Maragall i la lluna
LLUNA PINDADO y JAVIER MARISCAL EN UNA IMAgen DEL DOCUMENTAL Maragall i la lluna.

Cuando Maragall podía dormir en tu casa

La película Maragall i la Lluna exalta la figura del antiguo alcalde olímpico con un exceso de apología y torpeza fílmica, pero aun así resulta un contraste tan edificante como terrible a la triste figura de la clase política del 14-F

El catalanismo político de mi generación, e incluso diría la idea rectora de qué es un servidor público, se funda en dos historias pretendidamente basadas en hechos reales que, a base de repetirse en comidas y cenas, acabaron en el ámbito de la leyenda. La primera era la del Muy Honorable Jordi Pujol obligando a aterrizar el helicóptero de los Mossos que le trasladaba en una de sus compulsivas travesías por el país con el simple objetivo de abroncar a un campesino que quemaba temerariamente una pila de hojarasca cerca del bosque. La segunda era el rumor de que el alcalde Maragall, el artífice de los Juegos, de vez en cuando se presentaba en casa de una familia barcelonesa para dormir e interesarse por su día a día y los problemas del barrio. La primera historia determinaba el carácter de un presidente amenazador (porque las malas noticias, las bombas y la ira corrosiva de los dioses suelen caer del cielo) y que siempre estaba dispuesto a castigarte si habías pecado; la segunda conformaba el imaginario de un alcalde seductoramente transformador, poco disciplinado y anárquico, con suficientes ideas de bombero como para acabar durmiendo en tu cama y birlarte medio desayuno.

 

La democracia catalana de finales de siglo XX se funda en el imaginario que conforman estos dos titanes legendarios, o más bien en la tensión entre dos formas de entender la política que irrumpen en la plaza pública contrastando la figura del abuelo que te regaña por las fechorías que aún no ha podido ni imaginar y el tío simpático que te las perdona porque comparte tu espíritu naïve y tiene más necesidad de amarte que no la obligación de educarte. Esta es la idea que teje el documental Maragall i la lluna, un repaso a la trayectoria política del alcalde olímpico y el presidente del Estatut protagonizado por la actriz Lluna Pindado, una de las barcelonesas a quien en 1992, cuando sólo tenía ocho años, tocó la lotería del alcalde que podía venir a dormir a casa. El hecho de que el documental haya sido coproducido por la Fundació Catalunya Europa, de inspiración pasqualista, determina que nos encontramos ante un producto indisimuladamente apologético que conecta el heroísmo de quien transformó el destino de Barcelona con el visionario destronado por el aparato de su partido que dedicó su último aliento a luchar contra el Alzheimer.

LLUNA PINDADO con DIANA GARRIGOSA, ESPOSA DE PASQUAL MARAGALL.

No ocurre lo mismo con la dirección de la película por parte de las almas Benecé (los directores Josep M. Mañé, Francesca Catalán y el productor ejecutivo Xavier Atance) que firman una pieza de una antigüedad exasperante y de una evidente mala factura en la técnica televisiva más elemental. Ayuda poco que la buena idea fundacional de la película, Lluna acercándose curiosa al personaje legendario que le había okupado la cama de niña, cuente con una protagonista que no está a la altura histórica de un político que le resulta demasiado grande y al que se acerca con un espíritu didáctico exasperantemente infantil. Sea como sea, los que experimentamos los Juegos Olímpicos como un sueño real de niñez es importante ver Maragall i la Lluna, no sólo para rememorar alguno de los tópicos sobre el personaje, sino sobre todo porque las obras de arte y periodísticas siempre se leen desde el presente y resulta interesante contrastar la caracterología tópica-mitológica del maragallismo (la apertura al mar de la ciudad, el político imprevisible, y etc.) con un presente liderado por diputados y consejeros de inaudita mediocridad.

Resulta interesante contrastar la caracterología tópica-mitológica del maragallismo con un presente liderado por diputados y consejeros de inaudita mediocridad

En uno de los tramos del documental, el antiguo alcalde de Girona Quim Nadal recuerda con la piel de gallina cómo, apenas terminada la ceremonia de inauguración de los Juegos y cuando el equipo organizador ya respiraba tranquilo con el éxito de todo aquello, Maragall les llevó a él y a unos amigos a cenar a Els Pescadors (el grandísimo restaurante de Pepe Maulini y la Toia Duran, donde el pescado al horno es una obra de arte) y al llegar a la Plaça Prim todos los vecinos y los comensales presentes se levantaron para aplaudir. Esta Barcelona olímpica, que es la Barcelona donde como dice Joan Manuel Serrat la gente sonreía por la calle sin saber por qué, es el núcleo existencial del maragallismo, una filosofía que emparenta el idealismo de la Catalunya-ciudad del Noucentisme con dos cosas que Pasqual aprende en Nueva York cuando estudia en mi universidad, la New School for Social Research: primero, que una ciudad de pretensiones globales siempre debe actuar como la capital de un estado y, segundo, que para ser progresista, muscular cultura y tejer una urbe con suficientes servicios sociales la gente, a poder ser, se debe tener la cartera llena de pasta. No lo contrastéis con la izquierda actual…

La actriz que hace de hilo conductor del documental con los hermanos de Maragall.

Por su carácter reivindicativo, insisto, no podemos evaluar Maragall i la Lluna como una relectura seria del maragallismo. Esto ya lo han hecho algunos autores de la tribu como Edgar Illas (léase Barcelona: Ideologías de una ciudad global), que ha estudiado con mucha precisión como el maragallismo olímpico también fue una forma con la que en Catalunya se enterró la pax con el post-franquismo de Samaranch y como la construcción de una ciudad cosmopolita también escondía la voluntad perversa de apagar el conflicto nacional entre Catalunya y España. Todo esto ya nos lo sabemos, ciertamente, pero desde el presente sorprende mucho ver algunas de las escenas de esta película donde el alcalde sube a una máquina de obras para supervisar personalmente como un operario se carga toda una fábrica o como Pasqual va por el mundo con mucha dignidad vendiendo Barcelona como la ciudad más bonita del planeta. Se puede criticar tanto como se quiera el imaginario de Maragall, y también el cinismo corrupto de Jordi Pujol, pero la crítica hacia estos políticos sólo se puede hacer desde la admiración. Eran hombres de poder, con ideas en la cabeza, y una fuerza sobrehumana.

Se puede criticar tanto como se quiera el imaginario de Maragall, y también el cinismo corrupto de Jordi Pujol, pero la crítica hacia estos políticos sólo se puede hacer desde la admiración

Mientras veía Maragall i la Lluna pensaba mucho más en la sociedad de Lluna que en la Barcelona de Pasqual, en esta nuestra Catalunya que se acerca al 14-F con la población absolutamente desencantada ante unos candidatos que hacen una campaña sin una sola idea que no supere lo inframental y con un gusto estético en carteles y lemas que no pasaría ni el primer curso de una escuela de diseño. Servidor es un enemigo militante de la nostalgia, pero caramba, cuesta muchísimo no caer en ella ante la narración de una vida política determinada por el ingenio y una idea de ciudad por la que muchos no tenían más remedio que abandonar unos segundos el mero al horno que degustaban para ponerse a aplaudir. Visto con perspectiva, que alguien ose religar el maragallismo con el movimiento colauista (por mucho que algunos de sus agentes impulsores como Jordi Borja se le hayan acercado) es un insulto a la inteligencia, porque Colau representa justamente el espíritu tacaño de los vecinos que protestaban contra la apertura al mar de Barcelona escudándose en que los chiringuitos de la playa tenían mucha historia, cuando todos sabemos que apestaban a mierda.

Diana Garrigosa en la casa de los Maragall en Rupià.

Contemplando a Maragall saltando de alegría junto a las fuentes de Montjuïc en la mítica imagen de la gabardina negra sólo puedes llorar este presente de una grisura funesta. Los años noventa tuvieron muchos excesos que ahora pagamos, y el modelo olímpico de ciudad creó una pauta que, como demostró el Fórum, no podía perpetrarse en imitaciones baratas. Sí y recontrasí. Pero en aquellos tiempos podías soñar con que el alcalde vendría a dormir a tu casa o con que el presidente del país te cascaría una bronca si te portabas mal. Ahora el escarmiento lo harías tú a cada uno de ellos y de ellas y si un político te amenazase con venir a casa temblarías de pavor y esconderías la cristalería por miedo a que te la hurtasen. Maragall es todo lo contrario a nuestro tiempo, donde el listón se baja por sistema y la izquierda trafica con la pobreza de sus electores con una moral prostibularia. Lo importante de aquel 92, querida Lluna, no era que el alcalde viniera a dormir a tu casa, sino que todos llegásemos a pensar que un día se presentaría en la nuestra.


*El documental Maragall i la Lluna, una producción de Benecé Produccions y la Fundació Catalunya Europa, se estrenó en el festival BCN Film Fest en el mes de junio de 2020 y llegó a los cines el pasado 29 de enero. En Barcelona, se puede ver en los Verdi, Renoir Floridablanca, Cinemes Girona y Balmes Multicines.