¡Por favor! ¿Algún lector en la sala?

“¿Ya los tienes, ya los tienes?”. Se lo pregunto a todo el mundo, esta semana. Han salido dos libros (qué verbo tan divertido y tan poco exacto, tratándose de lo que se trata) de dos autores que amo, y necesito que los lectores se los lean, como yo, para poder hablar de ellos.

No tengo una “librería de confianza”, del mismo modo que no tengo una “vinatería de confianza” o una “quesería de confianza” o una “tienda de ropa de confianza”. Me gustan demasiado los libros, los quesos, los vinos, y, de otro modo, la ropa, como para no frecuentar todos los establecimientos especializados y donde —muy importante— los dueños aman (y comprenden) tanto el producto que venden como sus clientes. Esto con los libros y los quesos es sencillo. Difícilmente encontrarás un librero o un quesero que no muera de placer con lo que vende y que no esté al tanto de las novedades.

A veces, en las tiendas de vino o de ropa te encuentras vendedores que saben lo que hacen, claro, pero que no comparten tu entusiasmo admirado y rendido o tu indignación burlona ante cada una de las unidades que exponen en el escaparate. Me compro todos los libros, botellas de vino, quesos y pantalones vaqueros que puedo. Y alguna vez voy a probarme ropa que algún día me compraré y voy a ver pisos que no podría pagar nunca. En este sentido, hablando de ropa, permítanme un excurso: la tienda NU#02, que compartían los diseñadores Miriam Ponsa, Josep Abril y Txell Miras en la calle Valencia, no volverá a abrir y espero que, cuando nos recuperemos, puedan estar, de nuevo, en Barcelona. Los tres, desde el principio de la pandemia, se pusieron a trabajar para ayudar desde su sector. La ropa que hacen es puro arte, como es arte lo que hacen los figurinistas teatrales.

Bueno, pues el sábado fui a la librería Casa Usher a buscar “el material”. Lo que les decía. No tengo una librería de confianza, tengo muchas. Por causa de mi oficio, me conozco la mayoría de librerías “inquietas” de Catalunya. Voy a hacer clubes de lectura, presentaciones o, a veces, charlas de libros que me gustan. En Casa Usher, por ejemplo, que tiene un pequeño patio interior, di una charla sobre un autor, aquí muy poco leído, que me vuelve loca: Dennis Johnson. Murió en 2017 sin que se le dedicaran reseñas. En la Wikipedia pone que ha influido en la obra de Chuck Palahniuk y Scott Snyder. Di esa charla en la librería, porque compartía el amor hacia un libro del autor, Sueños de trenes (se me pone piel de gallina sólo de escribir el título) con las jefas libreras. Vinieron varios lectores a escuchar el rollo y luego se compraron el libro. Me encanta hacer estas cosas.

“El material” que fui a buscar el sábado, (e hice esta broma, con las libreras) eran dos novedades mundiales: el nuevo libro de Emmanuel Carrère y el nuevo de Kazuo Ishiguro. Son dos autores que me gustan por diferentes razones. Me gusta que saquen un libro (como me gusta que saquen libro Martin Amis o John Irving) porque me gusta correr a la librería a buscarlo y, después de la lectura, hablar con alguien con la excitación debida. Carrère me acompaña desde El adversario. Si no han leído nada de él, quizás este libro de ahora, Yoga (Anagrama) no les resultará tan placentero como a los lectores incondicionales. Los lectores incondicionales le “conocemos”, sabemos que escribe no ficción, sabemos que en El reino, el anterior libro publicado, usaba un truco de magia imbatible: explicando cosas íntimas de sí mismo, cosas feas, nos hacía entrar, después, en la verdad de lo que quería explicar de los demás. Por eso Yoga es una historia que se entiende si le “conoces”, y si no lo han leído, yo de ustedes empezaría por El adversario o Limonov. Y de todos modos, este libro hará que un montón de gente se interese por hacer yoga.

Por lo que respecta a Ishiguro, me gusta de otro modo. Su libro Los restos del día (Anagrama) lo recomiendo siempre, siempre en todos los cursos, charlas o encuentros con lectores que hago. Es un libro que sirve para entender —como ningún otro— las maravillas de la primera persona. Seguro que conocen o han oído hablar de la historia, porque James Ivory hizo una película en los noventa, con Emma Thompson y Anthony Hopkins. Ishiguro es muy sabio y cuando hace hablar a Mister Stevens, el narrador, que es mayordomo en la mansión inglesa Darlington Hall (con un dueño filonazi) entiendes que te está engañando. Te dice algo, pero tú entiendes lo contrario. Es un ejemplo clarísimo de lo que llamamos “el narrador poco de fiar”. Aparte de eso, Ishiguro, de origen japonés y escritor en lengua inglesa tiene, me parece, una visión “periférica” ​​del lugar donde vive. Es él, un “no británico” el que ha escrito, como nadie más, sobre la institución británica por excelencia: los mayordomos.

He dejado de leer un rato para escribir esto y ahora vuelvo al lío. Como tengo dos libros y no uno, me pasa que leo con más ansiedad el primero, porque también quiero leer, enseguida, el segundo. Las libreras ya lo saben. Para que me duren un poco más no puedo ir a comprar una vez al mes todo lo que voy a leer. Tengo que ir poco a poco. En las tiendas de vino me pasa lo mismo.