Aproximación a la sala de espera de un centro médico de la Barcelona del futuro a partir de una de las salas actuales de la biblioteca de Helsinki. ©Xavier Soler
LA BARCELONA UTÓPICA. CAPÍTULO 4

Abrir la ciudad al arte de contemplar

Paseamos con el arquitecto municipal Xavier Soler por una Barcelona que ha transformado su modelo de vivienda y se ha convertido en una urbe más relajada donde se promueve la cooperación vecinal y el concepto de comunidad. Una ciudad, a la vez, más contemplativa que permite reconectar con la intimidad y favorece el diálogo interior.

“El hogar ha pasado a considerarse una pieza activa del día a día, dejando a un lado el rol de cápsula-dormitorio que aislaba y dificultaba la integración. Las vecindades son dinámicas y promueven el concepto de comunidad. Un mismo bloque o edificios contiguos comparten servicios como lavandería, limpieza, central de compra de alimentos, restaurante, espacio de trabajo y área de ocio para la lectura, cine y otras actividades. Cooperan en ámbitos como el ahorro del tiempo, la conciliación de parejas, de familias”.


La Barcelona utópica es el resultado de las conversaciones mantenidas con 5 arquitectos municipales. Cada una de las conversaciones ha girado en torno a una temática concreta, aunque el resultado, consecuencia de una visión integral de la ciudad, incorpora ideas transversales. La idea de esta serie de 5 artículos sobre una Barcelona utópica nace para dar alas a estos arquitectos que mantienen un estrecho contacto con la ciudad, algunos desde hace muchos años y, además, a diario. El ámbito creativo de los arquitectos municipales se ve a menudo limitado por las partidas presupuestarias, por los plazos de ejecución, por políticas del gobierno de turno… Entonces, sin entrar en partidismos, se han aventurado en el ejercicio de hacer cábalas sobre una Barcelona que nunca existirá, pero que podemos imaginarla.

Los artículos tienen un cariz futurista. Sin embargo, no todos se abocan a la ciencia ficción. Las lecturas invitan a localizaciones y rincones imaginados. A formas de la ciudad inventadas. A proyecciones de una sociedad barcelonesa alejada de la actual y, sobre todo, buscan hacer pasar un buen rato al lector. A excepción del texto en cursiva, que es una transcripción de parte de la conversación o de un proceso de investigación, el resto es fruto de la imaginación.

*Arquitecto invitado: Xavier Soler i Benito, arquitecto municipal del Ayuntamiento de Barcelona.


Xavier me emplaza en el chiringuito del Parque de la Ciutadella, una de las rémoras de la Exposición Universal del año 1888 que no sólo ha aguantado el paso del tiempo sino que ha sabido cómo adaptarse. Cerca, en la glorieta de Sonia, toca un cuarteto de música. Xavier toma un café y yo un agua con gas. Me muestro escéptico con lo que se dice del futuro, dice Xavier. Si tuviéramos que hacer caso a las predicciones, hoy Barcelona sería una ciudad irreconocible urbanísticamente hablando. Y, ciertamente, la ciudad es irreconocible en algunos aspectos de lo cotidiano. Basta con compararla con la Barcelona de hace una o dos décadas. En cambio, la transformación urbanística no ha ido al mismo ritmo. En realidad, más que una transformación ha sido una adecuación. Si el Plan Cerdà se hubiera respetado punto por punto probablemente estaríamos en la ciudad jardín proyectada, donde dos de las cuatro caras de las manzanas debían ser espacios verdes. Pero los intereses la orientaron en otro sentido y volver atrás ahora es difícil por no decir imposible. Aquello que quiera ser renovado, enmendado o corregido, deberá acotarse a los límites de la ciudad.

La vivienda es un ejemplo de adaptabilidad. Helsinki ha sido el modelo que ha guiado a buena parte de las ciudades europeas al cambio de paradigma. Desde 2016 la capital finlandesa es propietaria de más del 70% de la superficie urbanizada. Esto le otorga autonomía a la hora de desarrollar una política propia en oferta y promoción de la vivienda. Es un modelo que interviene el mercado de la vivienda para estabilizar su balanza de precios, consiguiendo que la vivienda sea accesible a toda condición social y económica. Actualmente, alrededor de 75.000 unidades de vivienda pública —que supone un 80% del total de la cartera— son viviendas de alquiler subvencionadas por el gobierno mediante un sistema de participaciones. Las medidas establecen mínimos de calidad y limitan el coste de producción. En consecuencia, los beneficios para los constructores son menores, pero por otro lado éstos tienen la venta asegurada.

La adecuación del modelo de Helsinki en Barcelona permitió que los barrios de la capital catalana rompieran la tendencia marcada hasta el momento. Ahora son barrios en los que predomina la diversidad. La forma como se vive ahora la ciudad, más relajada, es consecuencia de haber reducido el acceso al coche privado y de haber establecido un eje verde con la Plaza Catalunya como espacio neurálgico y la Rambla, conectándose con el mar por una lado y con el Paseo de Gràcia por el otro, haciendo de nexo con Gràcia y Horta-Guinardó como pasillo que enlaza con Collserola.

Desde la implementación de este patrón hemos asistido a una transformación progresiva de la forma de habitar la ciudad. El hogar ha pasado a considerarse una pieza activa del día a día, dejando a un lado el rol de cápsula-dormitorio que aislaba y dificultaba la integración. Las vecindades son dinámicas y promueven el concepto de comunidad. Un mismo bloque o edificios contiguos comparten servicios como lavandería, limpieza, central de compra de alimentos, restaurante, espacio de trabajo y área de ocio para la lectura, cine y otras actividades. Cooperan en ámbitos como el ahorro del tiempo, la conciliación de parejas y de familias. También en la escolarización, la formación en general o el soporte a la crianza. Toman parte en actividades lúdicas y se estimulan líneas de creatividad para los jóvenes.

La ciudad está llena de espacios funcionales porque ella misma ha dejado de ser un espacio limitado a la movilidad como venía ocurriendo hasta el momento. Las calles y avenidas de Barcelona favorecen el retorno a la calidad de vida del espíritu mediterráneo, a la armonía y a la afinidad entre las personas, abandonando el ritmo que imponía la vida de agenda, necesaria para la productividad, porque ha dejado de aportar valor. Las calles son espacios claros y compartimentados que invitan a observar su detalle. Todo se mueve dentro de una rutinaria exactitud. Sobre los bancos existen libros. Entre los árboles ropa tendida. Los niños han dejado de ser máquinas y juegan sin confines arquitectónicos. En las plazas prevalece el reposo, la vegetación regada, y en el cielo, una nube. Se impone el carácter contemplativo. El silencio favorece el diálogo interior. Todo lo contrario de la Barcelona que aturdía, que se oponía a la espontaneidad de los cambios cromáticos, que imponía los reclamos de neón, que alejaba a las personas del mediodía radiante o de los atardeceres de azul puro y rojos intensos. Este retorno a la sensibilidad natural del ser, el reconectar con la intimidad y el latido ingenuo es, en la cultura del Mediterráneo —donde el escenario es bálsamo— algo vital. Y lo es de forma permanente.

Las salas de espera han dejado de ser espacios donde el tiempo pasa a desgana. ©Xavier Soler

Xavier tiene que irse. Tiene visita médica. Y aprovechamos un último apunte sobre la transformación de las salas de espera de los centros de atención primaria y hospitales, que han dejado de ser espacios donde el tiempo pasa a desgana para transformarse en salas donde es posible entablar conversaciones respetuosas o bien unirse a sesiones abiertas de meditación. Así como acceder a puntos de consulta sobre alimentación preventiva, recetas de cocina ayurveda, botánica o, sencillamente, tomarte un buen café. El interiorismo de estas áreas también ha pasado de la frialdad de los asientos de plástico al confort de los sofás de colores cálidos, la vegetación exuberante y las actuaciones musicales en directo; a veces en el piano, a veces en el violonchelo… Este final me trae el recuerdo de una conversación con Víctor Torres a los pies del cementerio de Sant Quirze Safaja, donde está enterrado su hermano Màrius. — Es tan bonito [el cementerio] que dan ganas de morirse, dijo Víctor. Acto seguido reímos, claro. Y ahora pienso que estas salas de espera dan ganas de esperar.


Capítulo 1. La movilidad del futuro. Arquitecto invitado Joan Sansa.

Capítulo 2. El paisaje y la huella ecológica. Arquitecta invitada Sara Udina.

Capítulo 3. Convertir el patrimonio en parte de la vida. Arquitecto invitado: Armand Fernández Prat.