¡El mío no!

¡Oyo-yoy! Gracia parecía el Summercase. Botellas de ginebra, por el suelo, vacías, junto a las botellas, también vacías, de tres cuartos de tónica. Esas botellas de plástico que compras cuando prevés que prepararás muchos gintónics y que, por tanto, la terminarás, porque ya se sabe; la tónica abierta, en la nevera, al final acaba perdiendo el gas. Y vasos de plástico, vacíos también, con una rodaja de limón dentro. El botellón-tender, que es el barman del botellón, se lo curró…

La temperatura de las dos noches del fin de semana, el primero sin toque de queda después de meses, hay que decir que era maravillosa. Había restaurantes abiertos la noche del domingo y quien no lo había previsto no encontraba mesa. La playa estaba llena de jóvenes en círculo que comían patatas fritas, fumaban y bebían. Algunos, se habían llevado lucecitas de esas que venden en los bazares y que funcionan con pilas.

Pero hoy hay otros corros. Corros de adultos en la puerta del instituto, o junto a la máquina del café del trabajo, o en las terrazas de los bares: “El mío no, el mío no fuma, ni bebe, porque no le gusta”, dices tú. “En casa ya le hemos dicho: ‘si lo quieres probar, pruébalo con nosotros’, pero nos dice que no, que sus amigos sí que fuman y beben, pero él no”. Y tu amiga replica: “Ya sí, la mía, tampoco. La mía es la única del grupo que no ha probado los porros, los demás, sí, todos. Ella dice que no quiere. Y no le gusta el alcohol”. Y tu amigo responde: “Ni las mías. La mayor lo probó y no le gustó. Y la pequeña dice que no quiere, que ya sabe que el alcohol no permite que el cerebro se desarrolle. Y que si un día prueba un porro me lo dirá”.

Y en todos, todos los corros de hoy hay adultos que dicen “El mío, no”. Y tienen razón, seguro, porqué yo la tengo. El suyo no es. Son siempre los de los demás.