Barcelona desde la Carretera de les Aigües
Barcelona y su región metropolitana tienen muchas potencialidades, geoestratégicas y logísticas. ©SSV
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Hacia la región metropolitana de Barcelona

Dos actos reclaman esta semana el reconocimiento institucional y político del potencial de una ciudad global de 160 municipios y cinco millones de habitantes

El reconocimiento institucional y político del área metropolitana de Barcelona y su ampliación formal a otros municipios de las comarcas del Maresme, Garraf, Alt Penedès, Vallès Occidental y Vallès Oriental es una asignatura pendiente desde hace décadas. La reivindicación de la región metropolitana como red efectiva de los principales núcleos urbanos alrededor de la capital catalana se ha escuchado esta semana en dos actos. El primero, organizado por la asociación Amics del País; el segundo, en el inicio de un ciclo de reflexión metropolitana en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB).

La Barcelona real va mucho más allá de la propia ciudad y de los 36 municipios que integran el área metropolitana. Hoy, la metrópolis real tiene un alcance regional que aglutina a 160 municipios y más de cinco millones de habitantes. Es el gran motor económico de Catalunya y uno de los principales del sur de Europa y el Mediterráneo. En un mundo en el que actualmente más de mitad de la población vive en unas ciudades que acumulan el 80% del producto interior bruto, la gran competencia económica se dirime entre las metrópolis globales.

En la cuestión metropolitana, Barcelona dio un importante y lamentable paso atrás cuando en 1987 Jordi Pujol liquidó la Corporació Metropolitana para frenar el que se consideró un contrapoder a la Generalitat liderado por el entonces alcalde Pasqual Maragall. Pujol se había inspirado en lo hecho por el Gobierno de Margaret Thatcher con el Greater London, el gobierno metropolitano de Londres, liderado por el laborista Ken Livingstone. Hoy, 34 años después, Londres ha recuperado el reconocimiento político, institucional  y competencial del Greater London, mientras que el área metropolitana de Barcelona sigue siendo básicamente una entidad supramunicipal con servicios mancomunados. La Corporació Metropolitana fue creada en 1974, aún en el franquismo, y liquidada en democracia. Cuesta entenderlo conceptualmente.

Lamentablemente, en 1987 Jordi Pujol liquidó la Corporació Metropolitana para frenar el que se consideró un contrapoder a la Generalitat liderado por el entonces alcalde Pasqual Maragall

Dotar de competencias efectivas y reconocimiento  político –incluida la posible elección directa del presidente metropolitano y sus representantes— despierta recelos. En primer lugar, de la Generalitat, pero también de algunos municipios, que temen perder parte de su identidad y autonomía local. Pues hay que superar estas desconfianzas, como ha hecho Londres, pero también otras metrópolis como Manchester, Liverpool, Suttgart y Hannover. París está haciendo pasos también en este sentido.

La Barcelona real va mucho más allá de la propia ciudad y de los 36 municipios que integran el área metropolitana.

Las grandes urbes se enfrentan hoy a problemas globales –vivienda, sostenibilidad, fiscalidad, movilidad, seguridad, civismo, turismo, entre otros— que requieren soluciones globales. De ahí la necesidad de avanzar en este sentido en el conjunto de la región metropolitana, cuyo futuro no está en la competencia entre las ciudades que la forman, sino con otras megápolis. Y esto solo se puede hacer desde un poder local global que coordine las distintas estrategias para atraer inversiones y de producción de riqueza, alineadas a su vez en un conjunto de decisiones multinivel con los gobiernos estatal y autonómico. Este es un sentir general de la mayoría de expertos cada vez que se debate sobre la realidad metropolitana y que se ha repetido esta semana por dos veces en Barcelona.

Soy muy fan de Henry Cisneros, que fue alcalde de la ciudad tejana de San Antonio en la década de 1980 y más tarde secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano bajo la presidencia de Bill Clinton. Cisneros sostenía que la cooperación entre las ciudades resultaba siempre ser un todo mayor que la suma de las partes, y lo ilustraba con una fórmula que hizo fortuna en el mundo del municipalismo: 2+2=5.

Las grandes urbes se enfrentan hoy a problemas globales –vivienda, sostenibilidad, fiscalidad, movilidad, seguridad, civismo, turismo, entre otros— que requieren soluciones globales

Barcelona y su región metropolitana tienen muchas potencialidades, geoestratégicas y logísticas, con la capital catalana como gran y exitosa marca y motor. Una de sus grandes ventajas es concentrar en un radio de tan solo cinco kilómetros infraestructuras tan vitales como el puerto, el aeropuerto y una potente zona logística, además de agentes económicos de gran impacto como la Zona Franca y la Fira. Esto le otorga una capacidad de intermodalidad y conectividad que otras grandes metrópolis envidian.

Los elementos para constituir un gobierno metropolitano efectivo están ahí. Es difícil aceptar que el freno acabe siendo una cuestión de recelos. El camino no es una Barcelona hipercentralista, sino la que lidere la gran solución metropolitana.