Nassim Nicholas Taleb describe la antifragilidad como aquella característica presente en algunas personas que no solo resisten bien el embate de la incertidumbre, de los acontecimientos negativos y de la presión del entorno, sino que, incluso, salen reforzadas de esta situación. Hay matrimonios antifrágiles y amistades que también lo son. Pero pocas ciudades tienen esta capacidad y Barcelona es una de ellas.
Vayámos 5 años atrás, de 2017 hasta hoy: desánimo social, agitación política, crisis económica, cisnes negros como una pandemia, el terrorismo… what else? Y, a pesar de todo, ¿realmente vemos Barcelona en negro? Sinceramente, yo no: yo veo cisnes blancos, como los que hay en el año 2022, dos (tres) cisnes sobre los que tenemos muchas razones para ver brillantes.
A menudo paseo con emprendedores, como con visionarios, hablo con inversores, me veo con científicos, y, dejando de lado los ODSs y el pin en la solapa, puedo afirmar que, en su mayoría más absoluta, lo que quieren es hacer un mundo mejor. Genuinamente. Y, de pasada, ganarse la vida. Unos quieren ayudar a las personas a cuidar su salud mental o a combatir el cáncer; otros a conectar personas con ganas de trabajar con gente que necesita que le lleven cosas a casa; muchos quieren evitar el desgaste medioambiental de nuestros ríos y oceános; hay quienes están obsesionados con ayudarnos a evitar gastos administrativos y/o financieros, y conozco a uno que ayuda a los músicos a subir sus obras a las plataformas digitales de música; en general, proyectos basados en investigación, ciencia y tecnología. En los últimos dos años muchos de ellos, y todos nosotros, hemos luchado contra la pandemia: unos en los laboratorios, otros en los despachos o en las entidades con ánimo o sin ánimo de lucro y, todos nosotros, en la inmensa mayoría, cumpliendo con las restricciones de vida. Pero Barcelona sigue, a pie de calle, creciendo a su ritmo, aprovechando una buena inercia.
Animo a observar el ritmo de esta ciudad por encima de los debates políticos, tendencias, crisis y comparaciones. Cuando realizas este ejercicio te das cuenta de que continúa creciendo y aprovechando los malos momentos para dibujarnos un buen futuro. La ciudad ofrece una buena acogida a los visionarios, a los soñadores, a los tecnólogos, a los científicos, a los médicos, a los diseñadores, a mujeres y hombres de aquí y de allá que desde aquí hacen posibles grandes proyectos y, los barceloneses, salimos ganando. “You may say I’m a dreamer, but I’m not the only one“, dice la canción. No están solos, en absoluto, y en la historia de Barcelona hay centenares de ejemplos de grandes historias nacidas aquí desde cero. Y esto, a pesar de todo, continúa pasando.
En mi faceta profesional de ayudar a los visionarios a cambiar nuestro entorno en positivo, arriesgo dinero, tiempo y energía. Me vaya bien o mal, no me importa: sólo veo y tengo registrado que estos esfuerzos fructifican, sin grandes titulares, sin grandes llamamientos a la fiesta o a la libertad, con la visión de hacer las cosas bien, con ambición dirigida y en el lugar y momento correcto.
Pero frenemos por un momento esta visión idílica y quizá autocomplaciente: ¿dónde están los espacios para proteger a los que arriesgan con nuevos modelos de negocio? ¿Dónde están los soportes para experimentar con nuevos marcos de desarrollo económico y social? ¿Dónde está la respuesta de la ciudad a la demanda de la población sobre determinados derechos o reivindicaciones? ¿Dónde está una perspectiva fiscal adecuada y competitiva que no frene la capacidad de plataforma que tiene esta ciudad? Barcelona es antifragil porque lo es, pero sus gobernantes no pueden tampoco apalancarse en la iniciativa de los que lo quieren intentar, de los que quieren probar una disrupción en ámbitos como el medio ambiente, la cultura, la música o la salud.
¿Queremos una ciudad más limpia?, ¡claro que sí! Hablemos con los emprendedores o con los centros de investigación que disponen de herramientas científicas para compensar con tecnología las externalidades de aquellos que no tienen la opción del transporte público para llegar al trabajo, o aquellos negocios que generan un exceso de basura en la calle. ¿Queremos turistas respetuosos y creadores de puestos de trabajo sostenibles?, ¡de acuerdo! Hace falta sentarse de forma sistemática con el sector y dibujar los ejes de estas colaboraciones en un marco en el que cabe la innovación aplicada de escuelas de turismo e ingeniería informática, o iniciativas de hoteleros y comerciantes con la mejor de las intenciones. Entre muchos otros proyectos.
Miremos las calles de Barcelona donde se instalan, desde hace pocos meses, las grandes tiendas de bandera (flagship) de marcas internacionales. Todas ellas respetadas internacionalmente y presentes en las grandes calles de las capitales mundiales. No es que hayan abierto hace años y estén aguantando, no es que hubieran cerrado y ahora vuelvan a abrir, ¡no!: se instalan por primera vez. ¿Será que ven alguna cosa en el futuro de esta ciudad que algunos no ven venir? ¿Será que confían en nuestro futuro más que nosotros?
¿Será que las grandes marcas internacionales ven alguna cosa en el futuro de esta ciudad que algunos no ven venir? ¿Será que confían en nuestro futuro más que nosotros?
Visitemos los parques científicos y tecnológicos donde están estudiando y desarrollando nuevos materiales para el tratamiento de la enfermedad del Parkinson, o desarrollando anticuerpos para prevenir la metástasis, o circulemos en bici por el Poble Nou y veremos oficinas llenas de jóvenes con ingenio que pasan horas codificando un mundo diferente (y que, en términos generales, nos puede llevar a un mundo mejor). ¿Cuándo hablaremos de estos cisnes blancos?
¿Barcelona resiste? No: se engrandece, se hace fuerte, y sigue un camino en el que destaca la innovación, la sostenibilidad y la creatividad en un mundo cada vez más distribuido, incierto y confuso. Mi abuelo hablaba en términos de puestos de trabajo, sillas en la fábrica o en la oficina; y el tamaño era una muestra de júbilo. Luego, nos centramos en las ventas, los volúmenes, los metros cuadrados. Hoy, ya estamos centrados y rodeados por la intangibilidad, por aquello que no se ve, ni se toca, pero que nos fortalece a todos. El valor económico, pero también el social.
Barcelona se engrandece, se hace fuerte, y sigue un camino en el que destaca la innovación, la sostenibilidad y la creatividad en un mundo cada vez más distribuido, incierto y confuso
Barcelona tiene herramientas, si se utilizan bien, para hacer visible todo este potencial que a menudo menospreciamos. Creo que no miramos de cerca. No hace falta decir nombres de empresas, todos las conocemos, unicornios o ratones de garaje donde se creará el next big thing, grupos hoteleros o entidades que luchan contra la desigualdad, etc. Solo hace falta ser consciente que, en el mundo en el que nos toca vivir, donde la única certeza es la incertidumbre, Barcelona navega bien. Lo ha demostrado, centrándose en industrias que tienen futuro: la salud, la innovación, la tecnología, el cambio climático, el arte, el turismo de calidad, la cultura, la arquitectura, etc. Barcelona navega peor en un mundo rígido, centralizado y donde todo está controlado por normativas limitantes y burocráticas.
La Via Laietana, arteria vital construida en 1908, ostenta el récord de ser una de las calles del mundo que han registrado más revueltas, manifestaciones y otras reivindicaciones sociales, y, desafortunadamente, en muchas ocasiones, con resultados no deseables. Pero también es el termómetro de la sociedad que tenemos y, concretamente, de su antifragilidad. Barcelona se deja y evoluciona, porque protesta, pero sigue, se refuerza y se hace mayor. Y la Barcelona antifragil será nuestra si la hacemos nuestra, la observamos y la caminamos más, precisamente, en todo aquello que la hace única y diferente, hacia aquellas direcciones y sectores donde es una ciudad fuerte y consolidada. Resulta que, además, es hacia dónde va un mundo lleno de retos, incertidumbres y también oportunidades. Barcelona is ready…