Los enemigos de la libertad (entre los que sobresale el Tribunal Supremo de los españoles) han decidido que las empresas podrán obligar a fichar a los trabajadores cada vez que abandonen su puesto de trabajo por la temeridad de tomarse un café o fumar un cigarrillo. Lo primero que uno se ve obligado a denunciar es esta costumbre monstruosa e invasiva de obligar a un asalariado a pasar por conserjería con tal de notificar cualquier eventualidad física al Big Brother. Las relaciones laborales deben establecerse en base a confianza y resultados, lo cual está muy lejos de tratar la peña como un rebaño. La función pública, por otra parte, demuestra perfectamente cómo fichar no garantiza trabajadores más eficientes. Pues bien, por si el panóptico en los currantes no fuera suficiente, ahora resulta que los policías de recursos humanos tendrán la ley como amparo para averiguar al traidor que ose fumar en horario laboral.
En poco tiempo, si seguimos con esta deriva espantosa, los destructores de liberalismo conseguirán que se penalicen excesivas visitas a los urinarios o un acto de rebeldía intolerable como evadirse del trabajo para tomar el aire un ratito. Nos estamos acostumbrando a una administración (y a una judicatura) de un puritanismo peligrosísimo y, por consiguiente, terriblemente analfabeta. Equiparar el hecho de cascarse un piti al ocio y la despreocupación laboral es idea de memos. Yo siempre trabajo cuando fumo. De hecho, cuando fumo es precisamente cuando más curro. Éste y todos mis artículos son hijos predilectos del humo y no lucirían gracia sintáctica alguna sin los compases de espera que me regalan mis puritos Davidoff. Una empresa no es improductiva porque la gente gaste cinco minutos chupando algo de tabaco, un acto que, a la postre, regala paz al trabajador para disponerse a aguantar la mayoría de los plastas que tiene como compañeros.
Las mismas empresas que no tienen reparo moral al ver cómo sus trabajadores se limitan la salud devorando insufribles tupper con verdura recocida ante el ordenador y las mismas compañías que maltratan a sus asalariados organizando nauseabundos fines de semana con actividades penosamente infantiles de team building ahora se dedican a fruncir la nariz cuando un trabajador pasa tres minutos fumando. Mientras países civilizados como nuestros enemigos del norte han prohibido actividades como las que acabo de citar (no es cachondeo; un currante gabacho ha conseguido ganar una demanda contra la compañía que le despidió porque no se adaptaba a su política fun & pro), respetando el derecho de un trabajador a no tener que tragarse actividades supuestamente divertidas, en esta parte del mundo penalizamos un algo tan natural como encender un piti.
Nos estamos acostumbrando peligrosamente, a formas de micro-totalitarismo que ahora pueden parecernos menores y hasta risibles. Pero la falta de libertad siempre empieza con un chiste o una idea de bombero. Un trabajador vago puede escudarse en el hecho de fumar y en mil y una actividades más con tal de escaquearse de su labor. Pero de ahí a ejercitarse en el alehop lógico (fraudulento) de estigmatizar el cigarrillo como preludio necesario a una negligencia, es de una mala leche y de un deseo de estigmatización que da mucho miedo. Que cada uno enmiende a sus trabajadores cuando sea necesario, y que la legislación permita toda la agilidad y la firmeza que se quiera a la hora de conseguir lo máximo de un grupo laboral. Pero permitidnos fumar en paz, que es nuestra mejor forma de currar y de irnos matando poco a poco. Dejadnos trabajar así, por dios, que sois una especie de gente muy carca. Dicho esto, mientras corrijo el artículo, fumaré.