Un espejo da la bienvenida a la exposición La imagen humana. Arte, identidades y simbolismo para advertir de que todo lo que se verá a continuación no es más objetivo que la imagen que se refleja en él, siempre afectada por cómo la ve cada uno. Le sigue una videoinstalación del artista colombiano Óscar Muñoz en el que su autorretrato está en permanente creación y destrucción. Pintado con agua, el rostro se desvela efímero y frágil, sobreviviendo tan solo el tiempo que tarda en secarse.
Bajo estos preámbulos, la muestra recoge más de 150 obras que reflexionan sobre la representación del rostro humano a lo largo de la historia y por todo el mundo, abordando de manera heterogénea los diferentes ideales de belleza y expresiones de la divinidad y el poder. Pinturas, dibujos, esculturas, fotografías y filmaciones se superponen a lo largo de todo el recorrido por el CaixaForum, rompiendo el orden cronológico y agrupando obras de artistas como Henri Matisse, Francisco de Goya, Édouard Manet, Luis de Madrazo y Antoni Tàpies. Haciendo convivir por primera vez el fondo del British Museum con la colección de arte contemporáneo de la Fundació La Caixa, la exposición se puede ver hasta el próximo domingo 22 de octubre.
A pesar de que las etapas se mezclan a lo largo de la muestra, una de las primeras piezas es la que se considera como el retrato más antiguo de la historia. Representa el cráneo de un hombre que vivió hace unos 9.500 años, completado con yeso para imitar la carne de la cara y acompañado por pequeñas conchas para tapar los ojos. No queda clara cuál era la intención de esta pieza, una de las joyas del British Museum: puede que fuera para honrar al difunto, pero también se contempla que sirviese para simbolizar alguna figura ancestral.
Después de esta primera representación conocida, se expone cómo la humanidad ha querido representar el cuerpo en su forma más ideal, según los estándares de cada momento. Están las figuras perfectas de Adan y Eva hechas por Albrecht Dürer en el siglo XVI, gravadas siguiendo las proporciones matemáticas establecidas durante el Renacimiento. Pero antes había sido diferente, como demuestran unas figurillas femeninas más antiguas, hechas con formas muy minimalistas o completamente voluptuosas, pero en ambos casos con el objetivo de hablar de la fertilidad.
La sensualidad tradicionalmente relacionada con el desnudo femenino se ha ido contestando con el tiempo, como en el caso del fotógrafo Christopher Williams, mostrando lo que queda detrás de los anuncios de lencería, con una modelo llena de pinzas para exhibir un producto falso. También lo hace Craigie Horsfield en Eva Saumell, carrer Mansó, Barcelona febrer 1996 con un desnudo completamente sencillo y realista, desprovisto de erotismo. Goya, mucho antes, muestra en uno de sus Caprichos a una anciana que se mira absorta en el espejo, ajena a las burlas que le dedica su entorno.
La belleza se entrelaza con el poder y la religión, otorgando a sus líderes los rasgos más exquisitos, pero también humildes si hace falta, siempre en un ejercicio de propaganda. Curioso es el retrato de Isabel la Católica hecho por Luis de Madrazo siglos después para poner en valor a la entonces reina Isabel II y vincularla a la tradición, teniendo en cuenta la debilidad de su trono. Pero la propaganda ya se hacía en el Imperio romano, con el emperador Marco Aurelio poniendo esculturas suyas por todos sus dominios para recordar su poder, fórmula seguida mucho tiempo después por Mao Tse Tung en China. No falta la versión moderna, con chapas de los presidentes de Estados Unidos Barack Obama y Donald Trump.
Si pasa con la política, también se hace con la religión. Entre muchas imágenes tradicionales, aunque no por ello dejen de sorprender, como plantas de pies que representan a Buda, destaca la Black Madonna with twins de Vanessa Beercroft. Se trata de una adaptación de la típica iconografía cristiana para los creyentes de Sudan del Sur. En ella, se ve una Virgen María representada por una mujer local vestida de rojo, dejando atrás las madonas blancas ataviadas de azul.
Los prejuicios, fruto de unos estándares esclavizantes, son un elemento intrínseco en cualquier representación. Desafiados los preceptos de que una mujer tiene que ser sensual o que la Virgen María tiene que ser blanca, la exposición del CaixaForum ahonda un poco más para seguir desmotándolos. Lo hace cuestionando el ideal de poder a través de unas medallas con la máscara mortuoria de Napoleón, perdida ya su grandeza, relegado a ser, simplemente, un mortal más. También evidencia las vergüenzas de una sociedad racista, con ocho fotografías en baja resolución de rostros borrosos e irreconocibles en los que solo se distinguen barbas y velos. La pieza del iraní Taraneh Hemami, Most Wanted, se basa en imágenes del Gobierno de Estados Unidos de personas sospechosas de terrorismo.