Rein de lege
El artista holandés Rein de Lege se instaló en Barcelona en 1988.
EL BAR DEL POST

Rein de Lege: Sucumbir al embrujo de Barcelona

“En 1978 vine por primera vez a Barcelona, tenía veinticuatro años. La ciudad me encantó. Sobre todo el Barrio Chino con sus callejones oscuros y sucios, su ambiente denso de prostitutas y yonquis”. Aquel paisanaje atrapó al holandés Rein de Lege, por entonces un joven estudiante de Bellas Artes, que enseguida descubrió su rincón favorito de la ciudad, el mítico bar Marsella de la calle Sant Pau, “con su clientela particular: gente del barrio, jugando a cartas o partidas de dominó, o durmiendo la siesta. Las encendidas peleas y discusiones. Ruido, voces roncas y la televisión con el volumen a tope, en aquel ambiente lleno de humo de los cigarrillos”.

Café cortado, recién servido y acodado a la barra, el artista Rein de Lege rememora aquel local como un teatro donde se sentía como un privilegiado espectador. “Era el escenario excelente para hacer bocetos. Casi todos los días iba allí con mi libreta y mi lápiz, haciendo apuntes de la fauna del local. Volví a casa con un montón de dibujos que todavía conservo”.

El parroquiano no es el primer pintor de su familia. Su abuelo, Arie Borel, al que estaba muy unido, ya ejercía como tal y fue quien animó al joven Rein a atreverse con sus primeros dibujos. A los 16 años se matriculó en la Rijks-Academie, donde cursó formación clásica de dibujo y pintura hasta 1975. Tras dos años errando por el mundo, completó su formación en la Academie Minerva de Groningen. Además del dibujo y la pintura, se centró en las artes gráficas: grabado y litografía. Fue el principio de una carrera que le ha llevado a exhibirse y vender en galerías de todo el mundo.

“En 1988 volví a recalar en Barcelona y, directamente, me sentí tan a gusto aquí que tomé la decisión de quedarme a vivir”. La ciudad le había embrujado y ya no había vuelta atrás.

Rein de Lege
Pintura sobre óleo del artista, que ahora tiene su taller en Vilanova i la Geltrú.

Un regalo del destino

Recién instalado en aquella urbe preolímpica y mayormente ignota donde todavía no conocía a nadie, Rein de Lege se instaló en un pequeño ático con terraza en el barrio Gótico, cuando no era, exactamente, un lujo. “Empecé haciendo retratos y caricaturas en las Ramblas, era una manera para ganar dinero que me funcionaba bastante bien, pero no era algo que me gustara demasiado”. Muchas horas a pie de calle para retratar a turistas y paseantes a cambio de algo de dinero. Una labor de subsistencia insuficiente para colmar lo apetitos creativos de Rein.

“Todo cambió un día en que, paseando por la calle, me encontré con una amiga que me enseñó un anuncio de periódico de una agencia de modelos que buscaba caras nuevas y hacia la que se dirigía. La acompañé y me hicieron unas fotos a mí también. Poco tiempo después me llamaron para un casting. Lo hice y me cogieron para un anuncio en la tele. ¡Fue algo totalmente nuevo para mí, y con esto empezó una nueva etapa! Durante más de quince años fui apareciendo en un montón de anuncios, ya sea como modelo o como actor. Un trabajo bastante sencillo, divertido y muy variado, con rodajes dentro y fuera de España… hasta en Santo Domingo. De pronto tenía suficiente ingresos y tiempo disponible para seguir adelante como pintor con mi propio taller”.

—¡Vaya regalo del destino!

—¡Sí! Lo viví como una broma del destino, ¡de buen gusto y muy bien pagada!

En aquel contexto, Rein de Lege entró a formar parte, en los años 90, de la asociación de Pintores del Pi, “un grupo de unos cuarenta artistas que se habían organizado a principios de los años 70, para poder exponer y vender sus obras de arte, cada fin de semana, en la plaza Sant Josep Oriol”.

La ciudad donde realizar los sueños

Para el parroquiano, Barcelona es el lugar donde se cumplió su sueño, “de ser artista, capaz de vivir de mi arte”, aunque los principios no fueron fáciles: “no había mucho interés por parte del público local y vendía muy poco”. Así, hasta que un día un joven matrimonio estadounidense pasó por Sant Josep Oriol y se cruzó con su obra. 

“Eran dueños de una galería de arte en Ketchum, les gustó mi trabajo y me compraron varios cuadros para exponerlos y venderlos. La cosa fue bien y poco después me pidieron más obras. Así se estableció una relación profesional y amistosa”. Cada cierto tiempo, la pareja organizaba una exposición de Rein que viajaba a Ketchum con regularidad. “Durante años se vendieron bastantes cuadros míos, no solo en la galería, sino también en ferias de arte por todo el continente”. Todo iba bien hasta que, un mal día, aquel matrimonio llegó a su fin y, con este, también el de la galería.

Pero cuando aquel momento llegó, Barcelona era ya uno de los destinos turísticos principales del mundo y, de rebote, el artista ya vendía mucha más obra en la plaza. “Desde hace treinta años, cada fin de semana monto mi parada por las mañanas sin saber qué o quién va pasar. Además, para mí, es un lugar excelente para hacer bocetos del espectáculo continuo de todo tipo de personas que deambula por allí”.

Distanciado ya del mundo de los castings y centrado exclusivamente en su arte, el pintor pasa ahora largas e ininterrumpidas temporadas solo en su taller, en Vilanova i la Geltrú.

—Pero no pierdes la conexión con Barcelona.

“No, no. Además de la plaza, me gusta pasear por sus calles y, a veces, voy al Marsella para tomar algo y dar rienda suelta a mis recuerdos”, replica, reflexivo, Rein de Lege, antes de apostillar: “el barrio ha cambiado y yo también, claro, pero el interior del bar sigue casi igual”.

Casi igual como el embrujo que le unió irremisiblemente a esta ciudad hace ahora treinta y cinco años.

Cada fin de semana, desde hace treinta años, el artista monta su parada en la plaza Sant Josep Oriol.