“Al escribir el libro me he dado cuenta de que con muchos de los personajes con los que crecí, mientras correteaba de niño entre las mesas del bar, con muchos de aquellos perdedores, borrachos, tarados, ludópatas, cocainómanos, he aprendido muchísimas cosas que me han servido para seguir hacia adelante, vacilándole a la vida. Por ejemplo, los locos me enseñaron los principios del dandismo con sus vestimentas extravagantes. De pequeño, me fascinaba ver a un señor hablando solo con camisa hawaiana, pendientes de flamenca y gorro de marinero. Y cómo la gente de alrededor lo normalizaba y seguía comiendo escudella como si nada. Toda esa gente hizo que prestará mucha atención a las rarezas, a lo que se aleja de lo normativo y socialmente aceptado. Desde entonces, paso la vida interesándome por aquello que traspasa los márgenes”.
Al hablar del libro, Carles Armengol se refiere a su recién deshornada ópera prima, Collado: la maldición de una casa de comidas (Colectivo Bruxista), vibrante y eficaz tragicómica memoria sentimental del bar y restaurante de Collblanc que regentó su familia durante 84 años, y alumbramiento literario del que el autor —fresco quinto de cerveza en mano, que considera “la medida óptima”— se siente especialmente orgulloso. Y con razón.
Conocido y querido en bares, fondas y clubes de baile de la ciudad, tras pedir que de fondo suene algo de Gregory Porter para mantener el equilibrio entre música y protagonismo, el parroquiano prosigue. “Soy un survivor más de esa generación de jóvenes bien preparados a los que, al salir de la universidad, la crisis del 2008 les cerró en la cara la puerta de entrada al éxito. En ese preciso instante cambió el paradigma. Todo dejó de ser sólido y predecible para convertirse en líquido e inmediato”.
“Soy un survivor más de esa generación de jóvenes bien preparados a los que, al salir de la universidad, la crisis del 2008 les cerró en la cara la puerta de entrada al éxito”
— Fue un momento difícil para todo el mundo, ¿cómo lo capeaste?
— Gracias al hecho de haber crecido en una casa de comidas, desarrollé las habilidades para intercalar curros como freelance, analizando a la sociedad para aconsejar a multinacionales sobre cómo vender más y siriviendo canapés en restaurantes pijos.
Esa dualidad entre psicólogo licenciado e hijo “de una casa que servía menús sobre manteles de papel” le lleva a estar, ahora mismo, focalizado en unir dos de las cosas que más le apasionan: “Entender y analizar los cambios sociales y la restauración. La sociedad cambia y, con ella, es normal que lo haga la oferta gastronómica de la ciudad. Pero si hay algo transversal que jamás podrá perder este sector es su carácter humano. Es el oficio más puro que puede haber”.
La pureza de un buen servicio (y de un mal chiste)
Esa pureza pasa, en opinión de Carles, por “dar de comer y beber a currantes. Y da igual que sean de la construcción o que tengan la mejor agencia de diseño 3D de Barcelona: todos son currantes. Todos disfrutan de un buen momento después de un día nefasto en el trabajo, tomándose una cerveza bien tirada. Eso no tiene precio”.
— Una red social, pero de verdad.
— Aunque se digitalice el sector, jamás deberían desaparecer los chistes malos de un camarero.
Barcelona no tiene la culpa
“He aprendido a querer más y a odiar menos a esta ciudad, porque odiar no nos hace bien a nadie y ella no tiene la culpa de que los que mandan se la hayan querido cargar. Cada vez cuesta más encontrar razones para amarla; los sitios con solera escasean y las franquicias se pelean para convertirla en una ciudad homogeneizada, sin personalidad ni oscuridades de las que antes no se avergonzaba. A pesar de ello, soy de los que, cuando pasea por sus cloacas, dice cosas como “què bonica és Barcelona“, sentencia el autor, a punto de liquidar su quinto y pedir otro.
— ¿Se vende Barcelona?
— Es una ciudad que necesita pasar página constantemente. Vive bajo la dependencia del hype. Los barceloneses nos hemos convertido en arqueólogos en busca de resquicios de autenticidad contra la gentrificación. Pero los buscamos para fotografiarlos y compartirlos en redes sociales.
Tras esta reflexión, el parroquiano echa la vista atrás para recordar con afecto “aquellas sesiones del Magic In The Air que organizaba la DJ Eneida Fever en la Sala Magic del Paseo Picasso y que fueron un antes y un después en mi vida. Aquellas noches me liberaban de las cadenas que me mantenían atado al negocio familiar. Me encantaba estar rodeado de gente rara bailando música rara y a todo color. Me sentía como uno más”.
— Lo que te va a hacer sentir de lujo es si acompañas la cerveza con algo de comer. Tenemos de todo: raciones, platos combinados y menú. Muy rico y nutritivo todo.
Carles Armengol liquida el botellín, pide uno más y se frota las manos. Nadie, como él, para saber medir con el mejor criterio la calidad de un bar. De fondo suena I fall in love too easily con la voz de Gregory Porter derramándose sobre las notas de un piano exacto. Finalmente, el parroquiano toma la esperada palabra:
— El plato combinado me parece un concepto diseñado por alguien con mucha resaca que juntó diferentes cosas comestibles, pero sin preocuparse de unir sabores. Cuando voy solo, me encanta ir de menú al mediodía. Un pim-pam rápido en el que pasan un montón de cosas a toda prisa. Currantes, jubilados, vecinos, el ruido de la cafetera, la pica llena de vasos y platos sucios. Me encanta el universo que hay alrededor del menú de toda la vida.