Para muchos, comparar la desertificación actual de la Rambla más turística con cómo era esta larga avenida hace un año debe ser difícil. Difícil por no decir imposible. El noventa por ciento de los barceloneses y barcelonesas no ponen los pies desde hace años. De los pocos que paseaban por allí hay que descontar los que la esquivan desde agosto del 2017 por el miedo y el sentimiento de angustia que les provoca el terrible ataque terrorista. La parte de la Rambla que va de Plaza Catalunya hasta el mar, la rambla o las ramblas – se dice en plural para incluir los diferentes tramos- es hoy un páramo turístico con restaurantes, cafeterías, terrazas y tiendas cerradas o a medio gas. Los turistas escasean, por no decir que ya son una especie en peligro de extinción. Si los ciudadanos de Barcelona y el resto del país ya hace años que dejaron de ir, cansados de precios abusivos, subproductos, masificación y mal servicio, la Covid-19 ha malherido, de momento, un modelo que todos reprobaban pero del que nadie hasta ahora ha sido capaz de presentar una alternativa viable.
En la línea populista del actual equipo de gobierno de la ciudad abundan a menudo eslóganes como el de “recuperamos la Rambla para los ciudadanos”. De momento, sin embargo, esto brilla por su ausencia y al parecer no se está aprovechando suficientemente la bajada drástica de turistas para actuar. Es cierto que se ha designado un equipo encabezado por la ex concejala y arquitecta Itziar González para remodelar la Rambla. Y no debemos dudar que seguro será una propuesta seria y cuidadosa. Pero hasta ahora todas las actuaciones del ayuntamiento de nuestra capital se han limitado al ámbito urbanístico. Seguro que hay una reforma integral, pero el equipo de señoras Colau y Sanz no pasa nunca de aquí. Ladrillo. Siempre ladrillo.
No deja de ser una paradoja que la responsable de la “Nueva Rambla”, Itziar González, tuviera que abandonar su cargo de concejala en el ayuntamiento amenazada por una parte del sottogoverno de la ciudad que se negaba a abandonar las malas prácticas en las licencias a establecimientos turísticos. Unos vicios que tienen mucho que ver con cómo se ha configurado el criticado modelo actual de la Rambla y que por lo que hemos visto hasta ahora son bien vigentes. Con estos mimbres la exconcejala del equipo de Jordi Hereu tendrá que hacer el cesto.
Podremos reformar La Rambla, pero si no se entra a fondo en el modelo de establecimiento y el producto que se sirve, será difícil revertir la situación. Incluso podría ocurrir que el modelo Rambla se extendiera a zonas como el Born. Decimos que el Born es una zona de éxito, amenazada pero de éxito, porque los aborígenes todavía hacen acto de presencia. Porque las tiendas que resisten no se han inclinado hasta ahora por el souvenir barato.
No se trata de coser a inspecciones los establecimientos y aumentar así las nóminas del capítulo 2 del ayuntamiento, sino de definir qué establecimientos merecen un permiso de apertura a partir de la calidad y el producto que ofrecen. No es fácil, pero otras ciudades como Amsterdam han demostrado que es posible. La antinomia de la Rambla es la Plaça Reial de antes de la Covidi-19, una plaza que antaño se había convertido en una zona cero pero que durante estos últimos años, gracias al repunte de la calidad de sus establecimientos, ha mejorado. Incluso se puede ver algunos nativos sentados en sus restaurantes.
Si el equipo de gobierno de la ciudad sólo se limita a contener la proliferación de restaurantes, bares y cafeterías pero no busca medidas para marcar los niveles de calidad, el problema persistirá. El nuevo Plan de usos para Ciutat Vella que entró en vigor después de una moratoria salvaje ni mejorará la calidad ni solucionará el problema. Básicamente desertizará los bajos de la mayoría de fincas. Recuerdo que cuando lo pude tener en mis manos, lo primero que me vino a la cabeza fue preguntarme si el ayuntamiento quería convertir todos los bajos de la ciudad en lofts. Pero no. Con la actual normativa se abrirán muy pocos locales de ocio y de restauración nuevos, pero no se solucionará en nada el problema de la Rambla.
Con la Rambla vacía y los locales de la sangría y la cerveza a precios desorbitados y las tapas y paellas descongeladas cerrados, se nos abre una oportunidad para volver a empezar. No me atrevo a decir que los barceloneses volverán, pero al menos hay una nueva oportunidad para civilizar un espacio importante y referente para la ciudad.
Ahora bien, para hacer este cambio, para sacudir la Rambla y hacerla un lugar más civilizado, más habitable para los vecinos y vecinas, se necesitan ideas y perseverancia y sobre todo interlocutores en el sector de la restauración dispuestos a cambiar de modelo. El problema es que quien gobierna la ciudad no sabe cómo hacerlo y los usufructuarios del modelo esperan como agua de mayo una vacuna que devuelva al modelo de la chancleta y la sangría de metanol.