Marguerite Duras
Marguerite Duras durante el rodage de India Song, 1974. ©Jean Mascolo

Escribir como obra de arte total: el universo de Marguerite Duras

Hasta el 2 de octubre, La Virreina Centre de la Imatge nos brinda la oportunidad de descubrir a una de las autoras más influyentes de la literatura y el audiovisual de la segunda mitad del siglo XX

Llegué a Marguerite Duras un domingo de invierno, en uno de mis habituales paseos por el dominical de Sant Antoni. A través de un pequeño libro editado por Tusquets, Emily L., me adentré en un universo personal que, como los fragmentos de un espejo roto, me devolvieron una imagen fracturada y cortante que me dejó una cicatriz, y el intenso deseo de descubrir quién era aquella mujer cuyas palabras me habían interpelado tanto. Y aunque han pasado unos cuantos años desde aquel domingo, por fin ha llegado el día en que un espacio cultural tan importante como La Virreina, le dedica una muestra imprescindible —y más que necesaria— a la autora.

Pero ¿quién fue Marguerite Duras? Aunque muchos tienden a hablar de las novelas de la etapa final de su vida —como El Amante (Tusquets) que le proporcionó un éxito mediático y de ventas totalmente inesperado a una edad avanzada—, los fantasmas de los personajes de todas sus novelas, obras de teatro y películas, hacía años que transitaban con ella.

Esto es lo que trata de descubrirnos esta exposición, articulada en tres grandes bloques temáticos que, además, es la primera que se dedica a la escritora en España y la única retrospectiva de carácter museográfico a nivel internacional, que ha recogido el conjunto de su obra literaria, fílmica y televisiva.

Valentín Roma, el comisario de la exposición, y renovado director de La Virreina Centre de la Imatge el pasado año, reconoce que “es la exhibición que más he perseguido en mi vida”. Cuando le pregunto de dónde nace su interés, confiesa que ha leído la obra íntegra de Duras dos veces y es, aunque a él le cueste reconocerlo, una de las personas que más sabe sobre ella, y salta a la vista. Además de toda una serie de material audiovisual inédito —reunido por primera vez para una exposición y subtitulado— que nos permite adentrarnos en el universo Duras, y visionar incluso, algunas de sus obras cinematográficas más relevantes en una sala habilitada como un cine, la muestra cuenta con el valor añadido del que sabe.

Pero vayamos por partes. La primera parte de la exposición nos presenta a Marguerite Donnadieu, que nació en la Indochina francesa en 1914 y murió en París en 1996. Hacia 1932 se trasladó a París para estudiar derecho, aunque también estudió matemáticas y ciencias políticas, y ya en 1943 publicó su primera obra, La impudicia (también en Tusquets), que abriría un camino a más de veinte novelas, guiones cinematográficos y textos dramáticos. Su vida y su obra son indisociables, y aunque a algunos les guste decir que los “escándalos” la acompañaron, poquísimas cosas de las que hizo nos parecerían escandalosas a día de hoy. Para muestra, un botón, como la expulsión del Partido Comunista en el 55, por “ninfómana, arrogante y de moral suelta”. Aunque más allá de este suceso, la escritora continuaría definiéndose como comunista y anticolonialista, y se plantaría contra la guerra de Argelia y, posteriormente, marcharía junto a los estudiantes en mayo de 1968, con un papel muy activo.

“Es la exhibición que más he perseguido en mi vida”, reconoce el comisario Valentín Roma

Valentín Roma aclara “cada uno de esos momentos -de escándalo-, establecen puntos de inflexión que también se reflejan en su obra”. Una ruptura de los límites que la liberaron de un yugo invisible marcado por su condición de mujer, su relación con los hombres y el alcohol, y que le permitieron desarrollar su propio lenguaje, ya reconocible a partir de su tercera novela publicada en 1950, Un dique contra el Pacífico (Tusquets).

“Escribir ha sido siempre lo único que llenaba mi vida, lo único que me separaba de la locura” llegó a decir en un momento, y fue el acto irrefrenable de escribir lo que le permitió retratar su vida desde la experiencia íntima, desde ese lugar donde habita la sombra, y hacer de la figura femenina la columna sobre la que se sustenta ese universo.

Marguerite Duras
Pòster de Détruire, dit-elle, 1969.

La exposición de La Virreina sigue en un segundo bloque mostrándonos cómo en la obra de Duras no hay una separación de campos: texto e imagen van juntos. Y esto cobra sentido cuando nos adentramos en la cinematografía de la autora solo para comprobar lo nada alejada que está de su literatura, hasta tal punto que sus personajes aparecen y reaparecen en films distintos, en obras teatrales o en novelas.

Una suerte de películas cuya chispa encendió una disputa con el director Alain Resnais —para quien había escrito el guión de Hiroshima mon amour–-, quien a posteriori rechazó un nuevo guión que ella decidiría filmar pocos años más tarde. “Destruir, dice ella. Y esta frase se asemeja a la música, vuelve siempre, es la variación infinita sobre un tema, es letanía y celebración, control y desenfreno”, fragmento del film de 1969 Détruire, dit-elle, oráculo de joyas como Nathalie Granger (1972), India Song (1975) o L’Homme Atlantique (1981), que definirían el cine durasiano y que posteriormente influyeron en numerosos cineastas.

Sus personajes aparecen y reaparecen en films distintos, en obras teatrales o en novelas

Hay en este punto de la exposición un lugar especial en el que detenerse, para observar el ejemplar que hizo para Cahiers du Cinéma al que llamó Les yeux verts. Una carta blanca que le ofrecieron y llenó con su creación como un demiurgo, hablando de cine, eligiendo las imágenes, reflexionando sobre temas de diversa índole. Material que parece en desorden pero que nos habla de ella y de su manera de ver y observar el mundo, y de su creación.

Nos adentramos en la tercera parte de la exposición, dedicada plenamente a la escritura, y es aquí donde me rindo y, humildemente, reconozco que no sé tanto como pensaba de Duras, cuando descubro la sala dedicada a sus textos teatrales, donde la escritora, poniendo el enfoque en los actores y reduciendo el decorado a la pantalla negra, otorga a las palabras una amplitud particular.

Valentín Roma hace especial hincapié en que el teatro es el gran desconocido dentro de la extensa obra de la autora, pero no por ello menos relevante e importante. Al contrario. Basta con decir que su primer éxito teatral fue Des journées entières dans les arbres, representada en el Odéon en 1965 y que resultó ser la primera obra escrita por una mujer que se representaba en un teatro de París desde 1900. Y no sólo eso, “llegó incluso a incorporar textos al repertorio de la Comédie Française, como Le Square o La Shaga”, apunta el comisario. La última representación en Barcelona de un texto de Duras fue en 2019 en el TNC, de la mano de una grandísima Ariadna Gil poniendo en escena El dolor.

Marguerite Duras
El comissario y director de La Virreina, Valentín Roma ©Pep Herrero

Estar solo con el libro aún no escrito es estar aún en el primer sueño de la humanidad” anuncia una de las frases de la autora en el epílogo de la muestra. Y es que en Marguerite Duras también hay mucho de “en el principio era el verbo”, ese logos creador de un universo denso, lleno de mujeres que rompen sus arquetipos, y tan difícil de comprender incluso para muchas otras intelectuales coetáneas como Simone de Beauvoir, quien afirmó “no entiendo nada”.

Marguerite Duras: “No sé que es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía”

Pero la fuerza de la palabra en Duras en innegable en toda su producción, a pesar del cambio estilístico tras su desintoxicación del alcohol en la década de los ochenta y el éxito de un público mayoritario de sus últimas novelas: “quizás se trató simplemente de una necesidad de liberarme, de liberarme definitivamente de la literatura a través de la literatura: llegar a la escritura, sin más”.

No puedo ser imparcial ante una de mis autoras favoritas, puesto que sería negar la evidencia, pero puedo afirmar justamente que la exposición que Valentín Roma y su equipo muestran en La Virreina, es un lujo para todos los amantes de la buena literatura.