David Fincher dirigiendo a Gary Oldman.

Estreno de ‘Mank’, de David Fincher

El guion de Ciudadano Kane y el fascinante Hollywood visto por Herman Mankiewicz

Existen tres motivos para aceptar de buen acuerdo y de antemano que Mank era la película más esperada de este año. El primero, es que su director, David Fincher, es uno de los tres o cuatro directores más importantes de lo que va de siglo y el mundo siempre espera sus películas como auténtico maná cinematográfico; aunque ha participado en algunos capítulos de la serie Mindhunter, Fincher llevaba seis años (desde Perdida) sin hacer un largometraje…, el hombre que había creado adicción a su cine con títulos como Seven, El club de la lucha, Zodiac o La red social.

 

El segundo, es que Mank hurga en una de las polémicas más fascinantes de la historia del cine, la de la autoría del guion de Ciudadano Kane, y cuyo proceso de creación es parte esencial de la historia que se cuenta en Mank. Y tercer y hermosísimo motivo para esperar con ansiedad esta película es que retrata un periodo de Hollywood, la segunda mitad de los años treinta, desde la mirada abrasiva y cínica de Herman J. Mankiewicz, guionista de talento afilado y cultura enorme, hermano mayor de Joseph L. Mankiewicz (el director, entre otras obras maestras, de Eva al desnudo), alcohólico, insolente, genial y el que, al fin y al cabo, escribió las trescientas páginas que luego recogería Orson Welles para hacer Ciudadano Kane.

Una escena de Gary Oldman en el papel de Mankiewicz.

Bien, el mundo esperaba con ilusión y paciencia a Mank (en esta época en la que son las grandes películas las que esperan al mundo, a su recuperación y su vuelta a las salas), pero es una obra de Netflix y, como tal, se beneficia de su doble condición: se estrena en las salas de cine este fin de semana y posteriormente se podrá ver globalmente en las pantallas de la plataforma.

David Fincher elige para construir su relato un viejo guion de su padre, Jack Fincher, y también hace otras dos elecciones arriesgadas pero que le acercan a un, digamos, diálogo (narrativo y estético) con esa cima del cine que es Ciudadano Kane. Elige un blanco y negro que derrama la atmósfera precisa sobre la historia que cuenta; y elige una clarísima estructura en dos tiempos narrativos: el que nos muestra a Herman Mankiewicz herido y postrado en una cama mientras escribe el desarrollo del guion que luego será Ciudadano Kane, y píldoras del pasado (en clásicos pero modernos flashbacks) en las que se cuentan los años anteriores, la relación de Mank con el Hollywood de entonces, con sus grandes estudios y sus poderosos magnates y estrellas, como Luis B. Mayer, Irvin Thalberg o el intocable William Randolph Hearst, que era precisamente el objetivo del dardo de Orson Welles —con el nombre de Charles Foster Kane— en su obra maestra.

Una escena de la película con Arliss Howard (Louis B. Mayer) en primer término.

El retrato que logra David Fincher de aquel paisaje de Hollywood, embarrado entre el poder político y la creación artística, es sorprendente y malicioso, aunque contiene pasajes asombrosos de la tramoya y funcionamiento de todo aquel pulso entre fuerza y talento, además de sublimes momentos de cinismo, audacia y ternura, como todos los que protagoniza el personaje de Mankiewicz con la actriz Marion Davis, amante de Hearst, estrella del cine mudo y alma sin presencia en Ciudadano Kane, pues Rosebud, el nombre del  trineo de la infancia o “magdalena de Proust” de Foster Kane, era también el modo en que Randolph Hearst llamaba a ciertas partes íntimas de Marion Davis.

A David Fincher se le nota su inclinación y simpatía hacia la figura de Herman Mankiewicz, e indaga en sus luces y sombras

Las interpretaciones que hacen Gary Oldman y Amanda Seyfried de Mank y Marion están llenas de arrebato y cromatismo emocional. Ambos destilan ese añejo aroma del viejo Hollywood, pero también  el resto de actores, Tom Burke (Orson Welles), Arliss Howard (Mayer), Ferdinand Kingsley (Thalberg) o el impresionante Charles Dance (William Randolph Hearst). La ambientación y el espíritu participan de lo hipnótico del relato, y la fotografía de Erik Messerchmidt  consigue una fabulosa rima asonante con la que Greg Toland hizo en Ciudadano Kane.

Amanda Seyfried como Marion Davis.

A David Fincher se le nota su inclinación y simpatía hacia la figura de Herman Mankiewicz, e indaga en sus luces y sombras, y la propia personalidad de Gary Oldman, tan vencedor como vencido, tan capacitado para adornar papeles de villano, logra enfocarlo para su absoluta comprensión. Y, en fin, queda en el aire revoloteando la incertidumbre sobre cuál fue el peso real de cada uno de ellos, Wells y Mank, en la autoría del guion de Ciudadano Kane, que firmaron ambos (tras alguna que otra disputa por los créditos) y que sorprendentemente fue el único Oscar que ganó la que es considerada por muchos como la mejor película de la historia del cine.

El cartel de la película.