Amélie Nothomb
La escritora Amélie Nothomb, en una fotografía de archivo. © Guillem Rosset/ACN

Amélie Nothomb se despide de su padre en ‘Primera sangre’

La autora deja que sea él quien cuente sus años sin ella para superar el duelo

“Dependerá de usted”. Esa fue la frase que permitió que Amélie Nothomb naciese. Su padre, Patrick, era uno de los 1.500 rehenes que una revuelta en el Congo había atrapado en la ciudad de Stanleyville en 1964. Era el cónsul y le tocó ser el portavoz de los secuestrados, utilizando las palabras para defenderse, como Sherezade, remarca su hija. Frente al pelotón de fusilamiento, el cabecilla al mando de todo le preguntó si quería volver a tener hijos y su respuesta le salvó.

“Soy fruto de esa frase”, declara Nothomb en la presentación de Primera sangre (Anagrama), con traducción de Sergi Pàmies en castellano y de Ferran Ráfols Gesa en catalán. Se trata del libro sobre su padre, o de su padre, escrito después de que muriese los primeros días del confinamiento. “Nací cerca de la muerte. No es casualidad que me haya convertido en escritora. Pero me he dado cuenta ahora”, ahonda la escritora belga nacida en 1967 en Kobe (Japón), donde su padre fue embajador después de sobrevivir a los tiros. También siente que sabe más de Patrick Nothomb tras la escritura de esta novela protagonizada y narrada por él: “Parece una paradoja. La muerte no impide conocer a alguien, sino que permite conocerle íntimamente”.

La autora no se había planteado antes escribir sobre su padre porque nunca pensó que pudiese llegar a morir. Pero, no ha sido hasta acabar Primera sangre, que ha podido superar el duelo, después de que la pandemia impidiese que pudiese asistir al funeral de su padre, que murió en Bélgica mientras ella estaba confinada en París. “Mi padre me hablaba todo el rato”, recuerda Nothomb de los meses posteriores a su marcha, por lo que decidió contar su vida. “Yo aguantaba el bolígrafo pero es su voz la que se oye”, sostiene. Y, cuando escribió la última frase, las voces se callaron: “Todos nos deberíamos plantear escribir sobre la vida de nuestros padres cuando mueren”.

Nothomb recurre a la primera persona del singular para darle voz a su padre, eso que más se va y no se puede encontrar en las fotos cuando uno ya no está. “Tenía miedo que no se escuchase su voz”, confiesa, aunque contaba con una ayuda extra, todas las veces que le habían dicho que se parecían mucho. De pequeña, incluso se presentaba con el nombre de Patrick, a la espera de que le dijesen que no, pero siempre le daban la razón. “Me resultó fácil encontrar su voz”, relata, “la vida de mi padre no ha sido la mía, pero él está en mi”.

Primera sangre habla de la infancia y la juventud de Patrick Nothomb, partiendo de unos primeros años marcados por la muerte de su padre cuando tenía pocos meses que dejó a su madre “tan desesperada que solo era viuda”. Luego vino el hambre y el darwinismo que fomentaba su abuelo, un poeta aristócrata que no creía que se debiese alimentar a los niños. “Pasó de verdad”, insiste, rechazando el enfado que ha recibido de ciertos familiares, decepcionados por ver cómo ha retratado esos años.

“Mi padre fue un auténtico milagro”, se enorgullece la autora, “me pregunto cómo se las apañó”. Pero todo ese sufrimiento se intuye, pero no se narra en la novela, “mi padre me hubiera prohibido que hablase de él como una víctima”, respetando el tabú familiar de no hablar de lo malo. Si su padre contaba los episodios complicados riendo, ella no iba a hacer menos. “Es una novela llena de Nothomb”, defiende la directora editorial de Anagrama, Silvia Sesé, “un canto a la vida y a la supervivencia”.