Expo Palau Robert
La exposición sobre la contracultura catalana en los 70 se podrá visitar en el Palau Robert hasta noviembre.

Contracultura en Catalunya: Ellos, los malditos

Una exposición del Palau Robert repasa los años del 'underground' contracultural en Catalunya, donde se dieron cita expresiones diversas como la música, los cómics, las artes plásticas, la literatura, el ecologismo y una noción de subversión que, de alguna manera, llega hasta hoy

“El Rrollo no parece que vaya a ganar las próximas elecciones, pero no por eso va a intentar tomar el poder por la vía de la violencia, el terror o la subversión organizada. Tampoco va a cambiar el mundo, ni se va a convertir probablemente en un movimiento de masas. Los del Rrollo no tienen intención de formar un partido político, una organización revolucionaria o un sindicato. Pero el Rrollo, más o menos enmascarado, es una realidad. Está en todas partes bajo diferentes nombres y con distintas marcas, algunas registradas y otras todavía por registrar. Incluso muchos de los que ‘están en el Rrollo’ no lo saben. Usted mismo, por ejemplo, puede estar en el Rrollo, o su hijo, o su beibi”.

Con esta contundencia se expresaba, en 1977, Jesús Ordovás en su libro De qué va el Rrollo, concepto que el autor usaba como paraguas para describir toda expresión desviacionista en aquella sociedad que dejaba atrás 40 años de dictadura e iba al encuentro de algo que, todavía, no se sabía muy bien que acabaría siendo. Y es que las dudas persisten aún hoy.

De hecho, aquel libro hablaba de contracultura. De diversas sensibilidades, apetitos, cabreos y osadías que cuajaban en un entramado marginal que aunaba los ecos del mayo del 68, el primer travestismo que se veía en nuestras calles desde los años 30, el rock americano y británico, las músicas mediterráneas, el ecologismo, el hippismo, el protopunk, el periodismo gonzo, el activismo feminista, el cómic underground, el teatro libre y una constelación más de pequeñas realidades que convergían en torno a una idea de diferencia, de rechazo a lo establecido. Un grito, más o menos unánime, que advertía que ya no nos vais a tomar más el pelo.

Un grito, más o menos unánime, que advertía que ya no nos vais a tomar más el pelo

Era el momento de Ajoblanco y Star, los cómics de Nazario, Ocaña, el Bar Kike, el primer Màgic, el fotógrafo Flowers, la Companyia Elèctrica Dharma, la Sala Villarroel, el Zeleste, el Club Helena, la editorial Kairós, el folk ácido de Pan y Regaliz y el Progresivo de Máquina, y el punk primerizo de La Banda Trapera del Río. De las comunas, el LSD a pequeña escala, la marihuana cultivada en Baleares y la grifa despachada por legionarios en el Chino.

“Estamos en un país que, como decía Manolo Vázquez, tiene una juventud más o menos puesta al día con los pies, pero no con la lengua. La ideología (organizada como tal o todo lo contrario, si bien por ello no deja de ser ideología) que ha dominado en la cultura juvenil de las últimas generaciones, produciendo continuas y sucesivas convulsiones, ha sido recibida aquí adulterada por mil y un intermediarios. Esto, cuando ha llegado…”, lamentaba el periodista Claudi Montañá, que se quitaría la vida en 1977 y cuya antología de artículos, Estoy Hablando de Mi Generación, ha visto la luz recientemente.

Contracultura en el Palau Robert

Toda aquella lucha creativa, autóctona y autosuficiente contra la frustración y las estrecheces de aquel tercer mundo, en términos sociales y de los otros, se refleja en la exposición L’underground i la contracultura a la Catalunya dels 70: un reconeixement, que ocupa la sala tres del Palau Robert hasta el 28 de noviembre.

La idea se empezó a fraguar “a finales de 2019, cuando Jordi del Río, director del Palau, nos sugirió a José María Lafuente y a mí estudiar la posibilidad de montar una exposición sobre la contracultura”, explica Pepe Ribas, comisario de la muestra y personaje de hondo calado en el desarrollo del underground periodístico de este país como director de la mítica revista Ajoblanco. Este añade que aceptó, “con la condición esencial de libertad total y de poder buscarme un colaborador que hubiera vivido el periodo de una forma distinta a la mía. Trencé un plan y contraté a Canti Casanovas de la Websensenom y Dani Freixes, que ha sido una pieza fundamental por su conocimiento de la época. No queríamos reinterpretaciones. Queríamos hechos, materiales y vivencias. Mostrar más que interpretar, transmitir emociones sin obviar el contexto histórico. Los materiales hablan por sí mismos”, añade.

— ¿Hablan de todo lo que pasó a partir de la muerte del dictador?

— La liberación no empezó con la muerte de Franco, empezó en 1968, con el primer Festival Folk en el Parque de la Ciutadella de Barcelona.

Portada Ajoblanco
Ribas, comisario de la muestra y personaje de hondo calado en el desarrollo del underground periodístico de este país como director de la mítica revista Ajoblanco.

La vista atrás, pero sin nostalgias

En su autobiografía, La Magnitud del Desastre, el recientemente fallecido Oriol Llopis, considerado como un Lester Bangs del periodismo musical de aquí al perenne filo de la autocombustión, recordaba aquella Barcelona con un cierto hastío: “La verdad es que nunca me lo pasé bien, lo que se dice bien, bien, bien. Los sábados por la tarde nos juntábamos unos cuantos a fumar porros y escuchar música en casa de los hermanos Plabosch […], pero eso y zumbarse algún tripi —también dentro de Barcelona— no es algo que, con la perspectiva que da el tiempo, pueda considerarse diversión salvaje”.

Llopis recordaba aquella época de búsqueda constante, casi desesperada, de estímulos —“asistíamos absolutamente a TODOS los conciertos que se celebraban en el Palacio de los Deportes”—, de una necesidad casi atávica de salir del gris contextual. “Fue una época viva en la que sin apenas medios se creó mucho y bien”, explica Ribas.

Llopis recordaba aquella época de búsqueda constante, casi desesperada, de estímulos, de una necesidad casi atávica de salir del gris contextual

“Ocurrió en un momento en el que el poder franquista languidecía y el nuevo poder aún no existía, con lo que se abrieron espacios para una experimentación libre. Nos tocó una época de rock, contracultura y nuevas perspectivas globales de liberación a muchos niveles. Los políticos franquistas y antifranquistas estaban obsesionados con el poder, unos lo querían conservar y los otros tramaban tomarlo. No prestaron atención a que una nueva generación rebelde estaba trastocando la vida cotidiana. Se renovó el teatro, la música, la sexualidad, el arte, la relación humana”.

“Apareció la ecología, el naturismo, el feminismo, la liberación gay, la lucha contra el militarismo y contra las represiones provocadas por el catolicismo franquista y por la moral victoriana conservadora del siglo XIX. Vivimos a tope la era del nosotros. La nueva generación transformó las mentalidades juntando arte, vida y juego. Despejamos el camino en favor de una sociedad laica, sin manicomios, sin represión al mundo gay, sin mili, sin pena de muerte, sin culpa”. Y todo ello se procura reflejar en la exposición del Palau Robert con un objetivo que “no solo es recordar, pues no me gusta la nostalgia”, sino casi como declaración de principios, como memento de que “seguimos vivos y libres de mente y de corazón”.

Contracultura Palau Robert
La lucha creativa, autóctona y autosuficiente contra la frustración y las estrecheces de aquel tercer mundo se refleja en la exposición.

Barcelona, capital contracultural

“La Rambla entre 1973 y 1978 fueron un poema compartido, vivido en cada instante con una intensidad que hoy es imposible comprender”, explica Ribas, quien apunta que Barcelona “fue la capital cultural y social del mundo hispano”.

En aquel escenario urbano, que en 1973 vivía la primera macrorredada contra el narcotráfico jamás realizada en España, capitaneada por el temido Antonio Juan Creix, “la contracultura implicaba inventar lo común desde lo que vivíamos en la calle, mientras nos liberábamos de la moral conservadora. Huimos de la casa del padre para experimentar fuera de los hogares autoritarios y sin hacer el más mínimo caso a instituciones. Había que perder el miedo al futuro e inventar el presente. Compartíamos los descubrimientos con mucha intensidad. Piensa que con el quince por ciento de, por ejemplo, el sueldo de un cartero de Correos, podías alquilar un piso que acababas compartiendo con otros en plan semi comuna mediterránea”.

“Huimos de la casa del padre para experimentar fuera de los hogares autoritarios y sin hacer el más mínimo caso a instituciones. Había que perder el miedo al futuro e inventar el presente. Compartíamos los descubrimientos con mucha intensidad”, recuerda Ribas

En aquella ciudad contracultural, explica el periodista, “existían causalidades. El consumismo era escaso. Pocos firmaban las obras o los artículos porque la autoría importaba poco en aquellos años de tanta acción y tanto aprendizaje. Muchos creábamos en grupo mediante el debate, la participación libre, lo espontáneo, el diálogo permanente y algo de sexo. Lo que más queríamos recuperar era el espíritu politeísta del Mediterráneo, la emoción por la cultura creativa, por la autenticidad y por el reencuentro con el pasado libertario ibérico”.

— Un paisaje casi utópico…

— Conseguimos algo insólito: vivir tal como pensábamos. Lo más lejos posible de dogmas y autoritarismos.

Expo Underground
Interior de la exposición comisionada por Ribas en el Palau Robert.

El punk antagonista

Las primeras expresiones del punk en Barcelona se generan alrededor del entorno contracultural, mayormente de la mano de Xavi Cot que, en diciembre de 1977, iba a organizar en el Casino l’Aliança del Poblenou el primer Festival Punk Rock jamás celebrado en el Estado. El propio Cot narra esta aventura en su libro Cuc Sonat, donde recoge su pionera trayectoria como promotor musical.

No obstante, el punk, sobre todo el de Barcelona que, a diferencia del madrileño, no cuenta con el respaldo de una Movida institucionalizada, se establece como subcultura antagónica, alejada de una contracultura con la que rompe. Es la fractura que podría haber entre el Ciutat Podrida de La Banda Trapera del Río y el Barcelona es Diferente de Último Resorte.

El punk, sobre todo el de Barcelona que, a diferencia del madrileño, no cuenta con el respaldo de una Movida institucionalizada, se establece como subcultura antagónica, alejada de una contracultura con la que rompe

“El primer punk fue el grito de guerra del extrarradio contra el derrocamiento colectivo del mundo contracultural. En Ajoblanco, el sector más marxista declaró el punk como algo reaccionario. Yo siempre he permitido que cada cual piense y escriba lo que quiera, pero el punk se encontró buena parte del trabajo hecho. Por ejemplo, en el terreno de la sexualidad se había dado el gran paso. La mentalidad general ya había cambiado”, asevera Ribas, quien también se encontró con la diferencia entre un underground barcelonés autóctono y autosuficiente con respecto a una Movida madrileña amparada por el establishment.

“Abandoné Ajoblanco, regalé mi parte a Toni Puig, y me fui al campo un año. Luego viví tres años en Madrid en el meollo de la Movida, hasta 1983. Entonces se llamaba Nueva Ola. La viví como un chotis moderno, divertido y necesario, pero no me impliqué, aunque sí estuve en el centro por los pisos en los que compartí, donde se creaba la música, la nueva figuración pictórica, la fotografía, el cine y el teatro. Lo que había experimentado en Barcelona era fundacional, lo que viví en Madrid estaba en buena medida apoyado por el nuevo Estado, por las agencias de publicidad, por TVE, por Radio 3, por El País y por discográficas internacionales. Había que vender la España Moderna al mundo”.

La Perspectiva Underground
El movimiento hippy formó parte de una constelación de pequeñas realidades que convergían en torno a una idea de rechazo a lo establecido.

¿Qué mató a la contracultura?

En la exposición se sitúa la edición del Canet Rock de 1978, con la participación de artistas internacionales del punk y la emergente New Wave, como momento de cambio, como el inicio del fin de la contracultura tal y como se conocía. “Sorprende que en un festival de marcado acento hippinacionalistalibertario, organizado por un trío de progres cantantes conocidos como La Trinca, que a base de canciones graciosas se han hecho un hueco en la canción catalana, se haya colado un número de bandas y artistas del momento”, rememora a propósito de aquel certamen José María Sanz, alias Loquillo, en su Barcelona Ciudad.

— Pero entonces, ¿qué mató a la contracultura? ¿Fueron el punk y la Nueva Ola?

Ribas toma la palabra: “Murió tras el fracaso de las Jornadas Libertarias de 1977 al no conseguir la CNT crear una coordinación sensata entre los muchos mundos libertarios y underground; murió por la radicalización y dispersión del movimiento en 1978; murió por el terrorismo de Estado que supuso el Caso Scala en 1978; murió por los pactos de la Transición de 1978 y por la aparición de unos políticos que tomaron el poder a través de una mediocre democracia parlamentaria que instrumentalizó la cultura y lo social en favor de un reparto y un orden corrupto; murió porque las agencias de publicidad y el mundo del márketing promovieron la era del yo y el consumismo como única vía de modernidad desde 1980. Se acabaron los artesanos y nacieron los representantes dirigistas”.

“Murió tras el fracaso de las Jornadas Libertarias de 1977 al no conseguir la CNT crear una coordinación sensata entre los muchos mundos libertarios y underground, murió por la radicalización y dispersión del movimiento en 1978 y murió por el terrorismo de Estado que supuso el Caso Scala en 1978″, defiende Ribas

Pero, pese a haber muerto, el periodista reivindica la vigencia de todo lo que se llegó a hacer. “La contracultura catalana no es pasado sino parte de lo que está pendiente: la ecología real, el control de las farmacéuticas, la libertad de ondas, el fin de la comida basura, la violencia de género y la democracia real fueron cosas reivindicadas y elaboradas entonces y siguen pendientes, sin resolverse”.

Canet Rock 1975
El festival Canet Rock en la edición de 1975. © Pep Rigol

Ellos, los malditos

En la muestra no falta una mención muy especial a Pau Maragall, más conocido como Pau Malvido, hermano díscolo de los que fueran alcalde —entre los años 80 y 90— y alcaldable en las últimas municipales.

Fallecido en 1994, su legado es la serie de artículos Nosotros los Malditos, título que también llevaría el libro que iba a ser primera referencia bibliográfica sobre el fenómeno contracultural. Pau Maragall era complejo, contradictorio, drogadicto, laborioso, fascinante, un personaje único e irrepetible, un underground puro y coherente”, rememora Ribas. Y la labor de todos esos malditos, al menos una buena parte de la misma, se puede disfrutar hasta finales de noviembre en la sala tres del Palau Robert.

“La contracultura y el underground de los 70 no solo fue una fiesta. Para la exposición hemos hablado con mucha gente y encontrado material disperso. Hemos localizado fotos y recuperado vídeos que muy pocos conocían, prácticamente inéditos, y los hemos restaurado. También hemos dialogado durante muchas horas con supervivientes comprometidos y libres”, remata el comisario de la exposición que, en visitarla, retrotrae nuevamente a las palabras de Jesús Ordovás: “El Rrollo está cantidad de enrollado. En cada esquina de cada ciudad te encuentras a un tío o una tía montándose su propia revista, su propio cómix, su propia canción, ya sea en papel de WC, en plástico o en piedra. Cualquier material es bueno. Esto ya no hay quien lo pare”.

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