Unas altas verjas negras protegen el palacete de Enric Sagnier del ruido del mundo exterior. La Barcelona del año 1910 aguanta sus últimos suspiros tras las puertas de la Villa Mayfair, intentando disimular el paso del tiempo como quién intenta aguantar la respiración debajo del agua sabiendo que, tarde o temprano, necesitará volver a la superficie y tomar aire.
Desde fuera, la mansión no tiene aspecto de palacete modernista. Al contrario, parece un edificio moderno. Las verjas se alzan imponentes con unas líneas rectas y cuadriculadas. Detrás, se deja entrever la obra de Sagnier, uno de los arquitectos más prolíficos de la capital catalana, que levantó edificios como el Palau de la Justicia o el Templo Expiatorio del Tibidabo. En la Villa Mayfair se conjuran modernismo contra modernidad, es casi poético.
A comienzos del siglo XX, Josep Bertrand i Salsas, un reconocido industrial de la ciudad que donó los terrenos del Turó Park —motivo por el cual la calle paralela a Johann Sebastian Bach lleva su nombre— encargó a Sagnier la construcción de una residencia familiar para su hija, recién casada con Bernard Cinnamond, originario de un acomodado hogar inglés. De ahí el nombre de Villa Mayfair. Tiempo más tarde, el Ayuntamiento catalogaría el edificio como bien urbanístico de la ciudad.
La heredera de la mansión de la Vía Augusta, Beatriz Cinnamond Bertrand (nieta de Josep Bertrand) vivió en la casa hasta el año 2015. Entonces, la vendió a Cristina Rodríguez, una interiorista catalana que después de tres años de trabajo —y con la covid de por medio— la ha rehabilitado y dado una nueva vida. De aquella Barcelona del 1910 resiste la fachada y los elementos decorativos originales del interior, que han sido restaurados.
En el trabajo de diseño, construcción y puesta a punto de la nueva mansión han participado más de un centenar de marcas de lujo, que en una especie de intercambio colaborativo, han trabajado desde sus respectivas vertientes a cambio de mostrar sus productos en el edificio, que hoy funciona como showroom. La Cornué ha hecho una cocina a medida, Wever & Ducré ha puesto parte de la iluminación, Lefroy Brux se ha encargado de los baños, y Ramiro Sobral es uno de los artistas que han dejado su impronta en la casa a lo largo y ancho de sus tres plantas. En el trabajo de rehabilitación también se ha construido un segundo edificio anexo a la Villa, que funciona como entrada principal y conecta con el palacete por unas escaleras.
The Creation House, nombre con el que Cristina Rodríguez ha rebautizado la mansión, ha empezado a funcionar plenamente como punto de encuentro de marcas y artistas este mismo año. De hecho, Audi ha sido de las primeras entidades en organizar un evento. Fue el pasado mes de abril, con la presentación del modelo e-tron GT. Rodríguez espera que en un futuro próximo, y con permiso de la covid, se hagan más eventos. Aquellas personas curiosas por conocer la casa tendrán que esperar a recibir una invitación para poder visitarla, ya que la entrada no es de libre acceso. Por lo demás, la Villa se alquila por espacios, aunque también hay opción de alquilarla entera.
Aquella casa de comienzos del siglo XX todavía conserva parte de su esencia. En ella hay algo de mágico, de especial, de místico. Aunque, aparentemente, entre sus paredes ya no queda a penas rastro de la familia Cinnamond ni de su época. “No quería hacer algo grotesco”, explica la interiorista. Una vez cruzas la puerta principal, si cierras los ojos, vuelves a estar en la Barcelona del siglo XXI.