Reivindicando el papel de los museos

La primera vez que fui a Bogotá me sorprendió descubrir que en la ciudad había ni más ni menos que 100 universidades, 11 públicas y 89 privadas. Allí cualquier centro educativo se podía presentar como universidad sin importar si los títulos expedidos eran oficiales o no, si el profesorado tenía más o menos méritos académicos, o si el centro tenía o no alguna línea de investigación. No hacía falta cumplir ninguna condición concreta y cualquier academia podía decir que era una universidad.

En Barcelona tenemos más de medio centenar de museos, desde el Museo de Historia de la Ciudad o la Fundación Joan Miró hasta el Museo de la Marihuana, el Museo del Chocolate, el Museo Taurino o el Museo de la Erótica. Resulta evidente que en casa tampoco hace falta cumplir ninguna condición específica para poder poner en la puerta que eres un museo. Pero alguna diferencia debe haber entre el Museo Picasso y el acabado de estrenar Moco Museum, separados por apenas diez metros en el corazón del Born.

Un verdadero museo es alguna cosa más que una sala de exposiciones, como también es alguna cosa más que un almacén que custodia un patrimonio. Un verdadero museo es un servicio que participa en los debates de la ciudad y del país, y nos lleva a hacernos preguntas. Quién somos, dónde vamos, qué está pasando. La colección del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) es la historia del país. Picasso es una herramienta para entender los debates europeos. Miró es golpear sin herir. Es falso que hablen del pasado, todos los museos interpelan al presente.

Un verdadero museo es alguna cosa más que una sala de exposiciones, como también es alguna cosa más que un almacén que custodia un patrimonio

Un verdadero museo es un espacio de conocimiento, que explora e investiga, que explica y difunde. La diferencia entre el Moco Museum y el Museo Picasso es que mientras el primero evalúa su éxito por la facturación en taquilla y el número de fotos subidas a Instagram por los visitantes, el Museo Picasso además de organizar exposiciones es reconocido por el rigor de sus publicaciones o el impulso de un ambicioso programa de doctorado que de momento ya cuenta con una universidad catalana y otra francesa.

Pero que nuestros mejores museos sean serios espacios de investigación y conocimiento no será suficiente para merecer formar parte del debate de ideas que tiene cualquier sociedad. Hay que encontrar maneras para conectar con la vida y las cosas de la gente, hay que renovar y actualizar aquello que los define como un servicio de utilidad pública. Hablamos mucho de educación y salud, pero el estado del bienestar no se entiende sin un buen acceso también a la cultura.

La semana pasada el MNAC convocó a un grupo de personas para participar en su reflexión estratégica, convencidos de que pensar el futuro del museo es hablar de los usos de la montaña de Montjuïc y por tanto del modelo de ciudad, es hablar del románico catalán pero también del cómic y la fotografía que se hacen aquí, es invitar a artistas contemporáneos a leer el país, es enfrentar nuestra historia con nuestro futuro. Pensar un museo es pensar el país, entender nuestro patrimonio es imaginar qué queremos ser.

Ciertamente la palabra museo nos resuena a algo rígido, anacrónico y aburrido, y está bien que aparezcan alternativas orientadas a entretenernos, pero lo que debemos conseguir son espacios que puedan ser motor de debates y herramientas de construcción de pensamiento, enraizados en nuestros porqués y nuestra idiosincrasia. Reivindicamos nuestros museos, y les exigimos un papel activo en nuestros debates de presente y futuro.