Barcelona es un paciente difícil y muy observado. Pasa a menudo por la consulta y recae constantemente. Aunque también tiene una energía descomunal que le hace capaz de sobreponerse a los golpes más duros.
Miquel Molina, director adjunto de La Vanguardia y analista atento de la ciudad, ha emprendido la tarea de analizar la situación en la que nos encontramos y proponer ideas para darle un nuevo impulso. El resultado tiene forma de aviso para navegantes: “Alerta Barcelona. Adiós a la ciudad autocomplaciente” (Libros de Vanguardia).
¿Qué es “Alerta Barcelona”?
Es un intento de evaluar la situación de la ciudad después de una serie de circunstancias que han alterado su ritmo habitual. La conflictividad política, los atentados del año pasado, una crisis económica muy fuerte… He ido a buscar, tiempo atrás, toda una serie de decisiones que nos llevan a pensar que la ciudad tiene un problema de ideas-fuerza para sacarla adelante.
¿Falta un proyecto de ciudad?
Sí, falta un modelo. El modelo del que ha vivido esta ciudad desde los Juegos Olímpicos se ha ido erosionando, un poco por falta de interés por parte de todos. Ha habido un momento en que esta ciudad ha funcionado tan bien que nos ha parecido que no hacía falta pensar en cómo diversificarnos, cómo apostar por nuevos sectores… Ha sido un responsabilidad conjunta, de todos los partidos políticos y de una sociedad que ha bajado su nivel de exigencia. Hasta el punto de que en el debate que hemos vivido últimamente con el proceso independentista Barcelona ha dejado de figurar como sujeto político y ha quedado demasiado subordinada a las posturas de uno y otro bando.
¿Cuáles crees que son ahora mismo los principales retos de ciudad?
Esta ciudad tiene urgencia de poner en marcha la máquina de fabricar buenas noticias. Hemos sufrido un daño importante en nuestra reputación por diferentes motivos (conflictividad política, degradación de la convivencia, etc.) Y eso, en una ciudad que está muy observada, hace que el efecto se amplifique. Así que tenemos que intentar vender las cosas que hacemos bien, que son muchas, y procurar estar menos a la defensiva e intentar ir a buscar nuevas oportunidades. Con el tema del Brexit estamos viendo que hay muchas ciudades, como París, que se están moviendo mucho para captar todo aquello que puede ser expulsado del Reino Unido. Y otro aspecto importante es determinar por qué sectores hay que apostar. Hay sectores, como la tecnología, la música o el libro que merecen una apuesta firme.
En tu libro apuestas por la cultura como principal motor del modelo de ciudad.
Creo que no puede haber ningún otro modelo. Barcelona no es nada más que cultura, si entendemos la cultura en un sentido amplio, que puede abarcar el sistema de excelencia educativo (tanto público como privado), el mundo de la investigación científica, etc… La apuesta, evidentemente, es presupuestaria. Pero también hay una apuesta de determinación política, de llevar a la cultura al primer nivel. Y ahora no estamos a la altura. También hay que aprovechar la cultura para conseguir un turismo de mayor calidad.
¿Qué crees que pasará con las empresas que se han marchado?
Soy pesimista. Creo que puede tener un efecto negativo o muy negativo para Barcelona, depende de cómo sepamos compensarlo. Es muy improbable que vuelvan las empresas con el clima actual de inestabilidad política. Las empresas quieren tranquilidad y previsibilidad. Y lo que hemos de hacer es compensar esta marcha con la incorporación de nuevos actores. Es difícil, porque cualquier empresa que quiera hacer inversiones en Barcelona se plantea por qué las locales se han marchado. Pero estamos viendo que hay sectores, como el tecnológico, donde parece que esto tiene menos relevancia. El gran riesgo que corre Barcelona es que las empresas que han movido su sede fiscal acaben finalmente dejando aquí su empresa en manos de delegados. Y que Barcelona se convierta en una ciudad de delegados territoriales. Cuando necesitas un patrocinio para una ópera o necesitas una inversión publicitaria en tu medio de comunicación es mucho más fácil hablarlo con el presidente de la compañía que con un delegado. La ciudad corre un riesgo de devaluarse.