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ualquiera que haya pisado una ciudad china estos últimos años habrá comprobado que las calles están llenas de unas bicicletas nuevas de todo tipo de colores. Son las bicis compartidas de compañías como Mobike o Ofo, que ya han desembarcado en Europa (Berlín, Florencia, Madrid) y que en Barcelona nos miramos como si fueran la undécima plaga de Egipto.
Esta nueva generación de bike sharing lleva el modelo del Bicing más allá: ya no es necesario dejar las bicicletas en las estaciones porque pueden aparcar en cualquier lado. Para utilizarlas, el usuario se da de alta con el móvil, desbloquea la bici con una aplicación y paga un tanto (de unos cuantos céntimos hacia arriba) por cada media hora de pedaleo. Y cuando llegas a destino, la aparcas allí mismo y la bici queda a disposición del siguiente.
Aquí nos hemos echado las manos a la cabeza ante estos modelos de transportes compartidos –ya sean bicis, coches o patinetes eléctricos– porque consideramos que estas compañías ocupan el espacio público con vehículos privados y eso no se puede permitir. El argumento es, como mínimo, chocante: que no permitimos que aparquen en el espacio público miles de motos privadas? (en 2015 teníamos 273.718, muchas de ellas en las aceras). Que no tenemos las calles llenas de coches privados ocupando miles de plazas públicas de aparcamiento?
Según las estadísticas municipales, Barcelona tiene 5.500 coches por km2, mientras que ciudades como Amsterdam o Berlín no pasan de los 1.300. Esta animalada nos convierte en la quinta ciudad más contaminada de Europa, tenemos el doble de polución que el resto de ciudades europeas y esto causa 3.400 muertes prematuras al año. Y gran parte de esta contaminación la causan las motos, tal como explicaba Lluís Brau en un artículo que levantó mucha polvareda el año pasado.
Ante la facilidad de uso de estos nuevos sistemas de Bicing (encontrarías la bici aparcada frente a tu casa, y la podrías dejar en la puerta del trabajo, junto a los miles de motos que ya hay ahora mismo), podemos dar por hecho que muchos barceloneses se apuntarían a pedalear, con la inmediata bajada de los niveles de polución que ello implicaría. Habría más bicicletas circulando, que se solucionaría con más carriles bici. Además, se calcula que las bicicletas compartidas se utilizan de 10 a 15 veces al día, por lo que una sola bicicleta daría servicio a muchos más barceloneses que cualquier coche, moto o bici privada, que también ocupan espacio y sólo hacen una media de 3 trayectos diarios. Los expertos invocan la “justicia espacial” para referirse al abuso actual: hoy por hoy, el coche ocupa el 60% del espacio público, y sólo se utiliza en el 20% de los trayectos.
Hay muchas maneras de transformar Barcelona en el Amsterdam del sur de Europa, y no todas pasan por que las bicicletas se descontrolen. Soy el primero que cuando oigo hablar de economía colaborativa me meto la mano a la cartera, pero compartir los medios de transporte es más eficaz que si cada uno tiene el suyo. Esto es como los taladros: ¿es necesario que cada casa tenga uno, si la utilizamos una vez al año? No podríamos compartirlos?
De entrada, el Ayuntamiento podría establecer unas reglas de juego estrictas para la entrada de estas compañías. Que un porcentaje de los ingresos fueran para la ciudad, en forma de una tasa por el mantenimiento de los carriles bici, por ejemplo. También se podrían delimitar claramente las zonas donde se deberían aparcar. Y si no las queremos en las aceras, tal vez podríamos destinar a las bicicletas una de cada diez plazas de aparcamiento para automóviles, contando que en el espacio que ocupa un coche caben 10 bicicletas.