Víctor Amela
El periodista y escritor Víctor Amela.
EL BAR DEL POST

Víctor Amela: Venido al mundo para entrevistar

“En Cuba, García Lorca hizo las paces consigo mismo. Aceptó su homosexualidad. Fue feliz, y más tras su viaje a Nueva York donde tan mal lo pasó. Ahí escribió su obra El público, que preconizó, con exactitud, que iba a tardar cincuenta años en estrenarse”. Víctor Amela habla de su nuevo libro, Si yo me pierdo (Destino), sobre los tres meses que el poeta y dramaturgo transcurrió en la isla caribeña, acodado a la barra del Bar mientras degusta “un Martini espresso, como los que preparan en el Mamainé del Born”.

— ¿Entonces, por qué volvió a España?

—Por una noción de deber. Porque consideraba que era su lugar, hasta las últimas consecuencias.

De fondo suena Chan chan de Compay Segundo, “una canción que al artista le vino dictada en sueños, despertando ya con la melodía y la letra claras en su cabeza, y que solo se tuvo que limitar a transcribir”, explica con un entusiasmo luminoso y de fácil contagiar el escritor y, sobre todo, periodista vocacional “e inevitable”.

“En mi casa, mi padre llegaba cada día del trabajo y explicaba con meticuloso detalle a mi madre cómo había ido su jornada laboral. De él he heredado la inclinación a contar cosas, a explicar, que se suma a otros grandes amores: la lectura, el gusto por escuchar y una gran curiosidad que redunda en una tendencia a preguntar. En aquella cocina de aquel piso de Congrés, cada tarde, cuando mi padre explicaba, paso por paso, su día y los demás le escuchábamos, se fraguaba el periodista que yo iba a terminar siendo”.

En el último cuarto de siglo, “y gracias a Javier de Godó, que es un hombre liberal y, ante todo, un periodista”, ha cosechado cerca de 2.750 entrevistas para la sección compartida La contra de La Vanguardia, posiblemente la sección más antigua de la prensa española, “a las que cabe sumar unas cuatrocientas o quinientas que había hecho con anterioridad”. Y está lejos de cansarse.

Providencia paterna

El parroquiano reconoce sin ambages que está donde está gracias a su padre. “No solo por aquellas tardes de narración cotidiana de mi niñez, sino porque, en algunos momentos clave que me han llevado a ser quien soy, su intervención fue providencial”.

El parroquiano reconoce sin ambages que está donde está gracias a su padre

Cuando estaba cursando cuarto de periodismo, Víctor, que por entonces cursaba a la vez periodismo y derecho, tenía que acudir a solicitar las prácticas. “Era importante estar en Bellaterra a una cierta hora, para poder optar a dichas prácticas en los diarios, pero yo me dormí y para cuando me di cuenta de la hora que era, di la oportunidad por perdida. Lo que pasa es que mi padre me intimó a que me vistiera rápido y me llevó volando en su coche. Llegué con un margen de cinco minutos, para poderme inscribir y, por mis notas, me dieron a elegir entre los principales medios”.

— ¿Así pediste entrar en La Vanguardia?

El periodista ríe. “La verdad es que no, yo quería entrar en El País que, entonces, era un diario con pocos años, joven, atrevido. La cabecera donde cualquier veinteañero como yo quería estar. Pero allí mi padre me dijo que para qué quería ir a una redacción que estaba en la Zona Franca, pudiendo ir a la de La Vanguardia, que estaba en calle Pelayo y a la que podía ir andando desde mi casa”. Otra intervención providencial, pues el día en que todo cambió en la vida del parroquiano fue aquel en que entró por primera vez en la redacción del rotativo. “Ahí estaba Francisco González Ledesma —pronuncia su nombre con afecto infinito—, fumando como un carretero y empleándose a fondo con la Olivetti. Había jaleo. Todos iban arriba y abajo. Supe que ahí era donde iba a querer estar para siempre”.

Pocas semanas después, el 6 de mayo de 1984, aparecía su primer artículo firmado con su nombre. “Un reportaje sobre los cierres de las salas de cine y el auge de los videoclubes”. Encabezaban las iniciales V.A. Ya no había vuelta atrás. “He venido a este mundo a entrevistar”, afirma paralizando el gesto de las manos en el aire, subrayando el énfasis de quién vive de la que es su pasión. 

Víctor Amela
El 6 de mayo de 1984 apareció el primer artículo firmado por Víctor Amela.

La paradoja de una gran ciudad

“Barcelona es mi casa, sus calles son como los pasillos de un hogar en cada una de cuyas esquinas tengo un recuerdo asociado, un episodio, una emoción. Esta es la ciudad donde mi abuelo, Víctor Amela Ejarque, se estableció un buen día y donde construyó su casa con sus propias manos, el lugar donde nacería mi padre. Me siento hijo de Barcelona y con ella tengo una relación casi de propiedad, de que es algo que me pertenece”. Y, mientras decanta las palabras de García Lorca sobre esa Rambla “única calle en la Tierra que desearía que no se acabara nunca”, de fondo, el ritmo de la versión del Lágrimas negras por Bebo Valdés y El Cigala enmarca esta declaración de amor.

“Barcelona es mi casa, sus calles son como los pasillos de un hogar en cada una de cuyas esquinas tengo un recuerdo asociado, un episodio, una emoción”

— No obstante, la ciudad no parece estar pasando su mejor momento.

El periodista ladea su sonrisa. “Los barceloneses tendemos a criticar a otros y no a nosotros mismos. La ciudad cambia, evoluciona, y nosotros tenemos que aprender a adaptar nuestra mirada. Y preguntarnos qué podemos hacer nosotros para que este lugar sea cada vez mejor. Es injusto y muy poco ecuánime decir que antes todo era mejor en Barcelona, a la que hemos convertido en un imán para los de fuera. Y esa es la paradoja: la ciudad mejora y atrae a gente de fuera, y eso hace que todo se encarezca y que para los propios barceloneses sea inaccesible. Con precios elevados de las viviendas por ejemplo. ¿Pero qué podemos hacer? ¿Prohibir que ocurran las cosas? ¿Retrotraer la ciudad a los años 60 o 70? Una ciudad potente no es otra cosa que el conjunto de personas con ganas de hacer muchas cosas.  ¡Y bien lo tenemos que haber hecho, para que esta sea la ciudad donde tanta gente quiere venir a vivir!”.

“Los barceloneses tendemos a criticar a otros y no a nosotros mismos. La ciudad cambia, evoluciona, y nosotros tenemos que aprender a adaptar nuestra mirada”

— Donde hacemos las cosas bien es en este Bar, con una oferta culinaria superlativa si, tras tu cóctel, te apetecerá cenar. Tenemos de todo: menú, carta, tapas, bocatas, platos combinados o raciones.

Sin perder la sonrisa, Víctor Amela se acaricia la barbilla mientras escruta la oferta culinaria.

— Creo que haré un menú, aunque no le hago ascos a los platos combinados. Me gusta disfrutar de la comida. Y lo hago con placer, tanto en buena compañía como solo.

—¡Oído cocina! Hoy cenas en buena compañía.

El parroquiano afirma, mientras se deleita con su Martini espresso.