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a primera noble verdad del budismo es que toda vida conlleva sufrimiento. La pérdida de un ser querido, la enfermedad, las tragedias naturales, el deterioro de nuestras facultades debido al envejecimiento, o los errores que, aunque pequeños, pueden conllevar importantes consecuencias, son hechos consustanciales al caminar de la vida que pueden presentarse de improvisto en cualquier momento invirtiendo por completo la gravedad de las cosas. La vida nunca es perfecta y todos, en algún momento u otro, tenemos que enfrentarnos a lo que Sheryl Sandberg, número dos de Facebook y uno de los pesos pesados de Silicon Valley, llama “opción B”. En buena medida, de cómo afrontemos estos sucesos, dependerá nuestro éxito y felicidad.
En el caso de Sandberg, este episodio traumático se presentó de improviso durante las vacaciones de 2015, cuando su marido falleció por un problema cardíaco, dejándola viuda con dos hijos pequeños. En el magnífico libro Opción B (Conecta), Sandberg, asistida por el psicólogo Adam Grant, explica el testimonio personal de cómo ella y su familia superaron esta dolorosa pérdida y siguieron con sus vidas adelante. A través de la vivencia en primera persona de Sandberg, y el conocimiento teórico de Grant, autor del imprescindible Originals, el texto aborda las diversas fases que conlleva cualquier período de duelo y muchas de las técnicas, mecanismos e ideas que pueden ayudarnos a superar las adversidades más severas y recuperar la alegría por vivir.
Desarrollar esta capacidad de resiliencia implica, además de inteligencia, perseverancia, autocompasión y confianza en uno mismo. Parecen tareas, en principio, sencillas, pero no lo son tanto y, en muchos casos, son contra intuitivas para nuestro cerebro
El libro, que es a la vez una preciosa carta de amor de Sandberg hacía su difunto marido, constituye un potente manual práctico de cómo fortalecer uno de los músculos mentales más importantes: la resiliencia. La resiliencia no es un talento innato, como casi todo en la vida, sino que es algo que podemos ejercitar y desarrollar con voluntad y práctica. La resiliencia, señalan Sandberg y Grant, en última instancia emana de nuestra capacidad por saber apreciar y dar las gracias de las cosas buenas que nos ha dado la vida, y de nuestra inteligencia a la hora de saber aceptar las no tan buenas.
Desarrollar esta capacidad de resiliencia implica, además de inteligencia, perseverancia, autocompasión y confianza en uno mismo. Parecen tareas, en principio, sencillas, pero no lo son tanto y, en muchos casos, son contra intuitivas para nuestro cerebro. Durante milenios, nuestro cerebro ha estado programado con toda una serie de mecanismos con el objetivo de asegurar nuestra supervivencia. Por ejemplo, una de las herencias genéticas que compartimos con nuestros antepasados más remotos es el hecho de que tendemos a recordar más y mejor lo malo que lo bueno, lo doloroso que lo placentero. De hecho, el olvido de muchas cosas es un ejercicio involuntario. Imaginemos que estamos en un bosque hace 13.000 años, y nuestro compañero de caza y recolección se agacha para dar un mordisco a una seta olvidada al pie de un árbol y al día siguiente muere. Recordar este evento y de esta forma ser más prudente a la hora de ingerir setas de los pies de los árboles (por mucha hambre que se tenga), es mucho más importante que recordar lo divertido que fue el otro día cuando nos bañamos en el río. Quiero decir: saber aceptar nuestras imperfecciones, nuestros errores (los grandes y los pequeños), saber convivir con ellos, superarlos y seguir avanzando nunca es tarea fácil. La autocompasión a menudo coexiste con el potente sentimiento de culpa, entre otros muchos, que conviene saber controlar y reprimir para que no limiten nuestro crecimiento personal y potencial.
Escribir, que es sinónimo de pensar y reflexionar, trabajar la confianza en nosotros mismos, tener fe en los demás, ejercitar el sentido del humor, pensar en las cosas buenas que nos pasan cada día, ser agradecidos, o celebrar las “pequeñas victorias”, son algunas de las técnicas y mecanismos que, ejercitadas y fortalecidas en la forma de hábito, mejoran el carácter de las personas y nos permiten encarar las adversidades de la vida con una mayor solvencia. Lo anterior implica cambiar, mejorar, y asimilar la máxima de que superar la adversidad depende de nuestra voluntad y nuestra actitud, ambas unas soluciones que están en nosotros mismos. Como escribió Albert Camus: “En lo más profundo del invierno, aprendí al fin que en mí vive un verano invencible.” Del trauma, si se quiere y se trabaja con fe y optimismo, uno puede salir reforzado, antifrágil.
Por esto es tan importante educar niños con capacidad de resiliencia. No sobreprotegerlos, respetar su ámbito de autonomía, y darles siempre confianza. Uno de los aspectos clave en esta ambiciosa empresa la encontramos en el carácter de las relaciones entre los niños y sus padres, educadores y amigos. Conviene que en nuestra interacción con los más pequeños seamos capaces de transmitir estas cuatro ideas: (1) que las personas tenemos cierto control sobre nuestras vidas; (2) que nuestros errores y fracasos son valiosísimas fuentes de aprendizaje; (3) que todas las personas son únicas e irrepetibles y eso ya las hace importantes; (4) que todo el mundo tiene puntos fuertes que puede compartir con los demás. En definitiva, Opción B es un maravilloso libro sobre la teoría y la práctica de la resiliencia, una virtud clave para vivir una vida valiente y con sentido, y por lo tanto feliz.