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n el pasado el futuro era un lugar inalcanzable. El viaje a la luna se realizaba a través de la literatura y se miraba el firmamento, no con objeto de conocer el movimiento de los cuerpos celestes sino para predecir cómo serían nuestras vidas. Sin embargo, en el siglo XXI, el futuro ha cruzado el umbral hacia el presente. Los sueños tecnológicos se viven hoy con los ojos abiertos. Víctor Hugo en su delicioso ensayo El promontorio del sueño nos decía “cuando el hombre no tiene un sueño, se lo procura. El té, el café, el cigarro, la pipa, narguile, pebetero, incensario: todos son procedimientos para la ensoñación”. Los sueños que nuestra época se ha procurado ya no tienen la sensualidad del placer sino el ritmo rápido de la excitación. Queremos abrazar lo nuevo, queremos llenar todo hueco a la duda, deseamos clarificar y autentificar nuestro mundo con datos, logaritmos y virtualidad. Podemos declarar que el futuro gobierna nuestras vidas mientras el pasado sólo debilita nuestra seguridad en los logros que conseguimos. La nuestra es una época en la que se impone la realidad, por virtual que sea, y los términos que la dominan son los de inmersión, experiencias e interacción, como en pasado lo eran la ensoñación, el hechizo y el encantamiento.
Paradójicamente, el futuro que vivimos no sólo está cambiando el qué y el cómo vivimos, sino también quienes somos, nuestra condición humana. En un momento en que celebramos los cambios tecnológicos y científicos como triunfo de nuestra inteligencia, lo que realmente está cambiando es nuestra forma de estar en el mundo. Si ya no son necesarios los hombres para que las mujeres puedan procrear, si nuestro esfuerzo destinado a la productividad es sustituido por la robótica y la esperanza de vida se agranda hasta vernos como Matusalén, que según la Biblia vivió 969 años, debemos empezar a interrogarnos sobre el presente de la especie humana para advertir qué lugar ocupará en el futuro. Un futuro que llegará con toda su fuerza transformadora de la realidad.
El reto de la robótica, su avance y capacidad de definir el presente, permite entrever que nuestro presente necesita habilitar espacios de reflexión y de pensamiento crítico con el fin de poder vislumbrar con nitidez cómo puede afectar un futuro robótico que lo invade todo
El presente de nuestra especie está ya unido a la robótica. Hace pocas semanas se publicaba el último libro del cronistas y escritor Arturo San Agustín con el sugerente título El robot que cree en Dios. En él, San Agustín indaga en el poder de la robótica para cuestionar la fe, aquello en lo que creemos, y el transhumanismo como superación de lo humano. El libro arranca con el descubrimiento de un robot que es observado santiguándose. Siempre habíamos imaginado a los robots como futuros guerreros de un ejército del futuro, realizando actividades que ya los humanos no queremos hacer, cuidando o jugando con nuestros hijos, como mascotas, pero nunca hasta ahora nos habían propuesto pensar en ellos como robots con tan elevado grado inteligencia y precisión que pudieran llegar a tener fe en algo que los trasciende; llegar a humanizarse
Ya en la lectura de la obra de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? advertíamos cómo los robots querían evitar su obsolescencia programada, evitar su muerte y conseguir el libre albedrío que los hombres les negaban. También en Yo robot de Isaac Asimov los robots se rebelan contra los hombres. Pero la novela de Arturo San Agustin da un paso más, preguntándose cuál es el futuro de una humanidad que camina entre el sincretismo y la robótica mientras se van debilitando los valores y creencias tradicionales.
Si nos adentramos en la robótica, veremos robots realizando trabajos en hospitales, formar parte de consejos de administración de grandes corporaciones o dando la bienvenida en hoteles o restaurantes. Es el caso de un hotel canario que ha contratado un robot, de nombre Pepper, para atender con trato afable a los clientes . En el ensayo La imparable marcha de los robots, Andrés Ortega nos adentra en sus variables posibilidades de uso y advierte los retos a los que vamos a estar expuestos. En su lectura, el autor nos da a conocer al robot /foca bebé de peluche, llamado Paro, (en España, Nuka), que está siendo utilizado para tratar emocionalmente a personas de edad avanzada aquejadas de Alzheimer; a Hiroshi Ishiguro, catedrático de robótica de la universidad de Osaka, que ha construido un robot que es su alter ego, idéntico a sí mismo, llamado Geminoid HI-1, como experiencia robótica para trabajar el plano de las emociones, para hacerlos más humanos. Existe la robótica al servicio de dar movilidad a personas con deficiencia motrices, pudiendo reponer brazos, piernas u otros órganos que han sufrido deterioro o para aumentar habilidades. Existe la robótica aplicada al placer, como ya ocurriera en el pasado con los autómatas, cómo se podía ver en la película de Federico Fellini Casanova, donde Giacomo Casanova hacia el amor con una autómata. Existe la robótica para corregir las disfunciones de una sociedad que envejece, como es el caso de la sociedad Nipona, que tendrá una población con un porcentaje del 30% de mayores de 65 años frente al 23 % actual, viendo en la robótica una forma efectiva de mitigar el problema.
Pero la gran cuestión que invade el ánimo de muchos gobiernos es el negativo impacto que la robótica puede acarrear en el trabajo. Hemos llegado al punto de plantear su problemática en programas electorales, como ha sido el caso de algunos partidos políticos en Francia. Se plantea que las empresas que contraten robots paguen impuestos ante el peligro de agudizar el desempleo. La controversia entre colaborar o resistirse al avance de la robótica lo vemos en los datos de un estudio sobre informatización de los empleos europeos, que advierte que en sólo dos décadas se podría ver afectado entre un 40% y 60% de la fuerza laboral europea. En concreto, en España, Andrés Ortega señala que se podría perder un 55,3% de empleo.
El reto de la robótica, su avance y capacidad de definir el presente, permite entrever que nuestro presente necesita habilitar espacios de reflexión y de pensamiento crítico para formular las preguntas adecuadas con el fin de poder vislumbrar con nitidez cómo puede afectar un futuro robótico que lo invade todo, incluso nuestra forma de pensar. Tal vez el éxito de los libros de filosofía, convertidos en toda Europa en best sellers, se deba a la imperiosa y humana necesidad de intentar, a través de la lectura, comprender lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, para obtener respuestas sobre el presente/futuro de nuestra especie.