Susana Guardiola (Barcelona, 1976) es directora, guionista y productora. Ha dirigido varios documentales relacionados con conflictos sociales y políticos, pero también ha dirigido y producido documentales musicales, biopics, videoclips, publicidad, corporativos y series de televisión. Ha recorrido varios países y ha colaborado en diversas producciones como Man on the Moon, de Milos Forman.
Formada en el Taller de Cine del desaparecido Bigas Luna, ahora Guardiola ha puesto todas las energías en sacar adelante el documental Peace, it is possible, que no sólo involucra el testimonio de varios premios Nobel de la Paz sino que, además, contempla al Papa de Roma como voz narradora.
— Qué momento para promover un documental sobre la paz, ¿no?
— Siempre es un buen momento, pero ahora todo el mundo toma conciencia de que es un tema vigente y fundamental. No como utopía, sino como necesidad. Material, urgente, palpable. En los años 60 el concepto podía plantearse en clave más espiritual o filosófica, pero incluso el Peace and Love de John Lennon se hacía mientras caían bombas en Vietnam. Se necesitan utopías para avanzar, para tener un rumbo, pero ya no se trata de eso, sino de llevar las cosas a la práctica.
— Suena muy bonito, pero también suena muy ingenuo.
— De la misma manera que nos sabemos organizar para hacer la guerra, debemos saber organizarnos para hacer la paz. Ya no es un “no en la guerra” vago, abstracto y que siempre aparece demasiado tarde. No, ahora se trata de encontrar una cultura de la paz efectiva, práctica y preventiva más que reactiva. No se trata de extirpar tumores, sino de tener una vida saludable. Eso sí: ahora sabemos que, para hacer la paz, ante todo hace falta paz.
— Mira que fácil.
— No, nada fácil. Simplemente que no puedes construir sobre el caos. Existen una serie de situaciones mal resueltas, perfectamente identificadas: los procesos de descolonización incumplidos, por ejemplo. O los Balcanes, que todavía tienen una solución muy artificial. No pueden arreglarse los conflictos desde las imposiciones artificiales. Te das cuenta cuando hablas con las mujeres de pequeños poblados de Colombia, que montaron todo un proceso participativo que se llamaba “verdad, justicia y perdón”: se trataba de poner cara a cara a un paramilitar o un campesino, para que ambos pudieran admitir lo que había sucedido o lo que habían hecho. No es paz de cualquier modo, es reparación y perdón. Con la presencia de mediadores, por supuesto. Pero se desarrollaban incluso dramatizaciones de escenas, recreaciones de situaciones vividas, pero lo interesante es que esto lo hacía la gente, no el gobierno.
— Y ahora un documental con voces de premio Nobel.
— Llevo diez años, ya tengo mucho material rodado, pero espero culminarlo pronto. Es un documental en torno al soft power, sobre las herramientas que te hacen pensar, que te inspiran, que crean conciencia. Estas armas son las que se pueden desarrollar para desarmarnos, no podemos armarnos para la paz sin antes desarmarnos por dentro. El público al que queremos dirigirnos no es principalmente el de los responsables políticos, sino los ciudadanos. Mira, te lo diré directamente: el 1 de octubre en Barcelona yo, que no pensaba votar, me levanté a votar cuando vi las escenas de la violencia policial.
— Ah. ¿Crees que estuvimos al borde de un estallido de violencia?
— Al ver las imágenes en mis redes sociales, Jody Williams, premio Nobel de la Paz 1997 por su lucha contra las minas antipersona, me escribió alarmada. Yo pedí su ayuda mediadora y me preguntó qué podían hacer, y decidió ponerse en contacto con otros ocho premios Nobel de la Paz para escribir una carta abierta, que dirigieron tanto a Rajoy como a Puigdemont, titulada ¿Dónde está ahora la democracia en España? ¿Mediación y diálogo o más violencia y enajenación? En la carta se denunciaba la actuación policial y se proponía la mediación para dar lugar a una solución pacífica del conflicto: “un pueblo que se siente reprimido rara vez desaparece silenciosamente en la noche”.
— Ostras, ¿tú estabas detrás de esto?
— Se hizo público justo el día antes del día 10 de octubre, llegando a tener 24 firmantes (todos ellos premios Nobel). Yo creo firmemente que esa situación habría podido derivar en violencia de verdad. En una conversación con José Ramos Horta, también Premio Nobel y expresidente de Timor Oriental (artífice de la paz en aquel país), me di cuenta de que nada es tan fácil: en el caso de Catalunya, por ejemplo, le faltaba el elemento de “pueblo oprimido”.
— La apariencia, quieres decir.
— Exacto. Tener una autonomía hace que esta percepción internacional disminuya, a menos que sucedan hechos puntuales como los de 2017. Mira Ucrania: ya era muy visible el conflicto en el Euromaidán, y aun así ha costado mucho evitar la guerra.
“En Catalunya, tener una autonomía hace que esta percepción internacional disminuya, a menos que sucedan hechos puntuales como los del 2017”
— ¿Y cuál es, a tu entender, el relato de Putin?
— Siempre hay dos partes. Aquí el gran tema es que, cuando pasas a la violencia, ya no se puede hacer nada. En el caso ucraniano veo muy claro que se habría tenido que dialogar antes, y a Putin, si tenía argumentos sobre amenazas nucleares o sobre antecedentes de la OTAN en Irak, le habríamos escuchado. Éste es el gran reto y método, detectar los conflictos a tiempo y detenerlos antes de que sea demasiado tarde.
— Entonces el documental sí va dirigido a los políticos.
— Y a los ciudadanos, insisto. Los entrevistados que presento no te hacen un discurso abstracto de Peace and Love, sino que quieren decirnos cómo lo hicieron en sus casos concretos, y por qué lo han logrado. Es importante presentar resultados, casos de éxito, para encontrar un método real y práctico. Por eso quiero al Papa y por eso también quiero al Dalai Lama, porque son voces que nos desarman. Incluso el enemigo tiene una razón.
— Llegar al Papa. Caramba.
— Tenemos las gestiones muy avanzadas y él está decidido a participar. Dudamos al principio por si nos impregnaba el documental de demasiado catolicismo, pero creo que todo el mundo sabe que existe una rama de la iglesia católica, la del actual Papa, que es muy abierta y tolerante. Llegamos a través de los misioneros argentinos que trabajaban con él, con Francisco. Los ha recibido hasta tres veces, con la propuesta en sus manos, y le ha encantado la idea de que se unan todas las voces del mundo por la paz. Fue él mismo quien se ofreció como narrador.
“Todo el mundo sabe que existe una rama de la iglesia católica, la del actual Papa, que es muy abierta y tolerante”
— Un narrador de lo más omnisciente, si me permites la broma.
— Teníamos cita con él en mayo de 2020, pero se suspendió por la pandemia y nos ofrecieron hablar con el responsable de comunicación del Vaticano. Dos semanas antes de estallar la guerra en Ucrania, se pusieron en contacto con los dos misioneros para reanudar el proyecto. Ahora parece que, cuando se llegue a encauzar el conflicto, por fin lo podremos hacer. Eso sí: ellos han pedido explícitamente que el documental pueda circular por todas las misiones, en las que no hay conexión con plataformas de streaming.
— ¿Con qué plataformas habláis?
— Casi todas las plataformas piden que la producción esté terminada. Garantizan la distribución a más de 170 países, pero se esperan a que esté terminado y bien atado. Netflix puede ofrecer una licencia, como una preventa, pero queremos poner la condición de que no se lo queden al 100%, sino que nos permitan distribuirlo a escuelas o universidades. Que no sólo quede como producto, sino que sea una verdadera herramienta transformadora.
— Barcelona y la paz.
— Quien primero tuvo la idea de “cultura de la paz” fue Federico Mayor Zaragoza, con su fundación con sede en Barcelona. Su concepto nos inspiró para escribir el esqueleto de la idea, construir una metodología de la paz.
— Explícamela un poco.
— Primero: el desarme es fundamental. Segundo: todavía hay 18 países por descolonizar, un fenómeno que presenta la mayor parte de conflictos armados. Tercero: Democracia. Cuarto: es necesario garantizar la educación para todos. Quinto: afrontar los retos de la sostenibilidad, respeto por el medio ambiente y la carencia de recursos naturales. Sexto: resolver los problemas de desigualdad de género. Séptimo: diversidad e integración multiétnica. Y octavo: garantizar la libertad de expresión y de información. Barcelona ha sido pionera en muchos de estos aspectos, puede ser un referente, y nuestra lección es que, incluso cuando un problema no está resuelto o te hace sentir todavía incómodo, por encima de todo aquí queremos la paz. Resolver los problemas de forma pacífica incluso cuando los conflictos pueden ser graves. En 2015 en Montjuïc se celebró el World Summit de premios Nobel de la Paz, que no se ha hecho en muchos lugares más: Bogotá, Yucatán, Hiroshima (la próxima edición) … Y espero que pronto también se pueda celebrar en Kíev.
— No sé si el mundo del cine es muy pacífico, por cierto.
— En absoluto. Incluso en el festival de Sundance hay tiburones, éste es un mundo muy salvaje, profesionalmente hablando. A nosotros nos gustaría poder ir a Sundance y a la Berlinale, porque si todo va bien acabaremos de rodar este otoño. Ahora tenemos una mayor urgencia porque, como decíamos, el tema de la guerra y la paz está muy al rojo vivo. Queremos presentar el tráiler en la sede de la ONU el próximo septiembre, y en enero, ojalá podamos ir a Sundance. Al menos mi coproductor americano, Justin Hogan, cree que tenemos posibilidades de acceder, aunque es una lotería y la competencia es muy fuerte.
— Desea un éxito explosivo.
— ¡Queremos un éxito explosivo! En efecto.
— La paz en el mundo parece un cuento demasiado bonito.
— No lo es, si te das cuenta de que la lucha no es global sino individual. Una guerra empieza en el cerebro, incluso si el entorno de ese cerebro se encuentra en paz. La paz en el mundo comienza por uno mismo. La clave está en llegar a la dinámica de paz para cada espectador, y eso a pesar de que han sido los diez años más violentos (informativamente hablando) de mi vida. Pienso: si me ocurre con mi vecino, con mi hermano, etcétera, ¿qué no debe pasar entre países?
“Una guerra empieza en el cerebro, incluso si el entorno de ese cerebro se encuentra en paz”
— Quiero tocar el tema de la testosterona.
— Uy, el tema. Mira: yo he llegado a la conclusión de que la cultura de la paz debe ser liderada por las mujeres, porque los hombres ejecutan muy bien, pero las mujeres tendemos a reflexionar más. Especialmente sobre las consecuencias de nuestros actos (¿qué ocurrirá con los niños, con las familias, con el futuro…?). Yo creo que una reunión de cinco mujeres mandatarias no se terminaría nunca diciendo “¡pues vamos a invadir Ucrania!”.
— Pero los conflictos, si no se combaten, se pierden.
— Se pierden si no te organizas, que es algo muy distinto. Nos organizamos para la pandemia, ¿verdad? Todo el planeta estaba infectado, y las que mejor gestionaron la situación fueron dirigentes mujeres. Me adscribo al lema de Ellen Johnson-Sirleaf, expresidenta de Liberia y también premio Nobel de la Paz, quien dijo que las mujeres ya hemos dado muchas oportunidades a los hombres. De hecho, nosotras, por el hecho de no haber sido protagonistas, os conocemos más a vosotros que al revés. No somos mejores ni peores, sólo es que lo hemos mamado desde pequeñas y hemos visto que las guerras están sobre todo hechas por hombres. Son guerras de nabos.
“Promovamos la igualdad de derechos y oportunidades pero también la igualdad de actitudes”
— Las paces mundiales también las han firmado hombres importantes.
— De acuerdo, pues entonces promovamos la igualdad de derechos y de oportunidades, pero también la igualdad de actitudes. No es tanto “que se pongan las mujeres”, aunque ahora es el momento, un momento en el que faltan referentes femeninos, sino que las actitudes de uno y otro género se acerquen más, se enriquezcan y se retroalimenten. No podemos dejar de tener en consideración lo que pueda decir más del 50% de la población global, integrada por mujeres.
— El Papa, ese narrador bondadoso y omnisciente, es un hombre.
— Dios, si existe, no tiene género.