Esta es una historia de luz y de esperanza, como la define Marcel Barrena. Pero también de sombras y de oscuridad. Esta es una historia que traspasa fronteras, terrestres y marítimas, y que llega hasta las salas de cine de nuestro país para hacernos reflexionar. Cada cual sacará el mensaje que quiera, todo dependerá de las convicciones políticas y morales que tenga. Pero, como dice Marcel Barrena, “esta no es una película política, no tiene una respuesta al conflicto, ni tampoco se la plantea”.
Esta es la entrevista al director Marcel Barrena sobre una película, Mediterráneo, que ha involucrado a más de 1.500 personas, 1.000 de ellas refugiadas. Esta es una película que ha tenido un presupuesto de unos 4 millones de euros, ha sido posible gracias a las productoras Lastor Media, Arcadia, Fasten Films y la griega Heretic, y ha contado con el apoyo de TVE, TV3, Movistar, el Ministerio de Cultura, el Institut Català de les Empreses Culturals, varias instituciones públicas griegas y la Comunidad Europea. Cómo decíamos, es una historia que traspasa fronteras y que intenta aglutinar diferentes puntos de vista. ¿Conocéis la historia de los ciegos y el elefante? Un día, en un lugar remoto de la India, apareció un elefante. Un grupo de ciegos se le acercó. Para conocerlo, uno le tocó la trompa y dijo: “¡Es una serpiente!”. El otro le tocó la oreja y dijo: “¡Es una ave!”. Y otro le tocó un colmillo y dijo: “¡Es un toro!”. Ninguno de ellos tenía la imagen completa. Nosotros, tampoco.
— ¿Quién tiene la idea de hacer esta película, Marcel?
— Yo y Dani Rovira, uno de los protagonistas, habíamos hecho una película que se llama Cien metros. Habíamos quedado muy satisfechos y buscábamos otro proyecto para hacer. Un día con el productor Tono Folguera vimos una noticia sobre un socorrista de Badalona que había ido a Lesbos y había salvado a no sé cuánta gente. En aquel momento vimos claro que se tenía que explicar. Esa misma mañana llamé a Dani, le expliqué la historia, lo vio claro y el día siguiente estábamos los tres hablando con Òscar Camps para convencerle de que nos dejara explicarlo. Y así es como empezó ahora hace 5 años.
— En estos 5 años habéis estado haciendo todo el trabajo de guion, producción…
— Sí, el guion fue bastante complicado. Nos costó encontrar el equilibrio entre una película comercial —esta película tenía sentido si llegaba a mucha gente— y una cosa del máximo respeto posible hacia el tema que tratábamos. Era un equilibrio muy, muy, delicado. El guion nos costó bien, bien, 3 años. En paralelo hicimos un montón de viajes a Grecia con Òscar y con la gente de Open Arms, que nos iba explicando dónde había pasado todo.
— ¿Tú habías estado antes en Grecia? ¿En un campo de refugiados?
— No, nunca.
— ¿Y cómo te sentiste?
— Visité muchos campos de refugiados diferentes. El campo de Moria, por ejemplo, era un lugar bastante infernal, a pesar de que intentaba mantener un grado de humanidad gracias al equipo de voluntarios que trabajaba allí. Una de las veces vi a una niña —esto me marcó mucho— que estaba mirando un Ipad. Y claro, tú vas con tus ideas preconcebidas de refugiados y todo aquello, pero cuando ves a una niña con un Ipad en un campo —estaba viendo Friends— entonces dices “podríamos ser nosotros perfectamente”. Las primeras oleadas de refugiados que huían de Siria era gente de clase mediana o clase alta. Esto es muy chocante. Ya no hay aquella barrera de cuando yo era pequeño que pensabas que la pobreza solo estaba en África. Entonces lo veías con mucha distancia y ahora te explota en la cara.
“Con el productor Tono Folguera vimos una noticia sobre un socorrista de Badalona que había ido a Lesbos y había salvado a no sé cuánta gente. En aquel momento vimos claro que se tenía que explicar”
— ¿Te ha costado no caer en el sensacionalismo?
— Era el gran peligro que teníamos con esta película. Teníamos que ir con mucho cuidado y, a veces, luchar contra nosotros mismos. Cuando haces una historia para el cine, que quieres que llegue a mucha gente, quieres que la gente se emocione, que aprenda cosas… Y siempre había este peligro de pasarse de frenada al victimizar a los refugiados o al criticar los personajes que están entre dos aguas, como los policías o los guardacostas. Había muchas cosas con las que teníamos que tener mucho cuidado, por eso hemos intentado jugar en un terreno de grises.
— ¿Cómo se han preparado sus papeles los actores?
— Nuestra idea era hacer una cosa hiperrealista. Por eso, cada actor trabajaba con su personaje real. Eduard Fernández trabajaba mucho con Òscar, que se han hecho muy íntimos y por eso en la película son prácticamente iguales: se mueven igual, miran igual… Esto es lo que pasa también si tienes a un actor superdotado. Encima, Eduard había sido subcampeón de España de waterpolo, sabía nadar muy bien. Lo que hicimos en general son bastantes entrenamientos de nadar, llevar las motos… Cosas técnicas. Tenía que parecer que realmente lo estaban haciendo bien. Después, uno de los personajes de la película, el que interpreta Sergi López, es un homenaje a un socorrista argentino que se llama Nico que estuvo con nosotros todo el rodaje y vigilaba que todo tuviera sentido: por dónde cogíamos la barca, de dónde se cogía a la gente… Nos ayudó mucho. Pero, en general, quien más se ha trabajado su personaje, hasta la obsesión, fue Eduard con Òscar.
— ¿La película está rodada en Lesbos íntegramente?
— Está rodada el 98% en Grecia y dos días de rodaje en la nave industrial de Proactiva, que está frente a la playa de Mataró. Todo el material que hemos usado en la película es el mismo material que ellos usaron en el gran naufragio que sale en la película. Las mismas motos, los mismos chalecos… Todo es lo mismo. La gran apuesta que había hecho era grabar en Lesbos. Durante los viajes que hicimos buscamos los lugares donde ellos lo habían vivido para rodar. Quería que todo fuera lo mismo, pero no pudo ser. Cuando estábamos en plena preproducción hubo una serie de ataques neonazis a refugiados. Me parece que, incluso, asesinaron a uno o dos y las autoridades de Lesbos nos dijeron que no rodáramos allí una película con refugiados reales porque podíamos tener problemas. Tuvimos que irnos y empezar a trabajar en otro lugar de Grecia.
— ¿Dices que los extras que vemos en la película son refugiados reales?
— Sí, todos lo son. Pudimos contratar a más de 1.000 extras, que eran refugiados que fuimos a buscar al campo. Fue una idea que tuve desde el día 1, porque quería que la película fuera lo más fidedigna posible. Sabía que nuestros actores eran top y lo harían muy bien, pero que la película podía morir si los extras no funcionaban. Con aquellas imágenes que todos hemos visto en los telediarios de llegadas de barcas, de gente desesperada, de gente triste, o feliz, porque han llegado bien. Todo un abanico de emociones que si nosotros no podíamos trasladar a la pantalla, acabaría siendo ridículo. Estaba muy preocupado con esto y por eso decidí no contar con actores.
“La gran apuesta era grabar en Lesbos, pero cuando estábamos en plena preproducción hubo una serie de ataques neonazis a refugiados. Las autoridades nos dijeron que no rodáramos allí porque podíamos tener problemas”
— ¿Y fuisteis a un campo de refugiados a buscarlos?
— Exacto. Tuvimos un trabajo brutal de ir a campos, hacer entrevistas por si querían participar… Íbamos con mucho cuidado porque el psiquiatra del campo de Moria nos había dicho que esta idea era muy bonita, pero que siendo realistas esta gente había salido de una barca, había perdido familiares, amigos… Y que volverlos a meter en una barca en medio del mar podría ser contraproducente. Pero, ¿qué pasó? Que vinieron todos. Venían cada día, nos corregían, nos explicaban cómo ellos habían nadado, cómo habían salido de la barca, todo, todo, todo. Tenían la necesidad de formar parte de esto, de explicarlo. La historia que yo podía explicar de primera mano es la de los socorristas, pero también quería explicar la de los refugiados desde su punto de vista.
— ¿Qué te ha supuesto emocionalmente hacer esta película?
— Yo solo he hecho un documental, una película para televisión y dos películas de ficción para el cine, pero dudo mucho que vuelva a vivir algo parecido en mi vida. Habíamos sufrido todo lo que se puede sufrir para hacer una película. Cuando empezamos, teníamos la pandemia encima, teníamos que rodar en dos países, en seis lenguas… Dani acababa de superar un cáncer, dos semanas antes de empezar a rodar estaba haciendo radioterapia. Tuvimos dos huracanes, tuvimos que parar el rodaje por riesgo de incendio… Rodar en el mar es una locura, más aún con 300 personas en el agua. Era muy complicado todo, pero era una experiencia humana brutal cada día. El ver que estábamos allí, que compartíamos rodaje con una gente que se había arriesgado la vida, pero que a la vez era pura humanidad. Habían dejado sus traumas atrás para ayudarnos a explicar esta historia. Pero, a la vez, también ha sido una profunda tristeza —por qué no decirlo— porque nosotros estábamos en Grecia haciendo una película y después nos íbamos al hotel, pero nuestros compañeros volvían al campo de refugiados. Entonces pensabas, primero, qué suerte que tengo y después, qué mierda… Recuerdo que le expliqué esto a un chico sirio que nos ayudaba a traducir y él me dijo “bueno, tú podrías estar haciendo una comedia romántica en Barcelona tan tranquilamente y en cambio estáis aquí”. Era complejo, pero nosotros sabíamos que estábamos haciendo una cosa que podía ayudar o que podía ser más que una película.
— ¿Qué mensaje queríais transmitir? ¿Este mensaje cambia de estar en Barcelona a ver la situación de Lesbos?
— La verdad es que no. Como ha sido un proceso de mucho de tiempo, de muchos viajes, de conocer a mucha gente y ya de entrada estábamos bastando sensibilizados y teníamos empatía por lo que había hecho Open Arms, de alguna forma ya vas preparado. No sabes lo que te encontrarás ni como lo vivirás, pero tu idea sobre cómo encarar la película es la misma. Emocionalmente te toca mucho y te mueve, pero ideológicamente no. Al contrario, te refuerza. Queríamos contar la historia de una gente buena que hace cosas buenas. Y salir un poco de este cinismo y de esta oscuridad de la crítica, de las redes… De estos lugares donde parece que no puedas hablar de las cosas buenas, porque hay cosas buenas y hay gente buena. Queríamos hacer esto y a la vez hacer una película comercial que llegara a todas partes, que fuera una película de luz y de esperanza, sin olvidar que estábamos tratando un tema altamente sensible y que teníamos que ser muy rigurosos. Y ya puestos en una segunda lectura, que no sé si acabará pasando o no, intentar que alguna de las personas que ya sabemos cómo son y qué opinan, si alguna de estas ve la película y se hace la pregunta “¿de verdad estas ONG están blanqueando a las mafias? ¿De verdad están traficando con personas?” Si alguno de estos radicales de extrema derecha se lo acaba cuestionando, también habremos ganado. Tenemos que ayudar a luchar contra la ignorancia, porque la ignorancia nos lleva al miedo y el miedo nos lleva al odio. Pero, al fin y al cabo, es una historia de gente que no se puede ni contemplar la opción de dejar una persona a la deriva.
— Es la ley del mar, si hay un náufrago estás obligado a rescatarlo…
— Claro, es que una de las otras paradojas de esta historia es que esta gente que siempre se llena la boca con cumplir la ley después no cumplen con la ley del mar, que es la más elemental. Estamos explicando la historia de una gente que cumple la ley, unos tíos que sin permiso y con todos los problemas del mundo salvan a 60.000 personas. Los otros lo que están haciendo es omisión de socorro, que es un delito. De hecho, es casi asesinato.
“Era una experiencia humana brutal cada día. El ver que estábamos allí, que compartíamos rodaje con una gente que se había arriesgado la vida, que había dejado sus traumas atrás para ayudarnos a explicar esta historia”, explica Marcel Barrena
— ¿Qué piensas del tratamiento que ha hecho la prensa sobre todo esto?
— De entrada decir que si no fuera por la prensa, de las cosas no se enteraría nadie. De hecho, uno de los temas de la película es convencer a Òscar para que explique lo que están viviendo. Después, lo que pasa es que hay tal avalancha de información que se acaban deshumanizando los conflictos. El error que, a la vez fue un acierto, por parte de los medios es que a Aylan Kurdi se le puso nombre. Era un niño blanco que todo el mundo sabía de dónde era y de dónde venía.
— Era su nombre real…
— Sí, y esto provocó que todo el mundo se interesara. Y yo ahora dudo que la prensa nos vuelva a dar nombres y apellidos de una víctima. Lo que hacen ahora es hablar de los “refugiados”, de los “otros”. Obviamente la prensa es muy importante para todo. Si yo no estuviera hablando contigo, tus lectores no conocerían la película. Y esto es fundamental. La responsabilidad de la prensa está en explicarlo bien y con respeto.
— ¿Qué valoración haces de las políticas de acogida de nuestro país?
— Cómo dice el personaje de Òscar Camps en la película: “yo es que soy socorrista, no soy político”. Yo explico historias, ¿sabes? No sé suficiente. No me veo capaz para valorar un tema tan complejo como este. Pero a los más exaltados, a los que siempre explican las cosas del mismo color, lo que sí que les puedo decir es que un continente de millones de personas como es Europa, que vengan 80, 90.000 o 900.000 no creo que sea un problema. Nunca lo será. Yo siempre he estado a favor de la acogida, más todavía cuando somos nosotros los que provocamos estas crisis. A los refugiados se les ha de dar una respuesta, pero no sé decirte cuál es y la película tampoco la sabe.
— Buena respuesta
— Es la no-respuesta, porque no la sé. No la sabe nadie. Yo confío que los líderes políticos que nos gobiernan en realidad son humanos, y también ven a un niño ahogado de cinco años y se les ponen los pelos de punta y se quieren tirar por la ventana, pero es que seguramente no tienen la solución para arreglarlo.
— ¿El Marcel de ahora es el mismo del de antes de la película?
— Yo creo que sí. Yo ya venía convencido de casa, por eso me lancé a hacer esto. Esta película no es una película política. No está posicionada en ninguna parte, más allá de lo que te decía que a un náufrago le tienes que socorrer. Me gustaría pensar que tanto la gente de derechas como la gente de izquierdas esto les parece lo más normal del mundo. Dicho esto, si no tuviera empatía hacia Open Arms o tantas otras organizaciones que ayudan en el mar, no me hubiera metido. Más allá de esto, a mí no me ha cambiado, me ha reforzado. He estado allí, lo he visto con mis propios ojos. A la gente se la tiene que ayudar.
El viernes 24 de septiembre, una semana antes del estreno de Mediterráneo, se organizaron unos pases solidarios por toda España para ver la película. El dinero obtenido de la venta de entradas fue exclusivamente a Proactiva Open Arms. En el proceso de producción de la pieza, también se retribuyó la colaboración de la ONG. Además, uno de sus actores, Dani Rovira, ha dado el 100% de su sueldo para que los socorristas badaloneses puedan seguir haciendo su trabajo.
Mediterráneo de Marcel Barrena ha sido preseleccionada para competir en los Oscars como mejor película extranjera, junto con Madres Paralelas de Pedro Almodóvar y El Buen Patrón de Fernando León de Aranoa. El día 5 de octubre sabremos cuál de las tres va definitivamente a los premios más importantes del mundo del cine. Una vez más, Mediterráneo traspasando fronteras.