vive en un lugar precario, no sólo pobre en términos económicos, sino sobre todo de ambición y discurso de poder. Hay ciudades con gran pasado de tumultos que, sin embargo, han mantenido su economía intacta. Pero Barcelona no es la capital de un estado y no tiene tanta fuerza para sobrevivir a las adversidades del crimen.

Pero la sensación de inseguridad aumenta cuando se vive en un lugar precario, no sólo pobre en términos económicos, sino sobre todo de ambición y discurso de poder

La nuestra no es una ciudad en la que resulta normal que te apuñalen en una esquina. Tampoco, desgraciadamente una ciudad que cuente con una administración como para responder a la inquietud bien lícita de una parte de la población que se siente insegura. Y vistas las alternativas octogenarias al actual cenáculo político que nos gobierna, el futuro es como para deprimirse, dejar la labor de columnista, y pasarse a la de narcotraficante.