Star Wars (o La Guerra de las Galaxias, dependiendo de la generación a la que uno se dirija) cambió por completo la manera como Hollywood concebía la forma de hacer cine y producir sus películas. Se trataba de un proyecto ambicioso y revolucionario, de presupuesto relativamente bajo y con pocas expectativas de éxito inicial. Era, en definitiva, un empecinamiento de un joven idealista George Lucas amante de los tebeos (ahora cómics) y las películas de sesión doble de género y poco valoradas. Hay que recordar que allá por el 1977, la ciencia ficción que se realizaba solía pecar de intelectualismo y de una estética en exceso, pomposa.
Los años 70 fue la verdadera época dorada del cine norteamericano; de una libertad creativa envidiable. Con una generación de directores nacionales e importados de gran talento y una rentabilidad de las películas inmejorable, basaba su cine en una mezcla de ideas cultas y populares heredadas de un imaginario colectivo con referentes en las obras maestras de los años 40 y 50. Y con todo aquello que la televisión, los cómics, las novelas de aventuras, los dibujos animados, la serie B y la ciencia ficción habían calado en la infancia de la que se llamó Generación de la Universidad, con Spielberg, Scorsese, Coppola, Cimino, y muchos más a la cabeza.
La explotación de las obras había cambiado por completo, era tan importante la calidad del film como la posibilidad de vender objetos relacionados con el mismo. Se hacían, pues, películas para vender muñecos.
Es sabido que George Lucas rechazó parte del dinero que le correspondía como director a cambio de hacerse con un porcentaje de los beneficios del merchandising. Una palabra que acabaría por significarlo todo
Concebida por su creador como tres trilogías, se optó por comenzar por la segunda. Se ponían, entonces, los cimientos que sostienen la industria audiovisual actual. Se creaba un mundo más allá de la historia que se nos cuenta, un lore, como dirían los frikis de hoy en día. Una serie de eventos, leyendas, mitos y lugares que no vemos nunca, están, literalmente fuera de campo y solo en la cabeza de los personajes. Un universo propio, basto e inabarcable del que solo nos cuentan un pedazo cada vez. Y el espectador tiene ganas de más y más cada vez, porque nos parece fascinante perdernos en mundos que no son el nuestro y que parecen funcionar con sus propias reglas y leyes.
George Lucas creó su propia mitología influenciado por los westerns clásicos y las Space Operas, por no hablar de la influencia del hippismo y la filosofía new age en el diseño de los Jedi, unos revolucionarios rebeldes destinados a viajar por la galaxia, extintos, marginados y poseedores de una magia ancestral que les da un poder basado en el bien, el equilibrio y la fuerza; en contraposición al Imperio y a su Emperador, adalid del lado oscuro de la fuerza, colonizador, tiránico y promotor de la guerra y el exterminio de la diversidad en la galaxia.
La saga de las sagas fue pionera, también, en el concepto actual de universos cinematográficos, y lo hizo hace más de 40 años, mucho antes de ser vendida a Disney, hecho que su creador definió como algo necesario, pero que a su vez era “como haber perdido la custodia de sus hijos”.
Las nueve películas y sus spin off han recaudado más de 10.000 millones de dólares en taquilla. Star Wars Episodio IV: Una Nueva Esperanza, la primera en estrenarse el 25 de mayo de 1977, recaudó 786 millones de dólares. Con datos de 2020, el merchandising vinculado a la franquicia ha alcanzado la cifra estimada de 42.000 millones de dólares y genera alrededor de 4.000.000 de dólares al día.
La idea de infantilizar a los personajes y sus conflictos sigue la estela y las sagas de entretenimiento de gran éxito engendradas en los años posteriores y que marcarían por completo la época Ronald Reagan, con grandes dosis de complacencia, moral y estética. Un cine que llene las salas ampliando el espectro de edad por arriba y por abajo; un cine familiar que hace mejor la idea de Narciso Ibáñez Serrador sobre su público ideal objetivo: un espectador con la mentalidad de un niño de 8 años.
El monstruo creado, pues, peca de conformismo y enjaula a las producciones venideras en unos cánones dictatoriales de sagas y rentabilidad que acaban lastrando la creatividad y el riesgo.
Pero no todo son consecuencias negativas, el universo expandido de los fans, mediante novelas, cortos, series, juegos de rol, disfraces, etc. son los auténticos altruistas y dueños del asunto. Aquellos que han substituido la creencia religiosa por otra cosa, que idolatran como los acólitos, y que se asemejan y comportan como seguidores de un culto, como supporters de un equipo de fútbol. El verdadero fenómeno fan existe, también, gracias a Star Wars, y va mucho más allá de lo que consiguieron Star Trek y predecesoras. Los fans son los que han mantenido una idea abierta e idealista de la saga.
Los Ángeles crea mitos contemporáneos. Disney ostenta el monopolio cultural de occidente y lo basa en la fórmula de la repetición, algo que va más allá de la intención artística del autor y donde todo subyace a la necesidad de satisfacer a un público intransigente y hostil a los cambios. A nadie le gusta que le cambien el rumbo de su pensamiento, ni sus recuerdos, ni referentes ni sensaciones movidas por la nostalgia.
“Star Wars es una película para niños de 9 años”, sentenció una vez su creador, George Lucas
Así pues, la exposición Una Galàxia Molt Llunyana es una exposición fan, fuera del circuito de Lucas Arts y Disney, y que pretende hacer las paces y reencontrarse con los niños y no tan niños que de verdad han disfrutado y se han emocionado con la saga. Es una colección única en Europa en la que han participado diversas entidades y particulares que atesoran pedazos irrepetibles como si de la Sábana Santa estuviéramos hablando.
Incluye réplicas a tamaño real, estatuas, bustos, dioramas, figuras, storyboards, esbozos, diseños, maquetas, prototipos, autógrafos, vestuario y objetos usados en los rodajes de las películas.
En el enclave, acondicionado como un espacio temático, encontramos rebeldes, droides, soldados imperiales y caza-recompensas bajo una luz tenue y con los colores de los interiores de los escenarios y las naves, y donde suenan los temas principales de John Williams y los éxitos Max Rebo y su banda, como si estuviésemos en el mismísimo palacio de Jabba, El Hutt.
Destacan, por encima de otras, las estatuas a tamaño real de Darth Vader, R2D2 con Yoda, un diorama con el encuentro de un Ewok con un soldado espacial a lomos de una moto voladora por los espesos bosques de Endor, los vestidos de la Guardia Imperial en El Imperio Contraataca, el vestido de esclava de la Princesa Leia y la figura de Han Solo emparedado. Mención a parte para las diferentes modelos de sables de luz usados en cada film y para curiosidades como las máscaras que se usaron para dar vida a los peludos personajes Ewoks y al impresionante Wookie, Chewbacca.
La exposición, que estará vigente hasta el 5 de Junio, es parte de la apuesta del Poble Espanyol los próximos meses para actividades atractivas que dinamicen un espacio único en Barcelona mediante conciertos, exposiciones, espectáculos y eventos.
En definitiva, un disfrute al que hay que ir preparado con cámara de fotos y destinado a todos los fans de la saga. También a los desencantados, a aquellos que sienten, como siente Luke Skywalker en el Episodio VIII, que la decisión de salir de la colonia donde se crió, llamado por la aventura, contemplando el atardecer de dos soles como si de John Wayne se tratara, no hubiera valido la pena. Y a los que les llama eso de recluirse en una isla desierta y olvidar lo que sintieron de niños durante décadas, como si lo hubieran enterrado en lo más hondo de su corazón. Para ellos, o para mí mismo, les diría: que piensen en el hipnótico brillo de un sable de luz como si se tratara de una luz prodigiosa, de una fe renovada; que se dejen llevar por el motor de la nostalgia y se suban al Halcón Milenario para disfrutar de un viaje a la velocidad del hiperespacio…