No, merendar no está de moda. Lo está el brunch, el aperitivo o el afterwork, pero la merienda ha caído un poco en desgracia. La gente ya no queda a merendar. Como si comer algo a media tarde fuera cosa de niños o de viejos.
Porque los niños sí que meriendan. Necesitan combustible para tanta actividad. Los de ahora no sé qué comen. Cuando yo era pequeño reinaba el pan con Nocilla, el bocadillo de fuet o de paté La Piara, los Phoskitos y los bollycaos.
Supongo que la merienda también se asocia a los viejos porque generalmente son los que tienen tiempo para pasar la tarde en cafeterías y pastelerías, charlando con los amigos mientras mojan bizcochos y ensaimadas en tazas de chocolate caliente o cafés con leche.
Más allá de tener o no tiempo, sospecho que una de las razones que han hecho que la merienda esté en crisis es, precisamente, que muchas personas la asocian a la ingesta de dulces y perciben que es la comida menos importante del día. Casi como si fuera un capricho. O un pecado. Los expertos en nutrición siempre hablan de la importancia de tomar un buen desayuno para empezar el día —no suelen decir nada de merendar—. También alertan de los peligros que conlleva abusar del azúcar, el demonio. O sea que la merienda recibe palos por todos lados. Muchas personas se la saltan directamente y, en consecuencia, los establecimientos de restauración tampoco le dan ninguna importancia.
Más allá de tener o no tiempo, sospecho que una de las razones que han hecho que la merienda esté en crisis es, precisamente, que muchas personas la asocian a la ingesta de dulces y perciben que es la comida menos importante del día. Casi como si fuera un capricho. O un pecado.
A mí, de vez en cuando, me gusta quedar a merendar en la pastelería Mauri o en la Granja Viader y, si me apetece algo más moderno, en el Federal Cafè, por ejemplo. Por supuesto, también ir a tomar una buena taza de chocolate con churros en la calle Petritxol, sobre todo cuando empieza a hacer frío.
Se me ocurre que sería fantástico que los hoteles de la ciudad promovieran la recuperación de la hora de la merienda. Se podrían inspirar en el “té de la tarde” de sus colegas británicos —en eso de aunar tradición y modernidad los británicos son unos auténticos maestros—. Hace unos años, durante un viaje a Hong Kong —ex colonia, como todo el mundo sabe, del Imperio Británico—, me invitaron a tomar el té en el elegante hotel The Peninsula. El lujoso lobby del establecimiento —antes reservado a la selecta colonia de expatriados británicos— no podía estar más concurrido: grupos y más grupos de personas hablando animadamente mientras tomaban tazas de té que servían con toda la pompa unos camareros que también iban sacando bandejas de tres pisos plateadas con los inevitables pequeños sándwiches de pepino, bollos y pastas dulces. Todo un acontecimiento social.
¿Podríamos hacer algo parecido en Barcelona? ¡Pongamos de moda la merienda!