“Creo que soy alguien eminentemente disperso a quien siempre le gustó leer. Hice muchos trabajos distintos hasta que me di cuenta de que la constante de mi vida era el amor por la lectura, el mundo de los libros”. Era 1999 y Toni Hill Gumbao decidió dejar un trabajo fijo y bien remunerado por cuenta ajena, y trasladarse a Sitges para aventurarse, como freelance, en el mundo editorial. “Desde entonces, soy autónomo”, explica echando los primeros sorbos a su Estrella Daura y aceptando que la radio siga encendida, “siempre que la selección sea variada y no suene, bajo ningún concepto, esa horrible música de ascensor a lo Enya, Kenny G o Michael Bolton”.
Cuando Toni Hill tomó esta decisión trascendental, todavía faltaba una década para que debutara como aclamado escritor con El Verano de los Juguetes Muertos, primer volumen de la trilogía policial del Inspector Salgado que aprovechó para empezar “en un momento en que me acababan de pagar muy bien una traducción y tenía algo de margen para intentar escribir algo yo”, y que, más que un éxito, acabaría siendo un bombazo en su salida a librerías en 2011.
“Tuve muchísima suerte —argumenta— porque incluso antes de que le libro saliera a la calle aquí en España, la editorial llevó el manuscrito a la Feria de Turín y ahí se vendieron derechos de traducción para varios países, que al final acabaron siendo diecinueve”. Aquel fue otro momento de cambio para este escritor nacido en 1966 “de casualidad en Barcelona, porque raramente he vivido dentro de la ciudad”: “Cuando entendí que lo que quería y podía hacer era escribir, se me pusieron profesionalmente en orden un montón de cosas”.
Propensión al cambio
“Escribir Los Ángeles de Hielo, una obra gótica, y dar carpetazo a la serie Salgado fue, para mí, otro momento de inflexión, porque me permitió no encasillarme en un solo género y salir de la rutina”. Hacia este último concepto, el escritor Toni Hill siente una especial aversión y asegura vivir en la constante contradicción entre ser muy organizado y desear huir de toda forma de monotonía.
— En cierto modo, tu trayectoria literaria va de eso, de no estancarte e ir osando con cosas diferentes.
— Sí, estoy orgulloso de haberme atrevido a hacer lo que me gusta en cada momento.
Si hay que buscar una constante en ese quehacer suyo marcado por el desafío sistemático a la inercia, quizás, es que sus obras siempre las protagonizan personajes con una cierta inteligencia y carisma. “No me interesa escribir de alguien que no sea inteligente”, confirma.
— ¿Y lo siguiente qué será?
Aquí, Toni Hill echa un trago largo a su cerveza y, al margen de su conspicua labor como traductor literario, asegura estar descomprimiéndose tras los tres años que le llevó completar su última obra, la reciente El Oscuro Adiós de Teresa Lanza. “Además, estoy en una disyuntiva entre dos proyectos que me atraen por igual y no sé por cuál decidirme”. Luego, sonríe con su muy característica astucia y añade: “La verdad es que me gusta mucho más imaginarme historias que el hecho de tener luego que escribirlas. ¡Si pudiera, en vez de libros vendería argumentos!”.
Una ciudad vivida desde sus márgenes
“Un amigo mío argentino, que vive cerca del Palau de la Música, se encontraba cada noche a grupos de turistas japoneses que fotografiaban la puerta de su finca, que es perfectamente normal y sin ningún rasgo arquitectónico especial. Al final, harto de los flashes cegándole cada vez que bajaba a tirar la basura, preguntó y se enteró de que algún guía turístico nipón había marcado su casa como la que había habitado la famosa Vampira del Raval, Enriqueta Martí, que en realidad vivió en la que es hoy calle Joaquím Costa”.
A Toni le gusta la Barcelona en cuyos márgenes siempre ha habitado, aquella ciudad “para la que, de niño, en ocasión de las visitas dominicales, me vestían con ropa de pasear” y que le parece “relativamente amable” para tratarse de una gran urbe. Pero claro, el turismo. “En los últimos años ha perdido personalidad propia y noto un cierto punto de servilismo al visitante que creo que, por carácter, no nos corresponde”.
Barcelona le parece “relativamente amable” para tratarse de una gran urbe
Sobre este y otros aspectos de la ciudad, el escritor echa de menos “una hoja de ruta concreta y a largo plazo que nos indique hacia dónde se va a dirigir Barcelona en el futuro” y fija, como prioridad, “tratar, en la medida de lo posible, de que todas las personas tengan un techo y no se vean abocadas a dormir en la calle”.
La charla prosigue a pie de barra, pasando de un tema al otro: las palomas de la ciudad, la subversión tibia de la Gauche Divine, vivir con muchas mudanzas a cuestas, el escaso apego a los objetos, la carne “que como poca y si la pido tiene que estar muy hecha”…
— Oye, y ya que hablamos del tema, ¿querrás comer algo?
— Pues unas tapas, que así puedo variar y, ya que salgo a comer fuera, me apetece picotear.