glovo delivery
Al caer en la tentación del 'delivery' salimos menos, paseamos menos y los sentidos se nos acomodan. ©Glovo

La existencia ‘delivery’

Sorprende el contraste entre la hípervelocidad de la vida laboral y una existencia casera cada vez más sedentaria

A la vida de las comidas híperveloces (escribí la semana pasada sobre el tema) hay que sumarle, por paradójico y delirante que parezca, el paradigma sedentario de la existencia delivery. Mientras el estrés nos devora el alma en una especie de temporalidad 24/7 donde cada ocupación exige más rapidez, cuando llegamos al hogar nos acecha la inmovilidad. Traducido al cristiano; vivimos tan abatidos por el curro y con los sentidos tan exhaustos debido a la conexión obsesiva a la red y al correo electrónico que, una vez en casa, pues ya me dirás quién puñeta se pone a cocinar, a leer un ratito o incluso a conversar con la pareja. El mundo exterior es un GP perpetuo, rebosante de música y ruido, y querríamos reservar nuestra casa del bum del mundo para convertirla en un santuario: pero demasiado a menudo, ya sea por fatiga o porque no podemos más con el alma, acaba convertida en tumba.

Con mi compañera de vida, ante estas situaciones de flojera nocturna exasperante, compartimos la misma aparición, un idéntico elephant in the room: “Venga, ¿pedimos un Glovo?”. El panóptico (¡sí, da mucho miedo!) a menudo se nos adelanta y la alerta del móvil ya escaneó el borborigmo estomacal con una alerta que nos sugiere repetir un pedido de sushi o de nuestros bocadillos predilectos. Primero impostamos resistencia estoica: “no, va, que tenemos cosas en la nevera y después acabamos tirando verduras del mercado a la basura”. Pura y simple hojarasca verbal: acabaremos cayendo. Hipócritas de nosotros, establecemos las normas de la metadona: “Bueno, pidamos dos veces por semana como máximo, ¿eh?”. Tu tía en patinete. Acabaremos cayendo en las garras de la existencia delivery por lo menos en cuatro ocasiones. Son dos clics y media hora: imbatible.

Pero todo ello tiene consecuencias y que no se me enoje ni la empresa en cuestión ni nuestros restauradores predilectos (envío abrazos entusiastas a las bocadillerías Santo Porcello, Chivuo’s y Good Shit Vegan Kebabs, entre otras muchas). Salimos mucho, mucho menos. Paseamos mucho, mucho menos (pasear no implica moverse con los pies por la ciudad con una dirección establecida, es un acto absolutamente diferente; significa improvisar, andar en la dirección absurda que los pies decidan, establecer rutas desconcertantes). Esto también significa que nuestros sentidos se acomodan. Miramos menos la ciudad, mucho menos; lo que implica que su pluralidad de olores y sensaciones acaban alejándose de nuestra tentadora predictibilidad casera. La existencia delivery es el contrapeso perezoso a la vida hiperactiva de la oficina: esta Punyalada no va de moralismos ni de asustar a la peña, pero la dialéctica en cuestión se parece un poco a la esquizofrenia.

La existencia delivery es el contrapeso perezoso a la vida hiperactiva de la oficina

Frunciréis la nariz con toda la razón del mundo. Últimamente, me salen punyaladas bastante pesimistas y con algunos tics más que cercanos a la tecnofobia. Puedo escuchar perfectamente la voz del lector diciéndome: “pues chato, si la existencia de las jornadas laborales te parece estresante, haz el favor de tomártelo con más calma y, si pides demasiados Glovo durante la semana, pues haz el puto favor de ponerte a cocinar por flojera que tengas, que yo viví La Guerra y no voy llorando por las esquinas”. Acepto la enmienda, y me azoto la espalda, pero la cosa no resulta fácil ni se cura pasando una mañana en un balneario o haciendo cursos de meditación. Ya sé que todo esto son first world problems, y blablablá: pero, qué le vamos a hacer, son los nuestros. El tráfico existente entre la vida a contrarreloj y un hogar en el que subsistimos cada vez más quietamente acomodaticios no me parece cuestión menor. Vivimos entre el sprint y la siesta: y esto me preocupa.

No aporto soluciones, cobarde de mí. Me entretengo a intentar poner contornos de pensamiento a un problema. Dicen que de esto va mi antiguo oficio, ya ves tú.