¿Hasta dónde puede llegar la gestión inteligente de las ciudades?

En el año 2030 termina el período de vigencia de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos en la Agenda 2030 aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2015. Una agenda en la que las ciudades no solo cuentan con un ODS específico (el número 11) sino que están adquiriendo un protagonismo creciente en los avances (todavía, eso sí, insuficientes) que se producen en las mayoría de los 16 ODS restantes.

Imaginemos que, llegando a 2030, cuando Naciones Unidas vuelva a plantear unos objetivos globales para un nuevo período con el fin de hacer de este planeta un lugar más habitable y justo, la Inteligencia Artificial (IA) haya avanzado tanto como para ser capaz de conducirnos hacia ese mundo soñado. Que nuestras ciudades dispongan de unos algoritmos específicos gracias a los cuales, una vez introducidos los objetivos a alcanzar, se definan los parámetros de gestión adecuados para cada caso.

La denominada IA generativa, que consiste en la utilización de la IA para generar nuevos diseños o soluciones, es capaz efectivamente de analizar, impulsada por algoritmos avanzados de aprendizaje automático, grandes cantidades de datos para identificar patrones y predecir tendencias, lo cual puede ayudar a quienes gobiernan las ciudades a mejorar las respuestas a emergencias, mitigar los fenómenos meteorológicos extremos, destinar recursos a mejoras en las infraestructuras y facilitar el despliegue universal y eficiente de servicios. 

Como sucede con toda tecnología emergente, las especulaciones más o menos fundamentadas sobre sus posibilidades se disparan. En el caso de la gestión urbana, éstos serían algunos de los ámbitos sobre los que empezamos a contar con aplicaciones incipientes, como se pudo comprobar recientemente en la Smart City Expo World Congress.

  1. Movilidad: la capacidad de análisis masivo de datos, junto con los algoritmos predictivos, podrían evitar las congestiones viarias y optimizar las rutas y frecuencias del transporte público. Algo que resultará todavía más presente e imprescindible a medida que los vehículos autónomos vayan surgiendo por nuestras calles.
  2. Eficiencia energética: mediante sensores inteligentes y algoritmos se pueden analizar los patrones de uso para regular la iluminación, calefacción y refrigeración en edificios públicos y privados. Además, la gestión inteligente de residuos utiliza sensores para controlar la capacidad de los contenedores, optimizando las rutas de recogida.
  3. Seguridad: la IA, mediante la integración de cámaras de vigilancia y análisis de vídeo, puede detectar patrones de comportamiento sospechoso o identificar situaciones de emergencia. Los sistemas de reconocimiento facial mejoran la vigilancia y permiten la identificación rápida de personas.
  4. Planificación urbana: los modelos predictivos ayudan a anticipar las variaciones de población y las demandas de infraestructuras, facilitando la toma de decisiones informadas. Los algoritmos de optimización contribuyen a diseñar ciudades más eficientes en términos de espacio y recursos.
  5. Participación ciudadana: la IA no solo tiene el potencial para transformar la gestión urbana desde la perspectiva de la gestión pública, sino también de empoderar a la ciudadanía. La habilitación de plataformas digitales basadas en IA facilita la participación comunitaria en la toma de decisiones, permitiendo una intervención más informada sobre proyectos de desarrollo urbano.

En definitiva, prácticamente todos los aspectos de la gestión urbana se van a ver influenciados por el desarrollo de la IA y sus aplicaciones. Por el momento, sin embargo, manda en general la prudencia a la hora de incorporarlas en la gestión cotidiana, más allá de pruebas piloto.

En una encuesta realizada a 80 alcaldes y alcaldesas de diferentes ciudades del mundo, más de tres cuartas partes manifestaron interés en aprovechar la inteligencia artificial generativa para agilizar los procesos administrativos, mejorar la toma de decisiones basada en datos y mejorar la participación ciudadana.

Sin embargo, el mismo estudio recogía que solo un porcentaje menor al 5% de ciudades están utilizando en la práctica esta tecnología. En la mayoría de los casos se achacó a la falta de concienciación y la insuficiente fluidez digital y de conocimientos técnicos como obstáculos para la adopción. Para proporcionar mayores conocimientos y criterios al respecto, algunas instituciones y ciudades, como es el caso de Boston, han elaborado unas pautas dirigidas al personal directivo de la administración local.

Uno de los aspectos que suscitan mayores reticencias tiene que ver con los desafíos éticos y de privacidad que se plantean. Todo el mundo es consciente que la recopilación masiva de datos y el uso de algoritmos deben ser gestionados de manera transparente y ética para evitar posibles abusos y discriminación en el ejercicio de las tareas de gobierno. Pero llevar este propósito a la práctica no es tarea nada sencilla, y menos cuando muchos de esos datos y algoritmos están en manos de empresas privadas y pueden ser utilizados también con fines lucrativos. Una mayor implicación de la ciudadanía puede influir a la hora de garantizar que los beneficios de la innovación tecnológica se distribuyan de manera equitativa. 

Todo el mundo es consciente que la recopilación masiva de datos y el uso de algoritmos deben ser gestionados de manera transparente y ética para evitar posibles abusos y discriminación en el ejercicio de las tareas de gobierno

En este sentido, las ciudades deberían abrir procesos de participación para la toma de decisiones relacionadas con el despliegue de tecnologías inteligentes, para lo que es necesario fomentar la educación y sensibilización para comprender cómo funcionan las soluciones basadas en IA. Participar en iniciativas de defensa de derechos relacionadas con el uso ético de la inteligencia artificial sería un paso más en dicha implicación. Este es uno de los temas centrales sobre lo que pivotan los proyectos que surgen del Canòdrom – Ateneo de Innovación Digital y Democrática de Barcelona.

Como siempre, la clave consiste en construir y defender unos valores compartidos, así como unos principios fundamentales de actuación. Unos elementos que suelen activarse claramente ante graves crisis (como sucedió ante la pandemia) pero que cuesta mucho más que prevalezcan cuando se trata de fenómenos que se entienden como amenazas de futuro.

Llegados a este punto, debemos admitir que, afortunadamente, la conciliación de intereses, la gestión de conflictos o el alineamiento de valores y principios y, sobre todo, el sueño de la ciudad del futuro, incluyendo cuáles serán los objetivos comunes en materia de desarrollo y bienestar y la forma de alcanzarlos, son cuestiones en los que la tecnología puede acompañar, pero no sustituir, a las personas.