Mary Ellen Mark es una de las grandes fotógrafas que ha dado la segunda mitad del siglo XX. Tras su fallecimiento en 2015 y una dilatada carrera que la llevó a publicar en prestigiosos medios internacionales como Life, New York Times, Vanity Fair o Rolling Stone, llega a Barcelona esta exposición que, si bien no es la gran retrospectiva que se merecería, al menos, es una buena muestra de lo que fue su trayectoria. “Es importante que siga en escena porque en demasiadas ocasiones la obra de las fotógrafas, cuando desaparecen, tiende a ir a la deriva” comenta Anne Morin, la comisaria y artífice de esta maravillosa muestra, quien además ha sido la directora del reciente primer Festival Internacional de Fotografía de Castilla y León.
Mary Ellen Mark empezó su carrera fotográfica en las calles de Nueva York, cubriendo manifestaciones durante los años 60, y fue allí donde descubrió que lo que realmente le interesaba era fotografiar a aquellos que habitan en los márgenes de la sociedad: “Siento afinidad por las personas desfavorecidas socialmente. Lo que más me interesa es dar a conocer su existencia”, decía sin pudor.
Las grandes protagonistas de sus obras son las mujeres, y también ocupan un lugar importante los niños, a quien trataba y retrataba como “personas pequeñas”, según sus propias palabras, ya que consideraba importante no hacer distinción con relación a los adultos. Durante largos periodos de tiempo, Mary Ellen Mark llegaba a convivir con esas mujeres, a empatizar, a acompañar, a compartir, a ganarse su confianza hasta captar la absoluta verdad tras los ojos que miran directos a cámara, y de lo cuál somos testigos cuando nos plantamos delante de una de sus fotografías.
No hay búsqueda de la estética, lo que hay es la más pura honestidad. Y a veces, hasta nos incomoda por lo íntimo que resulta. “Creo que es importante ser directa y honesta con las personas acerca de por qué las estás fotografiando y qué estas haciendo. Después de todo, estás apropiándote de una parte de su alma”. Y así hacía con sus retratados: establecer vínculos.
Con muchos de sus fotografiados siguió teniendo relación durante años, pero con alguno llegó a comprometerse de por vida. “No les hacía una foto y se iba y se desentendía de sus problemas. Siempre volvía. Les hacía un seguimiento a lo largo de los años. Se comprometía con las personas que retrataba. No los miraba desde arriba, sino de tú a tú. Su escritura fotográfica es frontal y directa”, asegura Morin.
Es el caso de la familia Damm, un pequeño clan que vivía en la ciudad de Los Ángeles en su coche, a quienes siguió durante varios años hasta que denuncias por abusos a los pequeños la distanció, o el de Erin Blackwell, más conocida como Tiny, a quien retrató durante más de tres décadas desde que la conoció en las calles de Seattle durante los años 80, y a quien le dedicaron dos documentales que rodó el marido de Mark, el cineasta Martin Bell. Una amistad forjada por el tiempo de la que somos partícipes a través de los cambios en el cuerpo de Erin. De adolescente fugitiva a madre de diez hijos, todos de diferente padre.
Testigo apasionada, la obra de su vida consistió en utilizar la fotografía y el cine para profundizar en la existencia de los demás como una forma de aceptar su humanidad y compartirla con una audiencia más amplia, proporcionando a sus sujetos una voz relevante, a menudo poderosa.
Abruman sus fotos porque vemos más allá de ellas. Tiene lo que Roland Barthes llamaba el punctum, un detalle con fuerza expansiva, innombrable. Es un campo ciego, un suplemento: es lo que añade a la fotografía y sin embargo está en ella. Es un punto de fuga al infinito. ¿Qué siente la madre de los Damm que huye con su mirada del coche? ¿Y las chicas del pabellón psiquiátrico? En el libro póstumo que su marido Martin Bell editó con sus mejores fotos, The Book of Everything, al final nos dice de ella que fue “intrépida, firmemente fiel a sí misma y a su trabajo, incluso cuando estaba abrumada por las dudas. Era una guerrera desafiante”.
Barcelona es la primera ciudad que muestra al público esta exposición, que viajará también a Lenzburg (Suiza) y a París. Esta selección, que nos conduce también a la feria de gemelos de Twinsburg (Ohio), a las obras de caridad de la Madre Teresa de Calcuta, a los bailes de graduación adolescentes, o a los miembros de un circo en India, es un viaje iniciático a lo que significó la fotografía para Mark. Esperemos que Vidas de mujeres sea sólo la punta del iceberg de una futura gran exposición retrospectiva que pueda llamarse Obra (y vida) de Mary Ellen Mark por derecho propio.