[dropcap letter=”U”]
n niño de once años que trabaja en una fábrica con su padre cae en una tina llena de tinte hirviendo y sale con gravísimas quemaduras en las piernas. Para curarlo y evitar la amputación, se necesitan injertos de piel de donantes. Treinta y cinco trabajadores, entre ellos dos hijos del dueño, se ofrecen voluntarios para dejarse arrancar la piel sin anestesia y poder salvar al pequeño José Caparrós. Esta triste historia, que sucedió el 23 de febrero de 1905, ilustra el carácter de los habitantes-trabajadores de la Colonia Güell, uno de esos pueblos creados de la nada alrededor de una fábrica a finales del siglo XIX, como tantos otros que surgieron en aquella época en la orilla del Llobregat o del Ter. Un lugar donde surgía la solidaridad en tiempos difíciles, pero también un mundo cerrado, donde era complicado zafarse del capataz que acosaba a la trabajadora y que, negándose a repararle el telar, podía dejarla sin medios de vida si no le daba lo que él quería. Y donde la explotación infantil, aun no estando permitida, era común y no se veía con malos ojos.
Visitar hoy la Colonia Güell es conocer uno de los mejores testimonios de una época no tan lejana -la fábrica cerró en 1973- pero que suena a otros tiempos. Situado a sólo 15 kilómetros de Barcelona en el término municipal de Santa Coloma de Cervelló, es un reducto de seis hectáreas, que más de un siglo después todavía maravilla por su calidad urbanística -en contraste con un entorno metropolitano mucho más denso- y por la huella que dejó Antoni Gaudí.
Declarada Bien de Interés Cultural, es visitable desde el 2002, cuando se abrió al público como atractivo turístico, y en el presente año conmemora el Año Güell, en el centenario de la muerte de este personaje capital de la Barcelona y de la Cataluña del último tercio del siglo XIX y principios del XX. Cada año se han ido incrementando el número de visitantes de la Colonia hasta llegar a los 70.000 anuales. Una cifra muy alejada de la masificación que sufren otros entornos turísticos, especialmente los vinculados a Gaudí, lo cual permite una visita muy tranquila y relajada.
El complejo industrial ocupa los terrenos de la antigua finca Can Soler de la Torre en Santa Coloma de Cervelló. Fundada por Eusebi Güell en 1890, la colonia, una de las últimas que se crearon en Cataluña, fue un gran proyecto empresarial y todo un experimento sociológico de la época, que buscaba alejar los obreros de la conflictividad social de la gran ciudad. “La colonia estaba aislada de las influencias exteriores y el director hacía de jefe dentro de la fábrica, pero también actuaba como si fuera el alcalde”, explica Montse García, responsable del Centro de Interpretación de la Colonia Güell. Los tres fundamentos de la vida en la colonia, donde vivían y trabajaban cerca de 1.400 personas, eran la educación, el esfuerzo o trabajo, y la religión, según los principios del catolicismo social más paternalista. La gente nacía y vivía su vida sin necesidad de salir de allí. Este orden social sólo se tambaleó por la Guerra Civil, cuando la fábrica fue colectivizada, y cuando llegaron las huelgas, iniciadas por las mujeres, ya en los años sesenta.
Los trabajadores, por tanto, no gozaban de lujos, pero, a cambio, no les faltaba nada, siempre que no cuestionaran el dueño y el orden establecido. Así, la Colonia Güell cuenta con unas calles muy anchas, perfectamente urbanizadas, y unas casas muy amplias, de unos 120 metros cuadrados de media, con patio y huerto, así como todos los servicios necesarios como médico, escuela, un ateneo y teatro, entre otros. El visitante puede comprobar, paseando por las cinco calles de la colonia, cómo este espacio, plenamente habitado en la actualidad como un pueblo más, se ha convertido en un buen modelo urbanístico que lo diferencia del resto de colonias industriales de Cataluña, como la Vidal o la Soldevila, también en la orilla del río Llobregat.
“La Colonia”, como la conocen sus habitantes, ha conservado hasta hoy este ambiente de pueblo tranquilo, pero con edificios que muestran la huella arquitectónica modernista de la época, dejada por arquitectos de primera fila como Joan Rubió Bellver y Francisco Berenguer. Y en medio de este patrimonio industrial, basándose en uno de los pilares de la doctrina de Güell, emerge la iglesia, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y obra del más grande maestro del modernismo catalán, Antoni Gaudí.
Sin embargo, como también ocurre en la Sagrada Familia, nos encontramos ante una obra inacabada. Eusebi Güell encargó a su amigo Gaudí, con quien ya había colaborado para construir el Parque Güell y el Palau Güell, la construcción del templo con las instrucciones de “hacer lo que quisiera”, sin limitaciones técnicas, presupuestarias ni de plazos. Los trabajos se iniciaron en 1908 siguiendo un ambicioso proyecto, que preveía una iglesia con dos naves, una inferior y otra superior, rematada por diferentes torres laterales y un cimborrio central de 40 metros de altura. Pero, tras fallecer el mecenas, los hijos de Eusebi Güell comunicaron a Gaudí que no seguirían financiando las obras, y éste abandonó el proyecto.
Sólo quedó terminada la nave inferior, conocida como Cripta, que ha seguido funcionando como iglesia de la Colonia hasta la fecha. Pese a quedar inacabada, la iglesia supone un punto culminante en la obra de Gaudí, ya que incluye, por primera vez de forma unitaria, casi todas sus innovaciones arquitectónicas. De hecho, la Cripta fue un “laboratorio de pruebas” para Gaudí, pues muchas de las soluciones arquitectónicas que el maestro probó ahí las aplicaría luego a la Sagrada Familia. Gaudí se interesaba por mucho más que vigas y pilares, también se dedicó a fabricar los bancos de la iglesia utilizando material reciclado, como era la madera de roble de las cajas que embalaban las máquinas de la fábrica y el hierro de fletar las balas de algodón para los telares. Además, los bancos están situados de tal manera que todo el que se sienta en ellos sólo puede mirar adelante al altar sin distraerse en otros “detalles”. Los pilares exteriores, hechos a base de ladrillos quemados, buscan confundirse con los pinos del entorno.
Gaudí y Güell compartían un ideario que en aquellos momentos chocaba con los intereses de los empresarios de la época. Se les califica de pioneros de la justicia social entendida como la preocupación por el bienestar de los trabajadores y no por su explotación. Pasaban 12 horas al día en la fábrica, sí, pero gozaban de servicios médicos, escuela, donde incluso los niños podían aprender el alemán (la instrucción de las chicas era más limitada), y no faltaba un plato en la mesa. En una época donde había hambre y el analfabetismo era general, no es poca cosa.
Tras el cierre de la fábrica textil de la colonia en 1973, los dueños vendieron las casas a sus inquilinos. Esto ha permitido que la Colonia Güell esté casi toda habitada, a diferencia de lo que ocurrió con otras colonias, que después de cerrar las fábricas han quedado deshabitadas. Pero de las 800 personas que viven actualmente, el 25 por ciento son gente de fuera que, tras comprar la casa a los primeros dueños o bien a sus descendientes, apuestan por este remanso de paz -aún hoy- en medio del área metropolitana barcelonesa.